Crítica de Adiós, la película dirigida por Paco Cabezas

Difícil despedida

La pérdida de un ser querido, de un hijo o hija, es el origen de una temática dramática que tiene su reflejo, desde variadas perspectivas, en un sinfín de películas. A veces es el tema central, otras permanece latente; este año, sin ir más lejos, tenemos un ejemplo con la película china Hasta siempre, hijo mío; hace unos años Nanni Moretti firmaba uno de sus mejores trabajos dramáticos con La habitación del hijo; y en 2016, Manchester frente al mar ahondaba en ese abismo emocional que marcaba para siempre el devenir de un matrimonio.

El dolor y la incomprensión por la muerte de un hijo golpean a todo tipo de personas, sea cual sea su extracción social, en cualquier país y tiempo. Cuando esta consideración argumental convive con los diferentes géneros, se va adaptando al esquema a la estructura que el género concreto requiere en cada momento, así cuando se aborda desde el drama suele dar como resultado filmes de introspección como los ya señalados, mientras que si nos movemos en el terreno del thriller o el policiaco intervienen otros factores que pasan a primer plano como la violencia o la venganza.

Esta adscripción al género negro es el que marca el regreso al cine español de Paco Cabezas, director sevillano reconocido estos últimos años por trabajar en la industria americana, dirigiendo tanto películas (Tokarev, Mr. Right) como series de televisión (Into the Badlands, Penny Dreadful, Fear the Walking Dead, etc.).

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Foto: ©JulioVergne

Para este retorno a Sevilla, a unas localizaciones y paisajes que el director conoce de primera mano, cuenta la historia de Juan (Mario Casas), un delincuente que disfruta del tercer grado y quiere rehabilitarse desvinculándose de los lazos familiares que le atan a un pasado oscuro y violento. En ese intento de rehacer su vida es de vital importancia su hija pequeña y su mujer Triana (Natalia de Molina); pero todo cambia cuando en un choque fortuito con otro coche la niña muere, siendo esto el inicio de una pesadilla que terminará implicando a todos los personajes que desfilan por la pantalla.

Una historia que tiene puntos de contacto con la trayectoria pasada del director sevillano pues Mario Casas era el protagonista de Carne de neón y la pérdida accidental de una hija está en el meollo central de Tokarev, el thriller dirigido por Paco Cabezas y protagonizado por Nicolas Cage.

Con una estructura basada en tres capítulos, Adiós abandona someramente el drama y el dolor por la muerte de la hija para sumergir a los personajes principales un en un pozo oscuro de culpabilidad y venganza. La pertenencia a la familia, de la que en principio Juan intenta renunciar en aras a conseguir una estabilidad junto a su mujer y su hija, termina siendo el refugio cuando la situación empeora.

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Foto: ©JulioVergne

El pasado que el personaje encarnado por Mario Casas intenta dejar atrás (la pregunta que le formula su hija respecto a si es un hombre bueno) vuelve una y otra vez, abonado por el deseo de venganza y la necesidad innata de impartir justicia a los culpables de la muerte de su hija. La fatalidad hace que la tragedia personal se cruce con un doble juego entre los enemigos de la familia y una trama de corrupción policial que sitúa a Juan en el centro de una tormenta de violencia.

El vengativo padre tiene enfrente a Eli (Ruth Díaz), la policía encargada de encontrar a los culpables del atropello mortal y que en cierto modo termina siendo la persona con la que Juan encontrará cierta complicidad, pues ambos sufren problemas similares. Eli no deja de ser una persona que poco a poco asume que debe plantarse a sus compañeros, encontrándose sola y planteándose el dilema de tener que aislarse frente a la corrupción policial.

De esta forma, partiendo del tema inicial de la tragedia de unos padres, la película comienza a desplegar una variedad de temas que ya hemos visto en innumerables ocasiones: la frágil barrera que existe entre la justicia y la venganza, la dificultad de liberarse de las raíces familiares, los problemas sociales y la sensación de no formar parte de la sociedad, una trama de corrupción policial que sitúa al mismo nivel a delincuentes y vigilantes de la ley, la violencia como única salida para resolver los problemas o el ajuste final forzado de todas las piezas para que el puzle encaje.

Quizá conscientes de que el espectador está familiarizado con estas tramas, la escritura del filme se queda en la parte externa sin desarrollar el perfil psicológico de los personajes, confiando en exceso a la pirotecnia propia del género, y dejando solo en apuntes algunas buena idea como es el poder de los personajes femeninos que se rebelan en un entorno eminentemente masculino: Triana, la madre de la niña; la matriarcal abuela (Mona Martínez) y la investigadora de la policía.

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Foto: ©JulioVergne

Con un argumento que no aporta novedad en su tratamiento, el aspecto en el que la película sobresale es en el uso dramático de las localizaciones. El espacio físico de uno de los barrios más desfavorecidos de Sevilla, Las 3000 Viviendas, se convierte en un protagonista más del filme. Las viviendas humildes, las calles sucias, los lugares deshabitados, la oscuridad de los interiores y los habitantes que lo pueblan son moldeados para crear el ambiente de pesadilla en el que se sumergen los personajes. Con la certeza de la lamentable condición que se vive en el barrio (reyertas entre clanes, dificultad de la policía para ejercer el control), las escenas de ficción adquieren un mayor viso de realidad y el efecto de desasosiego y tensión se acrecienta por la oscuridad, física y simbólica, en la que se mueven los personajes.

Un ejemplo de esta recreación ambiental lo tenemos en la escena en la que la policía pone en marcha la redada en el barrio, pasando por delante del cartel que da entrada a Las 3000 Viviendas, y donde la realización nerviosa y el montaje fraccionado, pone en primer papel el espacio físico que parece proteger y también limitar a los protagonistas, con un uso similar al que hemos visto con anterioridad en películas como Grupo 7 de Alberto Rodríguez (también rodada en Sevilla) o las series Gomorra y Gigantes.

Con el uso de las canciones, integradas como un contenido más, el filme recuerda también a ese cine sobre la delincuencia que a partir de mediados de los 70 adquirió protagonismo en el panorama español, con autores como José Antonio de la Loma o Eloy de la Iglesia, realizando un guiño al Carlos Saura de Deprisa, deprisa, a través de la canción Me quedo contigo (Si me das a elegir) con la versión de Rocío Márquez.

Para que el mecanismo del género funcione es necesario contar con un reparto que haga creíble el drama y ahí también tenemos uno de los aciertos de la película. Desde el trío protagonista, con un desbordante Mario Casas y las siempre eficaces Natalia de Molina y Ruth Díaz, pasando por unos secundarios (Vicente Romero, Carlos Bardem, Mona Martínez, etc.), que son los que consiguen dar vida a unos personajes a pesar de que la escritura del filme no los arropa completamente.

Con algunas reiteraciones (las apariciones imaginarias de la niña) y un exceso de simbolismo muy marcado (el pájaro enjaulado que vemos al principio del filme y el pájaro liberado con el que termina), Adiós no consigue traspasar la capa externa para profundizar en el dolor que supone asumir y despedir (de ahí el título) a ese ser querido. Finalmente, ese pesimismo que lastra la vida de los personajes y que se reitera a lo largo de toda la película, fruto del submundo al que pertenecen y que no concede oportunidades, contrasta con la luminosidad con la que concluye la película.

Escribe Luis Tormo

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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