Crítica de Babylon

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That’s Entertainment!

En el año 1968, en pleno periodo de explosión creativa individual The Beatles lanzaron el disco doble conocido como Album Blanco por su portada, un trabajo magnífico pero también excesivo con momentos álgidos junto a otros muy endebles. Para George Martín, el productor que ayudó a crear el sonido del cuarteto británico, la estrategia acertada hubiera debido ser publicar un disco sencillo potente en lugar de lanzar 30 canciones en las que había temas con mucha calidad pero otros muy endebles. Pero en ese momento, The Beatles, con sus enfrentamientos ya patentes, dirigían su carrera al margen del tutelaje de su productor como grandes artistas ajenos a cualquier influencia externa. Pero fue una sublime apuesta.

Esta circunstancia se puede aplicar a Babylon, el último trabajo de Damien Chazelle. Precedido por dos magnificas aproximaciones al mundo de la creación artística como son Whiplash (2013) y La La Land (2016), el cine de Chazelle siempre ha brillado por la importancia que concede al recurso visual apoyado en la musicalidad que empapa la concepción de cada escena. Con estos dos precedentes que tuvieron su reconocimiento comercial y artístico, Chazelle se aventura a explotar el film d’auteur para realizar un monumental fresco sobre la historia y el significado del cine, en el que renuncia a cualquier contención formal o discursiva.

Foto: © 2022 Paramount Pictures.

Babylon, aprovechando su desmesurada duración –más de tres horas–, se estructura en tres partes que focalizan su temática de homenaje al séptimo arte: el significado del cine como una forma de expresión que va más allá de la vida, mostrando la magia de la creación artística; el ascenso y la caída de sus estrellas, propiciada en este caso por la irrupción del cine sonoro; y la pervivencia del cine en el tiempo como arte mayúsculo.

En la primera hora tiene especial protagonismo la barroca fiesta orgiástica –Intolerancia de David W. Griffith en la retina– con la que accedemos a la descripción de los años de construcción del star system y la política de estudios en un Hollywood alocado, desbocado y libre; sobre todo libre del control moralista que se impondría más tarde –el código Hays a partir de los años 30–  que la película cita con el veto al personaje femenino de Lady Fay Zhu (Li Jun Li). Babylon es ficción aunque algunas de las escenas están inspiradas en hechos reales como el escándalo de Roscoe Fatty Arbuckle.

La larga escena de la fiesta está planteada siguiendo las claves del musical, de tal forma que su ritmo está sujeto a la cadencia de la instrumentación que resuena con fuerza. Una elección formal que se extiende a lo largo de toda la película. Es el primer homenaje –que se explicitará al final de la película– a Bailando bajo la lluvia (1952), que trata el mismo tema también desde la óptica del musical, y que convierte a Babylon en el anverso oscuro del clásico dirigido por de Donen y Kelly.

Foto: © 2022 Paramount Pictures.

La fiesta nocturna –hay que recordar que en ese momento estaba vigente la Ley Seca vigente en esa época por lo que el consumo de alcohol era una actividad clandestina–  enlaza con la secuencia del rodaje en exteriores para indicar que ese modo de vida dual era indisoluble. No importaba la resaca o el consumo de drogas si al final durante el rodaje se hacía realidad la fantasía  más allá del elemento artificial de los platos cinematográficos (es muy bella la imagen en que una mariposa se posa sobre el hombro de Brad Pitt mientras interpreta la escena de amor).

Un Hollywood de pioneros donde las personas podían triunfar y alcanzar la cima del éxito en una reivindicación del sueño americano donde, con dedicación y ambición, todo es posible; desde la chica que aspira a ser una estrella hasta el joven mejicano (Diego Calva) que consigue hacerse un hueco en el mundo de la producción cinematográfica, pasando por el trompetista de jazz que busca su oportunidad. Y la ambición, así como el sacrificio que conlleva, es uno de los principales temas del cine de Damien Chazelle y está muy presente en Babylon.

La segunda parte describe la transición del cine mudo al cine sonoro y la cesura que significó para el Hollywood de la época, con el declive de ciertas figuras en las que no es difícil encontrar el paralelismo entre el personaje de Jack Conrad (Brad Pitt) y el actor John Gilbert, una de las víctimas del cine sonoro (como John Bowers, Norma Talmadge, Lou Tellegen y tantos otros).

La película refuerza esta tesis con el personaje de Nellie LaRoy (Margot Robbie), descubierta accidentalmente  tras la fiesta, y que gracias a sus dotes de actriz se convierte en una estrella durante los últimos años del cine mudo, para posteriormente, vivir un descenso a los infiernos propiciado por la llegada del sonoro, las adicciones y la implantación del código moral en Hollywood.

Las dificultades para rodar con sonido, la llegada de nuevos actores y actrices que tenían una trayectoria teatral y que venían con la etiqueta de prestigio incorporada (en la película es la mujer de Jack Conrad que intenta enseñarle a declamar el texto del guion).

La parte final supone el descenso a los infiernos con la introducción de la subtrama relacionada con las deudas de juego de Nellie LaRoy y que le permite a Chanzelle plantear una larga secuencia similar a la fiesta vista al inicio del filme, pero ahora describiendo el descenso a los infiernos  con la cara más terrorífica de Hollywood (adicciones, mafia, violencia, explotación, etc.).

En este segmento, ya netamente dramático,  el director de La La Land expone su alegato en favor de la pervivencia del cine. La irrupción del sonido afectó al cine como expresión artística pero todos los cambios que se fueron dando y se darán  –el color, el cinemascope, los efectos digitales, etc.– no impiden que el cine siga siendo Cine. La conversación del personaje interpretado por Brat Pitt y la periodista que le abre los ojos al ocaso físico pero también a la inmortalidad a través del arte o el flash forward con los insertos de imágenes de la posterior historia del cine, certifican la continuidad del cine como expresión artística más allá de los formatos y de los nombres de sus protagonistas.

Foto: © 2022 Paramount Pictures.

Volviendo a la reflexión inicial de esta crítica, el problema de Babylon es que sus logros quedan amortiguados por el exceso y la falta de contención que evidencia una escasa confianza de Chazelle en sus propias imágenes. Hay escenas maravillosas como es toda la descripción de los rodajes, la ambivalencia y la oscuridad de Hollywood, el relato de ascenso y caído que termina siendo una parte intrínseca de muchas de las carreras artísticas,  y finalmente,  el valor mágico que tiene el cine para recrear historias que hacen que la gente se eleve más allá de su vida cotidiana.

Es hermoso el discurso que Damien Chazelle exhibe sobre la inmortalidad del cine pero, para que las obras pervivan a lo largo del tiempo, y Chazelle lo sabe, deben asentarse en historias estructuras con  guiones que potencien y articulen el mensaje. La historia del cine nos ha dejado grandes obras que reflexionan sobre la propia creación cinematográfica como Cantando bajo la lluvia, El crepúsculo de los dioses, Cautivos del mal, La noche americana y tantas otras. Babylon comparte con esos títulos parte de esa gloria pero no consigue que toda la película, su resultado final, esté a la misma altura, aunque su visión no deja de ser un espectáculo fascinante.

Escribe Luis Tormo

Título: Babylon
País y año: EE.UU., 2022
Duración: 189 minutos
Dirección: Damien Chazelle
Guion: Damien Chazelle
Fotografía: Linus Sandgren
Música: Justin Hurwitz
Reparto: Brad Pitt, Margot Robbie, Diego Calva, Jean Smart, Li Jun Li, Jovan Adepo, Tobey Maguire, Max Minghella, Katherine Waterston
Productora: Paramount Pictures, Material Pictures, Marc Platt Productions
Distribuidora: Paramount Pictures

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