Secretos de familia
Fabiola (Juana Acosta) es una mujer traumatizada por un accidente ocurrido en el pasado en el que su marido perdió la vida. Acompañada de su hija y de su padre se traslada a la isla en la que se encuentra la antigua casa familiar.
Las consecuencias (2021), segundo largometraje de Claudia Pinto tras La distancia más larga (2013), comienza explorando el dolor individualizado de Fabiola, una mujer aislada en su tormento interior, del que es incapaz de desprenderse para atender a su hija adolescente. La figura del padre (Alfredo Castro) se hace omnipresente cuidando de su hija y de su nieta, siempre desde un silencio entre resignado y comprensivo.
El viaje a la isla que representa la vuelta a las raíces familiares no hace más que explicitar el aislamiento en que está sumida Fabiola. Una isla inmersa en una naturaleza que empequeñece a los protagonistas.
El paisaje volcánico, la amplitud del mar, las dimensiones reducidas de la isla, las viviendas excavadas en la montaña ejerce una presión añadida sobre las personas, asfixiándolas. Únicamente la pequeña barca que los une a tierra firme es el nexo de unión con el mundo exterior y estará presente en cada personaje de una manera significativa.
Sin embargo, tras ese planteamiento inicialmente asentado en el duelo que afecta a la protagonista, el filme deriva hacia un drama más oscuro a partir de algunos detalles que ponen en alerta a Fabiola. Consciente de la escasa confianza que mantiene con su hija se verá en la obligación de escarbar en el hermético pasado familiar.
Fabiola sentirá la necesidad de profundizar en las relaciones que mantienen esa parte del triángulo familiar que ahora advierte de una forma diferente. De pronto ese dolor que atenazaba a Fabiola queda enmascarado por el deseo de conocer el pasado familiar del que poco a poco iremos averiguando hechos y situaciones que se remontan a cuatro generaciones de la familia. La protagonista se debate entre la exigencia de reunir toda la información y el miedo que provoca el acceso al conocimiento íntimo de una serie de acontecimientos que se agolpan despertando recuerdos de la niñez.
La inestabilidad emocional de Fabiola, la difícil relación con Gabi (María Romanillos), su hija adolescente que está en pleno despertar sexual, y el silencio que se cierne sobre toda la familia conforman un pacto no escrito que parece tener como objetivo seguir adelante sin reproches, un hecho que termina situando a Fabiola frente a un espejo que le devuelve una visión familiar extraña.
Bajo la metáfora del volcán dormido del que se sienten los temblores internos que terminan aflorando en la superficie –realidad que imita a la ficción– los miembros de la familia van pasando por un arco narrativo en el que se desdibujan las estrictas etiquetas de culpabilidad o inocencia para adjetivarse con atributos más difusos en torno a la posible complicidad para mantener la institución familiar y que termina convirtiendo a todos los personajes en víctimas de lo que ocultan.
Claudia Pinto es consciente de que maneja un tema sórdido, inaceptable, y donde, una vez señalado el origen de la culpabilidad, el efecto se extiende como una mancha que afecta a todos los personajes adultos. Las preguntas se suceden. ¿Replica el personaje interpretado por Alfredo Castro su traumática experiencia pasada? ¿Se atreve Fabiola a buscar las respuestas? ¿Cómo afronta la adolescente todo lo que le está sucediendo?
La acumulación de hechos relevantes que se van descubriendo poco a poco, aun siendo necesario para armar la historia familiar, termina generando cierta confusión sobre la consideración de los diferentes personajes, quedando la impresión de que son cartas mostradas para ocultar ausencias en la estructura del guion.
Las consecuencias funciona mejor mientras estamos en el terreno de la ambigüedad e intentamos comprender qué oprime a cada personaje a través de un ritmo pausado donde la cámara combina los primeros planos con la observación a distancia de esos personajes aprovechando la profundidad de campo (las miradas de Fabiola a su padre cuando está en la cocina o reparando la casa).
Toda la primera parte en la que somos incapaces de identificarnos con un punto de vista concreto y donde se despliegan diferentes temas como la incomunicación generacional, el lastre que supone la pertenencia a la institución familiar, los interrogantes que asaltan a la protagonista o los silencios que son más significativos que las palabras, son elementos apreciables en el armazón narrativo. La película de Claudia Pinto se mueve bien en esos detalles, en los gestos y miradas, donde lo importante a veces queda fuera de campo y que se apoya en un formidable reparto en el que sobresalen Juana Acosta y María Romanillos.
También es destacable el uso de las localizaciones que terminan empapando el discurso del filme con un juego alegórico que pone el acento en el aislamiento y la soledad –la isla que se convierte en un universo claustrofóbico–, la negrura de la tierra volcánica –que señala la turbiedad del tema abordado y el seísmo interior de la familia– y la inmensidad de mar –que está presente como efecto tractor y emocional–.
El mar con el que se inicia y se cierra el filme dibuja un triste círculo alrededor de unos personajes a los que es difícil juzgar; culpables e inocentes, víctimas del conflicto interior de una familia en la que únicamente las generaciones de mujeres más jóvenes –Fabiola y Gabi– quizá puedan escapar de esa vida tormentosa.
Escribe Luis Tormo
Título: Las consecuencias
País y año: España, 2021
Duración: 96 minutos
Dirección: Claudia Pinto Emperador
Guion: Claudia Pinto Emperador, Eduardo Sánchez Rugeles
Fotografía: Gabriel Guerra
Música: Vincent Barriere
Reparto: Juana Acosta, Alfredo Castro, María Romanillos, Carme Elías, Sonia Almarcha, Christian Checa, Héctor Alterio, Enrique Gimeno
Productora: Sin Rodeos Films, Las Consecuencias AIE, N279 Entertainment, Potemkino, Érase una Vez Films
Distribuidora: Syldavia Cinema
