Crítica de Nosotros no nos mataremos con pistolas

Esto es lo que hay

Las películas que muestran el reencuentro de viejos amigos constituyen un subgénero que vehicula la frustración y el fracaso de unos personajes que terminan siendo conscientes de la imposibilidad de alcanzar sus sueños. Basculando entre el drama y la comedia, en el aire queda un halo de nostálgico pesimismo generacional y que podemos recordar en títulos como Reencuentro, Los amigos de Peter, Beautiful girls o, si trasladamos este modelo al cine español, tendríamos el caso de ¿A quién te llevarías a una isla perdida? o Litus.

Nosotros no nos mataremos con pistolas, dirigida por María Ripoll, adapta la obra teatral de Víctor Sánchez Rodríguez –que coescribe el guion junto a Antonio Escámez– centrada en el reencuentro de cinco amigos que después de años sin verse acuden a la invitación de Blanca (Ingrid García-Jonsson) para comerse una paella en el pueblo donde se conocieron.

Un pueblo marcado por las cicatrices de la crisis y cinco personajes reunidos en una casa que testifica un doble fracaso: la ausencia de una de las personas que formaba parte del grupo y el naufragio personal de todos ellos. Acercándose a la treintena cada uno simboliza la frustración de muy diversas formas: la ruptura sentimental, la incertidumbre ante la maternidad, la ruina económica, la inseguridad laboral, los deseos no satisfechos o la dependencia de las drogas.

María Ripoll e Ingrid García-Jonsson durante el rodaje. Foto: Max Merz/Filmax

La tragedia de una generación que choca con todos los impedimentos de una realidad que se muestra tozuda, cruel, negando cualquier posibilidad de alcanzar aquellos objetivos que se marcaba el grupo en los tiempos en que todo era felicidad –un contrate remarcado por la alegría inocente de la juventud que se exhibía en unas antiguas cintas de video–.

En ese marco general, la película es un reflejo de lo vivido por una juventud golpeada por la crisis económica, donde cualquier expectativa de dejar atrás el pueblo natal para obtener la independencia –la mayoría se alejaron movidos por éxitos tempranos como un premio literario o una actividad empresarial– se ve ahora lejana, casi imposible.

El problema de Nosotros no nos mataremos con pistolas es que ese marco general, entendible y asumible por el espectador pues ha sido mil y una veces contado, no es capaz de descender a tierra para arropar a los personajes.

Sucede con la significativa escena con que da comienzo la película. La directora juega con el western mostrando elementos inequívocos de este género (planificación, un paisaje desértico, un símil de enfrentamiento entre la protagonista y una niña, la música) en lo que parece ser una declaración de intenciones de lo que vamos a ver. Pero rápidamente nos damos cuenta de que esos recursos del western son clichés porque en ningún momento transciende la atmósfera del género como podría ser el juego con el paisaje, la violencia soterrada o la épica trágica que dramatiza a los personajes.

Clichés que se repiten para testimoniar de forma explícita, a través del diálogo, el cambio sufrido por los personajes con duras apelaciones entre personajes que no trascienden más allá de su impacto inicial. En el afán de explicar y justificar todas las situaciones, se acota el espacio para la ambigüedad, para entender que la felicidad no es jugársela a un todo o nada y que, en el origen de esta situación, quizá seamos todos un poco culpables.

Este planteamiento dispar, que se suscita en el guion que traspasa el lenguaje teatral al cinematográfico, oculta algunos elementos interesantes que suponen cierta originalidad dentro de un modelo que ya hemos visto en repetidas ocasiones. En este sentido podemos señalar algunos detalles cercanos a la comedia surrealistas como la gallina reencarnada que pulula por las escenas, el disfraz de pollo de uno de los personajes o el uso metafórico de la elaboración de una paella para describir el universo en el que se encuentran los personajes.

Las actrices y actores de Nosotros no nos mataremos con pistolas

Las localizaciones valencianas –con la mezcla de diálogos entre castellano y valenciano– permiten introducir ese espíritu de inmediatez, de presencia del carácter mediterráneo, que mezcla noche, verbena y fiesta, asumiendo cierto carácter nihilista ante los problemas que surgen en la vida; aunque al día siguiente, con la salida del sol todo continúe igual.

María Ripoll, al igual que hiciera en su anterior filme, Vivir dos veces, se desenvuelve perfectamente en ese terreno tan resbaladizo que oscila entre la comicidad y el drama, apoyándose en un grupo de actrices y actores que suplen con habilidad el rol de naturalizar unos personajes desprovistos de la profundidad necesaria.

Se intuye en Nosotros no nos mataremos con pistolas el deseo de poner en imágenes el fracaso de una generación sometida a un pesimismo generalizado que sitúa a los personajes al borde del abismo, un abismo visible en la incertidumbre laboral y el caos mental que afecta a lo más íntimo de las personas; la limitación es que esa intención no termina de materializarse en un filme que funciona en demasiadas ocasiones a golpe de tópicos. Como deja patente uno de los personajes para referirse a la realidad que les rodea: “Esto es lo que hay”.

Escribe Luis Tormo

Título: Nosotros no nos mataremos con pistolas
País y año: España, 2022
Duración: 89 minutos
Dirección: María Ripoll
Guion: Victor Sanchez Rodriguez, Antonio Escámez,
Fotografía: Joan Bordera
Música: Simon Smith
Reparto: Ingrid García Jonsson, Elena Martin, Joe Manjón, Lorena López, Carlos Troya
Productora: Turanga Films, Un Capricho de Producciones
Distribuidora: Filmax

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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