Redención imposible
De Polonia, uno de los países representantes de la más fiel ortodoxia católica, llega Corpus Christi, la película dirigida por Jan Komasa que plantea una reflexión sobre la capacidad de redención a través de la fe. Komasa (Poznań, 1981) es un cineasta reconocido en su país gracias a títulos como Suicide Room (2011) o Varsovia 1944 (2014). Su último trabajo, Hater (2020), se puede ver en la plataforma Netflix.
En Corpus Christi, Daniel (Bartosz Bielenia) permanece internado en un reformatorio por un grave delito cometido en el pasado. Un entorno violento del que únicamente parece evadirse gracias a su deseo de convertirse en sacerdote fascinado por el ritual de la misa. Consciente de que con sus antecedentes penales jamás ingresará en el seminario, cuando sale del reformatorio es enviado a trabajar a un aserradero en un pequeño pueblo. Una vez allí, una serie de casualidades hacen que Daniel se haga cargo accidentalmente de la parroquia.
En su afán por expiar sus culpas y ayudar a los demás, Daniel se convierte en la correa de trasmisión capaz de enfrentarse a las tensiones generadas en la comunidad. Siguiendo el modelo narrativo en el que un elemento foráneo se introduce en un entorno pequeño, cerrado, Daniel comienza a entender que su papel puede ser determinante para superar la tragedia que atenaza a todo el pueblo.

Una tragedia que sume a los habitantes en un dolor silencioso y que la Iglesia tradicional parece tener bajo control acudiendo al precepto de la voluntad divina. Una sumisa fragilidad que salta por los aires cuando el nuevo aire renovador que introduce el (falso) sacerdote provoca que ese universo preestablecido (las rutinas eclesiásticas, las imágenes en cada casa) ya no sea capaz de responder a todas las preguntas.
Daniel busca su redención y para ello debe ayudar a la comunidad erigiéndose en el intermediario entre el Cristo crucificado al que implora con la mirada y los parroquianos a quienes asiste. El guión de Mateusz Pacewicz, basado lejanamente en una historia real de un joven que se hizo pasar por sacerdote durante tres meses, no juzga a los personajes, simplemente expone la realidad de cada uno de ellos. Daniel es un embaucador que se aferra a la fe católica como último recurso para enderezar su futuro, aunque sabe que a pasar de su juventud, su pasado es una losa que le impide avanzar.
Pero los habitantes del pueblo también forman un grupo cerrado, e incluso egoísta, en el que establecen sus propias relaciones de poder internas, desde el alcalde y cacique que dirige el aserradero hasta la mujer que ejerce de sacristana. El pueblo se convierte en un microcosmos donde las tensiones sociales y la codicia humana emergen en numerosas ocasiones. Tanto Daniel como los habitantes de la comunidad tienen un mismo objetivo: redimirse de su pasado, de sus tragedias, a través de la fe en Dios.

Con una cámara centrada en la mirada cristalina del protagonista, que asiste insólito a todos los acontecimientos que se despliega a su alrededor, el enredo pierde pronto su inicial curiosidad para transformarse en un drama existencial sobre el papel que jugamos en la vida y las cartas que nos reparte el destino. Los ritos de la Iglesia, su metalenguaje y el atrezo propio del sacerdocio (el alzacuello, la sotana) no son suficientes para enmendar los errores cometidos. Por momentos parece que ese trampantojo sacerdotal llegará a convertir a Daniel en un ser admirado por la comunidad, pero las contradicciones innatas de unos y otros terminan haciendo insostenible conjugar valores como la creencia en la fe o el perdón entre las personas.
En realidad, bajo todo el ropaje de la tradición católica, el filme esconde cierta doctrina de la predestinación pues el propio Daniel es consciente de que su destino está escrito y que los acontecimientos vividos en el pasado le impiden levantar el vuelo y salirse del camino que tiene asignado en la vida (“Todos sois escoria” le dice un personaje en el autobús a Daniel).
Retrato demoledor de la Iglesia tradicional el filme no aporta esperanzas para el joven descarriado. El círculo que se abría con las imágenes en el reformatorio se cierra con un desenlace en el mismo lugar, certificando la imposibilidad de huir del pasado excesivo y violento, dejando de forma patente que las diferencias sociales terminan estableciendo compartimientos estancos de donde es muy difícil huir.

Con una fotografía basada en los tonos grises y azulados, la elección formal de Komasa apuesta por el minimalismo escénico explotando el rostro demacrado del protagonista, convirtiéndole en la herramienta necesaria para comunicar la tesis del filme, moviéndose con sutileza en el terreno que discurre entre la ironía y la realidad. Las miradas, los primeros planos, su interposición entre las imágenes del Cristo crucificado y los silencios, profundizan en el terreno místico, cercano a la ensoñación, en el que se sumerge Daniel.
El filme también desvela todo el artificio en que se sostiene las creencias y la fe. Se recurre a Dios para mitigar el dolor terrenal y las tragedias cotidianas que afectan a las personas pero tras ese mantra, asentado en la liturgia de la Iglesia, no queda nada que aliente la esperanza. El personaje de Daniel simboliza la invisible frontera que se establece entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre el creyente y el embaucador.
Escribe Luis Tormo
Título: Corpus Christi
Título original: Boże Ciało
País y año: Polonia, Francia, 2019
Duración: 115 minutos
Dirección: Jan Komasa
Guion: Mateusz Pacewicz
Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine
Fotografía: Piotr Sobocinski Jr.
Reparto: Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Aleksandra Konieczna
Productora: Aurum Film, Canal+ Polska
Distribuidora: Surtsey Films