Crítica de La hija eterna (The Eternal Daughter) de Joanna Hogg

Fantasmas familiares

Con La hija eterna (The Eternal Daughter, 2022) la cineasta Joanna Hogg continúa profundizando en los personajes que ya aparecían en The Souvenir (2019) y The Souvenir Part II (2021). En el díptico que formaban estos filmes asistíamos a un relato de autoficción a través de Rosalind y Julie, una madre y una hija, en el que no era difícil establecer nexos de unión con la vida real de la directora británica. Ambas películas ya proponían un juego partiendo de un casting en el que los papeles eran interpretados por madre e hija real (Tilda Swinton y Honor Swinton Byrne).

Mientras que los films de The Souvenir sí estaban estrechamente unidos –el segundo comenzaba justo donde terminaba el primero–; La hija eterna, pese a la incuestionable conexión con sus predecesores, se puede considerar –y ver– como un filme independiente que no necesita de otra apoyatura más que sus propias imágenes.

Una madre, ya anciana, y su hija –interpretadas ambas por Tilda Swinton– llegan a un apartado hotel para pasar unos días. El hotel fue en el pasado la antigua residencia familiar de la madre. Julie, la hija, quiere escribir un guion basado en su madre y durante esos días busca ahondar en el pasado para encontrar la inspiración en ese lugar aislado plagado de recuerdos para su madre.

Si en sus dos anteriores películas Hogg recurría a un drama basado en el aprendizaje del ejercicio cinematográfico, una especie de coming of age adulto, en La hija eterna acude al relato gótico con el protagonismo de ese viejo hotel aislado, oscuro y solitario con un interior que se revela tormentoso. Pasillos laberínticos, habitaciones que crujen provocando ruidos, ampulosas escaleras o la decoración barroca nos trasladan a un mundo sobrenatural.

Bajo una atmósfera de frialdad que se contagia a una cámara que se mueve con delicadeza utilizando el juego del plano-contraplano para solventar la presencia de una actriz en su papel doble, pronto observamos las señales que nos indican que nos encontramos ante un relato que bajo las convenciones del género fantástico, con el protagonismo de esa mansión británica tan típica como inquietante, va mostrando señales inequívocas de que nos encontramos ante una historia de fantasmas.

Tilda Swinton en La hija eterna. Foto: Elastica Films

Pero ese soporte fantástico no pretende provocar el miedo sino que todo el recubrimiento externo esconde en su interior el drama de una hija que no es capaz de reconstruir la historia de su madre al darse cuenta de que no conoce a la persona que tiene delante.

Por eso es necesario plantear una fábula fantasmagórica porque lo que persigue la hija es un espectro del que apenas tiene conocimiento; no son fantasmas que asustan, son fantasmas familiares que atenazan a través del dolor que supone rastrear en los recuerdos, escarbar en el pasado y ser consciente de la imposibilidad de mantener un diálogo al que ya se ha llegado tarde. De ahí que muchas conversaciones sean intrascendentes y el verdadero conocimiento surge de la mirada que escruta los rostros enfrentados en silencio.

La película, desde el principio, abandona el terreno de la estricta realidad para circular por el terreno de la insinuación, de la duda y de la metáfora. Apelando a toda una serie de referentes fílmicos como el cine de la Hammer, y sobre todo, el cine de Hitchcock –la importancia de la madre, el juego con los espejos, los pasillos de color verde que remiten a la idea del doble de Vértigo, la función de la mansión como universo cerrado que veíamos en Rebeca–, somos conscientes de esa irrealidad: la actitud extraña de la recepcionista, la soledad que se constata a lo largo de los diferentes días –habitaciones reservadas pero están todas las llaves libres–, la historia de una aparición, los ruidos nocturnos, personajes que aparecen repentinamente, etc.

Aunque la película se hace más explícita en la parte final con una escena definitoria –la celebración del cumpleaños–, todo el filme se sumerge en un relato onírico que reflexiona sobre la propia creación superponiendo la figura de Joanna Hogg con el personaje de Julie. La creación como expresión artística para conocer, para entender, estableciendo aquí un nexo de unión más cercano a las anteriores películas en las que aparecían los personajes de Julie y Rosalind.

Cine de sensaciones, cine con elementos inconexos, cine imperfecto, cine que juega con los géneros, cine que cada persona termina de configurar tras su visión. La hija eterna nos acerca a una relación madre e hija desde el dolor de la perdida, desde el sufrimiento de los recuerdos, desde el sentimiento de culpabilidad por todo aquello que no se habló, que no se dijo en su momento. Cine de autor, cine personal, cine que conviene degustar.

Escribe Luis Tormo

Título: La hija eterna
Título original: The Eternal Daughter
País y año: Reino Unido, 2022
Duración: 96 minutos
Dirección: Joanna Hogg
Guion: Joanna Hogg
Fotografía: Ed Rutherford
Música:
Reparto: Tilda Swinton, Joseph Mydell, Carly-Sophia Davies
Productora: BBC Film, JWH Films, A24,
Distribuidora: Elastica Films-Filmin

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