Critica de Pacifiction de Albert Serra

¿A dónde vamos?

En la descripción de la decadencia hay un halo de romanticismo que transforma el fin de una época en algo tristemente bello. En Pacifiction, el último trabajo del cineasta Albert Serra, asistimos a un ejercicio contemplativo sobre un mundo que se acaba, sobre una forma de entender la sociedad que muere en un lugar alejado de todo, que pende de su pasado apenas sujeto por un hilo que se deshilacha con el paso del tiempo.

Un mundo que Serra busca en el paraíso lejano de la Polinesia francesa a través de la figura de De Roller –un magistral Benoît Magimel–, un alto representante del Estado francés que busca mantener el equilibrio entre la metrópoli y la población local, estableciendo un hábil tejido de relaciones políticas y sociales.

Estamos ante los últimos destellos de una política colonial que únicamente sirve para mantener el lejano orgullo de aquellos países que exportaban su modo de vida más allá de sus fronteras naturales y que la globalización se ha llevado por delante al imponer la estandarización de un modo de vida.

Foto:© Ideale Audience Group, Andergraun Films, Tamtam Film, Rosa Filmes. Filmin

El relato se activa con un macguffin relacionado con la supuesta reanudación de los ensayos nucleares –Francia realizó casi 200 pruebas nucleares  entre 1966 y 1996 en la Polinesia francesa– que explicitan el deseo de comparecer como una nación poderosa en el tablero geopolítico internacional. El avistamiento de un submarino y la presencia de marineros en las islas parecen reactivar ese último destello de la administración colonial.

En un primer instante Pacifiction alimenta la intriga política con la presencia de un diplomático portugués o la reunión con la sociedad local que augura tensiones y protestas contra los ensayos nucleares; pero este camino se abandona lánguidamente para profundizar en una reflexión sobre el declive del modelo de colonización, un régimen que ya ha desaparecido y que únicamente subsiste bajo unas formas que han perdido su conexión con la realidad.

La figura de De Roller, que exhibe su pulcritud a través de sus maneras suaves, su amistosa conversación y su imagen apegada a la recreación literaria del funcionario colonial (Graham Greene, Malcolm Lowry, John le Carre), se convierte en el nexo de unión que conecta los compartimentos estancos de diferentes escenas que parecen dejadas caer al azar como los brochazos impresionistas que finalmente terminan componiendo un conjunto sistematizado.

En su papel como alto comisionado no encontramos despachos, oficinas o edificios institucionales; los asuntos se solventan en hoteles, en viajes insulares o en el epicentro de la narración que se sitúa en un club nocturno llamado Paradise Night, lugar que se erige en un microcosmos en el que coinciden todos los personajes. Un recinto festivo, propicio para el disfrute hedonista en el que se mezclan la actividad lúdica y política, teñido de una sensualidad que discurre entre la experiencia local y el modelo turístico cercano al resort.

Con una estructura formal más apegada a la narración clásica de lo que es habitual en el cineasta catalán, sin embargo, Pacifiction continúa siendo un ejercicio arriesgado basado en su ritmo sosegado que se alarga a lo largo de 165 minutos para ofrecer un discurso sobre la decadencia del poder.

La globalización del turismo hace que De Roller intervenga para hacer que el baile destinado a distraer a los turistas tenga más verosimilitud o que contemple como la naturaleza es domada por los viajeros en la atrayente escena de los surfers y las barcas que cabalgan la gran ola. El protagonista únicamente podrá disfrutar del autentico paraíso desde la visión aérea donde la distancia ofrece un panorama general en el que no se aprecia el ocaso que se extiende sobre el terreno.

Plagada de conversaciones y largos parlamentos, la mayoría de las reflexiones orales no ofrecen ningún interés porque la palabra suena hueca, cuando no reiterativa y pedante –“la política es como una discoteca”–;  por lo que el verdadero valor está en el tratamiento de las imágenes, en la cadencia parsimoniosa del ritmo y en la belleza salvaje que se muestra explotando el deleite visual del paisaje de la Polinesia.

Foto:© Ideale Audience Group, Andergraun Films, Tamtam Film, Rosa Filmes. Filmin

Afectado por la belleza hipnótica que le rodea, como un Gauguin contemporáneo, Serra utiliza los colores –verdes, azules, rojos, amarillos– para componer un lienzo en el que la desaparición del mundo del hombre blanco –como ese traje de lino que luce permanentemente– todavía se hace más patente al asociarlo a la representación de un paraíso.

Impertérrito ante cualquier demanda de esclarecimiento racional, el filme se va haciendo cada vez más onírico, dejándonos deleites sensuales aprovechando la presencia del personaje de Shannah (Pahoa Mahagafanau), mostrado según la tradición mahu polinesia, con quien el protagonista mantiene una misteriosa relación; la incomprensible escena  fassbinderiana del baile del almirante y los marinos; o ese final con la bella panorámica que convierte la película en un relato circular.

Pacifiction debe ser entendida como un ejercicio de libertad en el que se adivinan múltiples resquicios por los que se cuela la sensación de incertidumbre ante la imposibilidad de aprender todo su discurso, aunque ese efecto no impide su degustación por cada persona pues la película se convierte en una experiencia sensorial que puede llegar al público dispuesto a recoger el guante de esta singular propuesta que pone en imágenes una cosmovisión radicalmente propia.

Escribe Luis Tormo

Título: Pacifiction
País y año: Francia, España, Alemania, Portugal, 2022
Duración: 165 minutos
Dirección: Albert Serra
Guion: Albert Serra
Fotografía: Artur Tort
Música: Marc Verdaguer
Reparto: Benoît Magimel, Pahoa Mahagafanau, Marc Susini, Matahi Pambrun, Alexandre Mello, Sergi López,
Productora: Idéale Audience Group, Andergraun Films, Tamtam Film, Rosa Filmes
Distribuidora: Elastica Films, Filmin

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