Hay mucha libertad en escribir y dirigir
El Festival de Cine de Alicante, que este año celebra su 18ª edición, ha otorgado a la cineasta Isabel Coixent el Premio Lucentum. Coixet es la directora más laureada en nuestro país y hay que destacar que en septiembre de 2020 recibió el Premio Nacional de Cinematografía.
Debutó en 1989 como guionista y directora de cine con Demasiado viejo para morir joven. Con Cosas que nunca te dije (1996) inició una carrera internacional a la que siguieron Mi vida sin mí (2003), galardonada con el Goya al mejor guion original, y La vida secreta de las palabras (2005), premiada con cuatro premios Goya.
En 2007 ganaría el Goya al mejor documental con Invisibles, codirigido con cuatro directores más. Posteriormente dirigió Elegy (2008), Mapa de los sonidos de Tokio (2009) y Aral: El mar perdido (2010). En 2011 se alzó con otro Goya al mejor documental con Escuchando al Juez Garzón (2011). En 2012 llegaría Marea blanca, y en 2013, Ayer no termina nunca. Posteriormente Mi otro yo (2013), Aprendiendo a conducir (2014) y Nadie quiere la noche (2015).
Su filmografía se completa con Talking about rose: Prisoner of Hissène Habré (2015); Spain in a Day (2016); La librería (2017), premio Goya a la mejor dirección y al mejor guion adaptado; Elisa y Marcela (2019), rodada para Netflix, y Foodie Love (2019), su primera serie. En 2020 dirige Nieva en Benidorm.
Gracias a las facilidades otorgadas por el Festival de Cine de Alicante hemos entrevistado a Isabel Coixet que nos ha hablado de su último film, Nieva en Benidorm, y nos ha explicado diferente aspectos de su ya larga trayectoria en el cine.
Tu último trabajo se circunscribe a una localización concreta que incorporas en el mismo título del filme. ¿Cómo surge esta idea? ¿Siempre ha estado asociada a Benidorm?
Isabel Coixet: La verdad es que está asociada desde el principio. Pensé la historia en Benidorm, siempre para ese lugar. No se planteó nunca hacer la película en otro sitio. Para mí, Benidorm tiene algo, aunque sé que es una ciudad denostada por muchos, pero yo he estado siempre en Benidorm en invierno y tiene un encanto…
Ves la ciudad, todos los edificios, ves cómo los edificios están pensados para que no se tapen la luz unos a otros; y de alguna manera, es un lugar donde confluyen, por un lado, los ingleses que vienen buscando playa y sol y poca cosa más, la gente que vive allí; y, por otro lado, los jubilados de toda España. Ahí hay un caldo de cultivo con muchas paradojas, y las paradojas son de lo que nos nutrimos los cineastas.
Las localizaciones son importantes en tus películas. Lo era Tokio en El mapa de los sonidos de Tokio, en La vida secreta de las palabras la plataforma es un microcosmos, un universo propio…
Mucho. Y cada vez me doy cuenta de que lo es más. Hay algo en los lugares que me resulta muy inspirador. Lo de Tokio y Benidorm está en el título, pero ciertas zonas de la Galicia rural fueron muy importantes a la hora de decidir hacer Elisa y Marcela.
Esa Galicia profunda es fundamental a la hora de contar la historia.
Siempre. Para mí hay algo en el lugar, incluso ya a nivel más técnico, más específico. Voy a una localización y sé si quiero rodar allí. Puede parecer ideal pero a lo mejor no quiero rodar en ese lugar… Los espacios son muy importantes, por eso me gusta mucho localizar y hacerlo personalmente.
En Nieva en Benidorm contrapones el Manchester gris y frío con la luminosidad del Mediterráneo, incluso tienes un plano de un anciano que tiene dificultad con el andador en esa ciudad inglesa mientras que aquí se desenvuelven con comodidad. Son esos dos mundos contrapuestos que descubre el protagonista.
Sí, uno es un mundo muy duro. A mí me parece que Inglaterra, cuando tú ves la serie Years and years [serie británica creada por Russell T. Davies para la BBC] te das cuenta de que es la Inglaterra de ahora, no es la Inglaterra del futuro. Para mí siempre ha sido un lugar muy difícil en el que vivir, muy agresivo y creo que es verdad. Ancianos con andadores están en todas partes, pero hay algo aquí, cuando tú ves a la gente en Benidorm, los ves como que han ocupado el terreno, no son un gueto. La sensación que yo tengo es que no se sienten en un gueto, sino que se sienten en un lugar que les pertenece, el lugar les respeta, el clima es amable, y desde luego, contrapuesto a la rigidez y al tiempo en Manchester: gana Benidorm.
Nieva en Benidorm es una mezcla de géneros. Puede ser un thriller, pero también un drama, incorpora toques de comedia… Tenemos tramos más realistas y otros más simbólicos. Es difícil de catalogar.
Sí, la multiplicidad de puntos de vista siempre me ha gustado. En mayor o menor medida en mis películas siempre ha habido, incluso en los momentos más dramáticos, toques de comedia. La vida sin mí que no pretendía ser una comedia porque es dura sí tiene algún toque de comedia.
Me parece que la vida es así. Incluso en los momentos más duros hay algo que es completamente ridículo y hay que aceptarlo. Y también, lo que uno vive como un drama, para otro no es un drama. Esa complejidad de estar vivo siempre me ha gustado plasmarla.
Marcas la película con una serie de títulos relacionados con la meteorología, pero también hablas del tiempo metafórico, como esa experiencia pasada, como tiempo vivido y también de lo que queda por vivir.
De eso que no somos conscientes. Sí. Creo que todos los cineastas cuando envejecemos, el paso del tiempo, por mucho que queramos escapar de él, está ahí. Vivirlo con una cierta bonhomía es lo que te enseña también el tiempo. Te enseña que podemos hacer muy poco por detenerlo, podemos hacer muy poco por estirarlo, pero sí podemos hacer por sentirlo de una manera menos dura. Evidentemente la vida de los sentimientos, el querer a alguien, sí que lo hace sentir de una forma más fácil.
E introduces en esta reflexión la figura de la poetisa Silvia Plath aprovechando las vivencias de su paso por Benidorm.
Es curioso. Ahora ha aparecido una biografía más de Silvia Plath, y su biógrafa, que hace un trabajo exhaustivo, habla de su paso por Benidorm. La biografía apareció una vez ya habíamos rodado la película y hay cosas que me hubiera gustado incorporar, pero también hay algo que se desprende de sus biografías y es que siempre la describen como una mujer atormentada, una mujer con muchos demonios personales, con unas ganas de buscar la perfección; pero también era una persona que amaba mucho la vida, que se lo pasaba muy bien. Aunque es verdad que esa intensidad con la que vivía, esa pasión exacerbada, no le hacía la vida fácil.
Creo que los lugares siempre guardan la presencia de alguien o al menos nosotros les dotamos de esa presencia con nuestra idea, con esa forma de enseñar qué personas han vivido aquí. Recuerdo haber estado leyendo los diarios de Silvia Plath y me sorprendía siempre. Para mí es la evocación de lo que pudo haber sido porque, no nos engañemos, el Mediterráneo de ahora no es el que vivió Silvia Plath, aunque cuando ella estuvo en Benidorm ya empezaba a intuirse lo que iba a ser, la importancia del turismo, una costa dedicada al extranjero.
La protagonista de Nieva en Benidorm, Sarita Choudhury, es una de las mujeres que se repiten en tu filmografía, mujeres enigmáticas, con un pasado que se intuye doloroso, pero que a la vez son fuertes.
Son personajes fuertes y frágiles como la mayoría de la gente. No es la heroína fuerte, con superpoderes; todos, a la que rascamos, encontramos que somos fuertes y débiles,
Tus películas destilan melancolía. Los personajes se mueven entre cierta melancolía optimista. Sarita Choudhury y Timothy Spall parece que tendrán su oportunidad.
Eso estaría bien. Me gustaría que la gente sacara esa conclusión.
Y la melancolía, sí. Una melancolía que depende también de la lucidez, una lucidez que te hace ver la vida como una cosa bella y absurda al mismo tiempo; y encima terminará y nos quejaremos de que termine aunque nos hayamos pasado parte de nuestra vida quejándonos de cómo son las cosas.

No es una melancolía peyorativa, es casi una forma de vida
Es una forma de vida. Extraña forma de vida como dice el fado de Amália Rodrigues.
Revisando tu trayectoria tienes películas de ficción, documentales, una serie, trabajos para publicidad, una película para las plataformas, como Elisa y Marcela para Netflix. ¿Dónde te sientes más cómoda?
Me siento más cómoda detrás de una cámara. Ahora estoy haciendo un documental y me siento muy bien, escuchando cosas que yo no he escrito, que no he creado, escuchando a gente que dice cosas que me interesan… Con una cámara. Si me dices qué cosa escoger para el resto de mi vida, largometrajes desde luego, pero también me lo paso muy bien rodando la serie de Foodie Love, de hecho, la concebí casi como dos largometrajes.
Vengo de una generación que se ha criado en el cine, no concibo mi vida haciendo otra cosa; pero he hecho esos documentales y también cortos de diez minutos y esos diez minutos tenían sentido para lo que yo quería contar.
La mayoría de tus trabajos son guiones que escribes y diriges. ¿Hay algún salto entre cuando escribes como guionista y la forma en que luego lo pones en imágenes? ¿Te influye el rodaje, cambia ese guion inicial?
Yo siempre pienso que para mí es más fácil escribir y dirigir. Creo que hay mucha libertad en eso. Cuando de repente notas que hay algo que no está fluyendo bien, puedes cambiarlo, dar un giro, crear algo que explique más o que explique menos… yo siento más libertad.
Dado que respeto mucho el trabajo de los escritores y los guionistas, cuando me han dado un texto de otra persona, siempre estoy intentando respetar el texto y a la vez hacer algo en lo que yo crea; este ejercicio me parece más difícil, interesante pero más difícil. Para mí es más cómodo escribir y dirigir.

Cuando hemos hablado antes de las localizaciones hemos visto que has rodado en muchos sitios fuera de nuestro país. Tienes una carrera internacional extensa rodando en diferentes países y con un buen número de intérpretes que son auténticas estrellas del cine internacional. ¿Cómo llegas ahí?
Supongo que atreviéndome a soñar con rodar con ellos. Escribí Cosas que nunca te dije cuando vivía en Estados Unidos y a mí me parecía de lo más normal escribir en inglés. Y conseguir actores me pareció que tenía sentido, rodar la película con ellos.
A partir de ahí todo fue más fácil. No fue una aspiración que yo planeara, pero ha sido relativamente fácil. Recuerdo pensar que quizá lo más complicado sería Tim Robbins. Cuando escribí La vida secreta de las palabras él acababa de ganar un Oscar por Mystic River; había escrito el papel de Hanna pensando en Sarah Polley porque nos habíamos llevado muy bien, éramos amigas, y me parece una mujer con un talento inmenso.
Entonces le enviamos el guión al agente de Tim, pensando que… bueno, vamos a ir pensando en otros actores porque este hombre es difícil que acepte… Pero dijo que sí enseguida. A la semana me llamó, me dijo que había leído el guión y que estaba en Londres, nos sentamos y salió; y este papel siempre lo cita como una de las mejores experiencias de su vida; fue una buenísima conexión, somos amigos, es un tipo muy fácil, yo le decía: «Si quieres cambiar alguna cosa», pero no cambió ni una coma.
Con Ben Kingsley, el proyecto de Elegy ya venía dado, había dicho que sí en su día a hacer la película, luego se unió Penélope, y con Ben muy bien. En Elegy también estaba Dennis Hopper que también lo recuerdo como un tipo amable, sincero.
Y con toda la leyenda que tiene detrás…
Sí, sí. Dennis Hopper viajaba con una cosa que llamaban sober companion que es alguien que cuando estaba a punto de pedir una cerveza con alcohol, le decía que sin alcohol. Pero muy bien. El hecho de que los papeles que les he ofrecido les interesaran es lo fundamental, tampoco hay mucho más.
Quizá porque el tipo de escritura conlleva temas universales que son entendibles en cualquier sitio.
La verdad es que sí. También se van encadenando cosas, después de la experiencia de Elegy empezamos ya a pensar en Aprendiendo a conducir, con Patricia Clarkson, y Ben Kingsley dijo que le interesaba, que cuando tuviéramos el proyecto en marcha que le llamáramos; primero dijo que no, por no repetir, por no hacer de otro personaje hindú, pero luego dijo que sí.
En La librería, Emily Mortimer es una actriz que siempre me había gustado y que me parecía que nunca le daban papeles protagonistas, y tiene un encanto que me gusta mucho.
Y ya para acabar, tus finales son de los que obligan a quedarse hasta el final de los títulos de crédito porque aportan contenido a la historia.
Siempre procuro que haya algo como recompensa a los que se quedan a los títulos de crédito finales. Los que se van, ellos se lo pierden.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados