Amores que parten
Las primeras imágenes de El secreto de sus ojos (2009) son las de una pareja que se despide en una estación de tren. No sentimos mayor emoción y únicamente nos quedamos con la información puramente descriptiva de esas imágenes fragmentadas.
Trascurrido parte del metraje, cuando volvemos a ver la escena completa, insertada en el momento en el que la narración le asigna dentro de la cronología de la historia, no podemos dejar de turbarnos con el dolor de esa despedida. La emoción que sentimos contemplando esa escena viene porque el espectador ahora tiene toda la información pues ha ido asistido al despliegue de una historia de amor. Ese conocimiento íntimo de los personajes es el que nos permite comprender la trascendencia de la despedida.
Un roce de los rostros de los protagonistas, casi un beso furtivo, y la urgencia provocada por la inminente salida del tren. Pasos acelerados por el andén, unas manos unidas pero separadas por el cristal de la ventanilla y la imagen de un amor que se aleja. Como espectadores sabemos que para los personajes ese alejamiento va más allá del hecho de subirse a un tren, implica una separación que marcará sus destinos.
Es cierto que la despedida más icónica de cine relacionada con un transporte quizá sea la de Casablanca (1942) y no es un tren sino un avión. Pero el tren que parte, el tren que abandona la estación, el tren que deja atrás las vías –y las vidas- son un recurrente en muchas películas por ese efecto visual de alejamiento, por la separación que supone un compartimento cerrado que aísla a uno de los personajes.
La realidad diría que nada es irreversible, que el personaje puede parar en la siguiente estación y deshacer la trágica despedida pero sabemos que cuando esa escena se plantea en el cine es una ruptura que significará una separación duradera en el tiempo, y la mayoría de las veces, para siempre. Cuando los protagonistas de El secreto de sus ojos se vuelvan a encontrar años después observamos una sensación de pérdida, una nostalgia derivada de la oportunidad perdida en la juventud por coger (o no) ese tren que pasaba.
Pero mucho antes de El secreto de sus ojos, Breve encuentro (Brief encounter, 1945) ya jugaba con la emotividad de la despedida utilizando el tren. Una primera escena, que daba paso a un flashback, nos acercaba a una historia de amor mediatizada por el horario y la partida del tren. La presencia de una antigua amiga entrometida impedía la última conversación entre los enamorados acuciados por la necesidad de coger el tren para disimilar su historia de amor.
En el clásico inglés que dirigió David lean, el tren acotaba los devaneos amorosos de la pareja protagonista, a veces simplemente con su presencia sonora, y la película incluía un estándar formal de la despedida ferroviaria: la conversación de última hora, el ruego del enamorado para volver a encontrarse, una promesa de ella mientras el tren parte, los primeros planos donde el rostro va más allá de las palabras y el juego con el montaje para dilatar el tiempo.
Un tren siempre presente y que encarna la tristeza de la mujer: “Parece que ha pasado una eternidad desde que el tren salió de la estación, llevándoselo hacia la oscuridad”. El tren representa esa partida de la persona querida, engullida como si fuera víctima de un agujero negro que acaba con su historia de amor.
El tren es un elemento sustancial en el cine de David Lean. No tanto por la extensión de las escenas pero sí por la importancia que adquiere en sus películas: el viaje como símbolo de la libertad en Doctor Zhivago (1965), la descripción de la India colonial en Pasaje a la India (A passage to India, 1984) o la propia construcción del puente para el ferrocarril en El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957) son ejemplos notables.
De hecho Lean incluye en Locuras de verano (Summertime, 1955) una despedida que clausura una historia de amor imposible entre una solterona americana y un galán italiano ambientada en la ciudad de Venecia. Katherine Hepburn sube al tren y en el último instante Rossano Brazzi aparece en la estación para ofrecerle un último obsequio. Lean estira la escena con una carrera por el andén y plasma la imposibilidad de ese amor a través de la distancia que los va separando y que impide el contacto entre ellos. Otra vez una despedida que supone el adiós definitivo a la ilusión de la protagonista de encontrar un amor en el marco idílico de la ciudad de los canales.
Dos años antes de que Lean filmará Locuras de Verano, Vittorio de Sica realizó Estación Termini (Stazione Termini. 1953). El director italiano venía de filmar Umberto D y decidió involucrarse en este largometraje producido por David O. Selznick; la idea de De Sica era realizar una especie de Breve encuentro a la italiana pero el capital americano hizo que la película se planteara como una gran producción con estrellas (Jennifer Jones, Montgomery Clift) y el filme sufrió cambios tanto en el guion (Zavattini, Capote)) como en el montaje definitivo.
Estación Termini nos dejaría una de las escenas finales más dramáticas de las que se desarrollan bajo el contexto de un tren. La pareja de amantes debe despedirse en el andén con el tren listo para salir. El trayecto de los enamorados hasta llegar al tren se tensiona por las miradas que Montgomery Clift efectúa a su reloj, durante la escena los insertos del reloj de la estación acrecientan la tensión, marcando la inevitable despedida. Un largo travelling mientras buscan el vagón del tren estira el tiempo y Clift acompañará a Jennifer Jones hasta el mismo vagón, subiendo a su compartimento. Última conversación, el tren se pone en marcha, el revisor alerta de que debe de bajar, Clift salta del tren en marcha y se lastima al caer sobre el cemento del andén mientras el tren se aleja por las vías.
Estas películas asientan una iconografía de la despedida que termina siendo reconocible para el espectador. Son escenas mediatizadas por el tiempo de partida que precipita los acontecimientos imprimiendo una urgencia en las conversaciones, acotando el acto que intenta retrasar la despedida, con un juego dramático del primer plano, de los gestos (abrazos, besos) envuelto en una banda sonora que amplifica la emotividad.
La realidad actual impide el acceso de los acompañantes al andén y mucho menos subir al tren pero en estos clásicos -para incrementar el efecto dramático- los enamorados corren, sitúan sus manos en el cristal de las ventanillas, se entregan objetos, se asoman por la ventanilla o saltan del tren en marcha.
Sabemos que la iconografía funciona y es reconocible cuando termina siendo objeto de parodia. El director Mel Brooks, acostumbrado a ironizar sobre los géneros y las obras clásicas del cine como el western en Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974), el suspense en Máxima ansiedad (High Anxiety, 1978) o las películas galácticas en La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987), incluye en El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974) su propia recreación de la despedida en el tren.
El cómico americano plantea la escena como un clásico. Filmada en blanco y negro nos muestra a la pareja de enamorados en la estación junto al tren; ella se pregunta «cómo podría decir en unos minutos lo que me ha costado toda una vida entender» mientras se suceden los insertos del revisor gritando «¡Viajeros al tren!». Él intenta besarla, abrazarla, pero cuando se va producir ese contacto físico típico de las escenas ella le indica que lleva el pelo recién hecho, que el vestido se arruga, que lleva las uñas pintadas, hasta que terminan despidiéndose con los codos.
Ilusiones que se truncan y donde los personajes asumen que la separación quedará en el recuerdo como un testimonio permanente del dolor. En la película griega Un toque de canela (Politiki kouzina, 2003), con el trasfondo histórico de los enfrentamientos entre Turquía y Grecia y tamizado por la importancia de la gastronomía, Fanis reflexiona sobre su vida (su infancia, su familia, el amor de juventud) y en la emotiva escena final de la película, desarrollada en la estación, asistimos a la despedida entre los dos enamorados. Un hombre y una mujer, ahora ya adultos, que se encontrado y separado en diferentes ocasiones, y que ante el adiós irreversible el personaje que interpreta George Corraface le pide a su amada que no se de vuelta, que no se gire, porque la imagen permanecerá como una promesa.
Si bien es cierto que la simbología de la partida del tren se adapta perfectamente a la melancolía del adiós entre las parejas de enamorados, también el tren es el origen de encuentros y romances –pensemos en la escena del tren de Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) entre Cary Grant y Eva Marie Saint y que Hitchcock concluyó con el significativo plano del tren entrando en el túnel–.
En este sentido hay que mencionar Antes del amanecer (Before sunrise, 1995) en la que el tren se convierte en la clave para sostener toda la película. El grueso del metraje se desarrolla por la noche en la ciudad de Viena pero el origen del romance está en el encuentro fortuito entre Ethan Hawke y Julie Delpy y en el permanente recordatorio que supone la partida del día siguiente.
Después de una noche romántica en la que los personajes conversan durante horas, conociéndose, abriéndose el uno al otro, intimando en las calles de Viena, tiene que ser en los momentos finales, con la presencia del tren como fondo de plano en el que destacan sus rostros, sus abrazos, sus besos, cuando los dos deciden encontrarse un tiempo después.
De manera recurrente el tren vuelve a ejercer la presión de la salida inminente precipitando los acontecimientos, haciendo brotar las palabras y los deseos que no se han dicho durante las horas que han permanecido juntos, permitiendo un final abierto –la promesa de reencontrarse en seis meses- en los que cada personaje emprende su camino por separado y que Linklater filma con unos planos en los que muestra los escenarios que han recorrido los personajes, ahora vacíos, y un perfecto raccord de movimiento que los va separando (él en el autobús y ella en el tren).
La capacidad de Richard Linklater para establecer proyectos que juegan con la continuidad y el tiempo –recordemos su experimento de filmar en tiempo real el paso de los años en Boyhood (2014)– permitió cerrar ese final abierto nuevos años después haciendo coincidir a los mismos personajes en Antes del atardecer (Before sunset, 2004).
En definitiva, hemos nombrado una serie de filmes en el que se detalla el uso del tren como localización para transmitir al espectador la idea de ruptura amorosa, de separación categórica y que en cualquier momento de la cronología del film significa un punto de cesura en la trayectoria vital de los personajes.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados