El cine es una carrera de fondo
Imanol Uribe
Del 12 al 16 de octubre de 2022 se ha celebrado el festival K-Lidoscopi de Cullera, un reconocido certamen de cortometrajes a nivel nacional, seleccionador para los premios Goya, que constituye cada año una cita ineludible para el sector audiovisual del corto. Como parte de sus actividades, en cada edición una personalidad del mundo del cine recibe el premio Premi K-Lidoscopi de Honor.
Este año el premio ha recaído en Imanol Uribe. El director vasco se ha desplazado al festival para recoger el premio e impartir el Curso de Interpretación, organizado por el festival y la Fundación AISGE.
Imanol Uribe es uno de los directores más reconocidos del cine español. Su trayectoria cinematográfica comenzó en la década de los 70 y desde entonces el cineasta vasco no ha dejado de rodar; de hecho este 2022 se ha estrenado Llegaron de noche, la película que narra el asesinato de los jesuitas por un grupo de paramilitares en El Salvador en el año 1989. Un cine político, de denuncia, de análisis de la realidad, que constituye una de las características esenciales del cine de Uribe a través de películas como El proceso de Burgos, La muerte de Mikel, Días contados, Bwana, etc.
En el marco del festival hemos podido conversar con Imanol Uribe sobre toda su trayectoria como director, sobre los aspectos esenciales de su obra y las motivaciones que le llevan a continuar luchando para poner en pie aquellos proyectos que le interesan para ir conformando una de las filmografías más atrayentes del cine español.

Hace seis meses del estreno de tu última película Llegaron de noche y la película ha tenido ya su recorrido por las salas de cine. ¿Cómo ves el resultado final? ¿Estás satisfecho?
Con la poca distancia que te da hablar de tus propias películas fue una experiencia muy atractiva como todas las películas que he hecho, menos una; todas han sido más o menos experiencias satisfactorias. En este caso la característica más destacada es que ha sido un largo peregrinaje, es una película que he tardado seis años en hacer desde que empecé a trabajar en ella hasta que la estrené. Seis años por varios motivos, desde un cambio de productora hasta la pandemia. Al final ha sido una experiencia muy intensa y estoy satisfecho con la película.
Siempre has dicho que es una película que estabas predestinado a realizarla: tú naciste en El Salvador, estudiaste en los jesuitas e incluso conociste de manera fugaz al padre Ellacuría; pero además es un cine comprometido, un cine de denuncia, que está en el germen de toda tu obra.
Sí, conecta con muchas películas mías que hablan de la realidad social, la realidad política en el amplio sentido de la palabra.
Tú comienzas con el cine documental con El proceso de Burgos, luego haces La fuga de Segovia que es un cine de ficción pero basado en hechos reales con cierto aire documental y con La muerte de Mikel ya te introduces plenamente en la ficción. ¿Tenías ese proceso claro o fueron surgiendo los proyectos de manera independiente?
No, no. Igual hay gente más cerebral que yo en ese sentido, que planifica su carrera. Mi vida es indisoluble de mi cine, no he hecho otra cosa desde que salí de la Escuela de Cine hace muchísimos años. Es un vaivén continuo y el cine me va guiando. Ahora les hablaba a los alumnos de cine que tengo aquí y les decía que el cine es una carrera de fondo, un proyecto te lleva dos o tres años de tu vida y tienes que hacer lo que tienes que hacer, lo que debes hacer, en ese momento.
Y muchas veces se va resolviendo o no. Por cada película que he rodado hay tres proyectos en los que he trabajado durante mucho tiempo y no los he rodado. En mi caso es uno de tres. Borau [José Luis Borau] me decía que para él era una de nueve, me decía: “No te quejes. Yo por cada una que he hecho he estado en nueve que no he hecho”.
Eso es un poco mi vida. Estar ligado al cine y el asunto es siempre: “¿Qué hago ahora después?”. Acabas una historia y te preguntas en qué empleo los próximos tres o cuatro años de mi vida, que me interese, y que me haga aguantar todo lo que sucede en el viaje iniciativo que supone una película.
El asunto está ahí: descubrir qué es lo que te interesa, cuál es el punto de vista. Y a medida que pasan los años mi punto de vista se aleja del común de los mortales. Antes quizá conectaba más con la gente, parece ser que a mí me siguen interesando cosas que ahora ya no interesan a nadie.
En ese primer periodo tu cine se etiquetó como “cine político”, una denominación muy común en aquella época, y tus películas generaron mucha polémica y debate en su momento. Ahora parece que ese cine político ya no se hace.
Yo estuve muy obsesionado con esa calificación, era un cine político en el amplio espectro de la palabra. No era un cine político partidista, era un cine que intentaba analizar la realidad en el contexto en que vivía, con un punto de vista sin militancia de ningún tipo más que la mía propia. Nunca he militado en ningún partido, me interesaba la realidad.
Y hubo un momento en que eso me obsesionó. A mí me gusta el cine en mayúsculas y hay un momento de mi vida en que estoy buscando, estoy buceando en la realidad; pero de ahí a que me llamaran cineasta político, no. Y cometí algún error intentando huir de eso.
En estos tiempos en los que proliferan las polémicas por tratar determinados temas y hay que asumir cierta corrección. ¿Se podría hacer esa clase de cine que hacías tú en ese momento?
Creo que ahora mismo no se podría estrenar El proceso de Burgos en un cine, habría muchísimos problemas. En ese sentido creo que esa supuesta corrección termina siendo una especie de corsé que no te permite actuar con esa libertad.
Tras esas tres primeras películas continuas en el cine vasco y realizas el thriller Adiós pequeña que creo es la película que te referías antes como la única de la que no quedaste satisfecho.
Exactamente. En todas las películas he disfrutado en gran medida menos en Adiós pequeña que fue un cúmulo de desgracias. Aunque probablemente sea la película de la que más he aprendido. En ese momento fue una dura lección porque fue una película que se torció en todos los sentidos pero aprendí de ella.
En tu cine, bien sean proyectos personales o proyectos de encargo, siempre has tenido el control de tus películas.
Sí. He hecho las películas que quería hacer. Y en este caso, en Adiós pequeña, incluso también, lo que pasa es que llegó un momento que tenía que haber dicho: “Apaga y vámonos”. Cuando ves que un proyecto empieza a torcerse y no puedes enderezarlo, hay que irse, pase lo que pase. Eso lo aprendí y desde entonces ha habido ocasiones en que me he plantado y no he dejado que las cosas se desmadraran.
Tras esa etapa centrada en la realidad de tu tierra, comienzas una serie de adaptaciones literarias con las que obtienes un gran éxito. El rey pasmado y también Días contados que aunque te la llevas a tu terreno está basada en una novela de Juan Madrid. ¿Cómo vives esa etapa de éxito? Días contados tiene 8 premios Goyas.
Sí, El rey pasmado tiene 8 Goyas también; en internet sale que tiene 7, y ahí se ha quedado para siempre, pero eran 8. Fue una etapa muy activa. Tuve un momento muy bueno en los 80 con La fuga de Segovia y La muerte de Mikel; y luego en los 90 con El rey pasmado y Días contados.
Son etapas que te pillan donde coinciden muchas cosas. Hacer una película y que te salga bien, cumpliendo los objetivos que te has marcado es complicado. Es como un suflé, puedes poner todos los ingredientes, pero si no crece… No es fácil hacer dos o tres películas en tu carrera que tengan una dimensión que se van por encima de tus posibilidades normales. Y esa etapa fue muy buena con El rey pasmado, Días contados y también Bwana.
En esas adaptaciones literarias qué es lo que buscas al final. ¿Ser fiel a la esencia? ¿Inspiración? ¿Te las llevas a tu terreno?
Cada película es un mundo. Cada historia llega por los caminos más insospechados. A mí me gusta alejarme de cosas que he hecho, de temas que he tratado. El rey pasmado llega de la forma más insospechada, cuando lo cuento nadie se lo cree. Habíamos hecho La muerte de Mikel y había generado un dinero que estaba en el Ministerio de Cultura a disposición de hacer otra película y si no la hacías, ese dinero se perdía. Yo no encontraba un proyecto hasta que una noche en Madrid bajé a un cafetería, un Vips, y había un muestrario de libros de Crónica del rey pasmado. Lo cogí. Me subí a casa a leerlo. Y de repente esa noche vi el cielo porque había una secuencia que es la reunión de la Inquisición que me pareció modélica.
Llamé al día siguiente a Torrente Ballester, lo perseguí porque Torrente Ballester no quería hacer la adaptación porque se llevaba mal con el cine. Pero a mí me fascinó. Encontré un tema que está siempre en el sustrato de mis películas que es la intolerancia, y el libro me parecía un ejemplo modélico de eso y así surgió El rey pasmado, de esa necesidad de encontrar algo para rodar o se perdía el dinero.
Otras veces las películas llegan por distintos caminos. Cuando estás preparando un proyecto, tienes que estar con el radar puesto mirando a ver qué pasa. Luego empieza un largo recorrido en el que tienes que aguantar para poder llevar adelante el proyecto. Y ahora estoy en esa fase.
Hablando de la parte estética de tu cine, en lo formal eres un director clásico a la hora de rodar. Utilizas el lenguaje del cine como herramienta para abordar la realidad del momento.
Sí. Me pasa una cosa que me lo suele decir Teresa Font, la montadora con la que trabajo, y es que yo ruedo pensando en el montaje. De hecho en Llegaron de noche yo no aparecí por el montaje porque estábamos en plena pandemia y Teresa me mandaba cosas que yo corregía, alguna cosa, pero no tenía mucho donde elegir; yo ruedo de tal forma que cuando veo una secuencia que hay que hacer ya la veo montada, con los planos que tiene y su construcción.
Y en ese sentido soy clásico, de formación clásica. Soy alumno, soy fan, de John Ford. Como decía Orson Welles cuando le preguntaron por los tres mejores directores de cine: “John Ford, John Ford y John Ford”.
Estas haciendo cine desde los años 70, has tenido una continuidad a lo largo de tu carrera y por lo que dices, estás con el radar puesto para nuevos proyectos. ¿Cómo lo haces?
Perseverancia. Saber que el cine es una carrera de fondo. Tener paciencia y tener todo preparado para cuando llegue el momento. Llevo un par de proyectos que me interesaban y no han salido, y espero que en algún momento aparezca el verdadero para embarcarme otra vez en la aventura.
Aquí no hay jubilación, espero morir con las botas puestas, espero morir rodando, eso sería estupendo. Eso quiere decir que estás en la plenitud. Yo soy capaz de aguantar cinco años y pico como me ha pasado en Llegaron de noche porque a mí lo que me gusta por encima de cualquier cosa es el rodaje.
Ni la preparación ni la postproducción, me gusta el momento del rodaje por lo que genera de adrenalina. Soy capaz de estar cinco años de vida preparando una película para estar esas seis o siete semanas de rodaje, disfrutando. Si pudiese ser estaría todos los días de mi vida rodando, levantándome a las cinco de la mañana y durmiendo dos horas para rodar; es un estado de excitación que no eres tú, estás por encima de la realidad, estas como levitando, y yo ahí es cuando estoy en mi esplendor.
Es un poco lo que decías antes de que tu vida es el cine
Sí. Preparación, montaje, está bien. Pero no hay comparación con tener un equipo de ochenta o cien personas que te están esperando, que te están pidiendo todo tipo de cosas, y eso te genera un estado que si no lo has vivido es difícil de imaginar.
¿Cuál es tu método de trabajo con los actores? En tu cine han empezado a trabajar actores y actrices como Clara Lago o prácticamente todo el reparto de Días contados con nombres como Ruth Gabriel, Candela Peña, etc.
Tengo un sistema de trabajo con los actores que se basa en que hablo mucho antes de empezar la película pero una vez nos metemos en el rodaje me alejo de ellos, les dejo que fluyan y yo les voy guiando un poco desde fuera. En el rodaje, la preparación y el trabajo con los actores ya está hecho, ahí ya es una cuestión de ellos y yo les guio desde fuera.
Y ya para terminar, tú que has vivido la transformación del cine a lo largo de todos estos años. De los formatos analógicos al digital, de la producción y distribución tradicional a los nuevos modelos de producción con la introducción de las plataformas audiovisuales. ¿Cómo ves la aparición de estos nuevos elementos?
El cine que yo hago, el cine que ha hecho la gente de mi generación, es un cine de presupuesto medio. Y es un cine que yo creo que tiende a desaparecer. Ahora se está polarizando entre películas de bajo presupuesto, que son muy libres pero de bajo presupuesto; y las películas apoyadas por las plataformas.
Yo me encuentro en ese camino intermedio. Hago una película de presupuesto medio que no está ni en lado ni en otro. Me siento un poco en tierra de nadie.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados