La banda de Roberto Bueso

La belleza de la sencillez

Hay situaciones en la vida en que es necesario tomar decisiones que implican dejar atrás personas y sentimientos queridos. La propia elección de un rumbo determinado implica de manera innata descartar otros caminos que terminan significando una pérdida o una despedida. Ésta es, de una manera sintetizada, la tesis principal que plantea La banda, el debut cinematográfico del director valenciano Roberto Bueso.

Estructurado el relato en torno al fenómeno de las bandas de música, uno de los activos culturales de la Comunitat Valenciana, el guión de Bueso aprovecha la camaradería de las sociedades musicales, en las que se originan relaciones de amistad casi desde la infancia, para narrar una historia en la que Edu, un músico que tras tres años en Inglaterra buscando un futuro profesional, regresa a su pueblo para asistir a la boda de su hermano.

Este viaje de retorno, en el que el propio protagonista desconoce si es un paréntesis momentáneo (ha rechazado presentarse a una prueba) o tendrá una duración indefinida, posibilita el contacto con los antiguos amigos y con una persona muy especial, Alicia, la novia de su mejor amigo.

Para los demás Edu es un triunfador, desde siempre ya veían en él a la persona que alcanzaría la meta que se propusiera. El músico afincado en Londres, muy alejado del microcosmos del pueblo, sin embargo está lleno de dudas.

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Foto © Natxo Martínez

El tono melodrámatico que tiñe al personaje protagonista muestra el momento decisivo en que se encuentra su vida. No es algo nuevo en el universo creativo del director valenciano pues ya en su primer corto, La noche de las ponchongas, el protagonista debía abandonar su entorno para irse a Barcelona. Ahora, como si fuera una especie de continuidad en el tiempo, Edu debe elegir entre quedarse o irse, entre retornar al pasado o mirar hacia el futuro.

Las amistades reencontradas, esa banda de siempre conformada por el grupo de amigos, la posibilidad de un amor materializado en Alicia y el apego a las raíces, son el contrapeso a la elección racional de un trabajo para el que se ha formado durante años.
La necesidad de abordar un cambio está amplificada en el protagonista pero el resto de personajes también se debaten en esa tesitura: Alicia medita su relación con Juanma, uno de los amigos se debate por su amor hacia una chica menor de edad, los padres de Edu que esperan la respuesta definitiva de su hijo, etc.

La escritura fílmica apuesta por la sencillez y la cámara se pone al servicio de la historia. Se puede rastrear cierto clasicismo tanto en la forma de narrar como en el uso de los recursos cinematográficos. Muchos detalles están apenas subrayados y van más allá de los diálogos, como puede ser la mirada que Edu dirige a sus padres cuando van en el coche al principio del filme y se dan la mano, que más tarde se retomará en el dialogo para destacar el tiempo compartido de los padres; o la manera en que se indica que Edu es un triunfador a través de la escena de la bolera, donde el hermano tras un par de intentos apenas tira un par de bolos mientras Edu, con un solo tiro, los tira todos.

Un estilo transparente donde la cámara de una manera sencilla acompaña a los personajes mientras se desplazan por una calle, mientras el plano-contraplano clásico une a Edu y Alicia captando un juego de miradas, o la forma en que se trata con delicadeza el beso en el jardín botánico jugando con la metáfora de la lluvia en su primer encuentro (ahora es el agua del riego de las plantas) y la oscuridad de la noche.

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Foto © Natxo Martínez

Esta sencillez se extiende a un texto que suena natural y que se apoya en la combinación de un reparto que mezcla los actores amateurs y profesionales para aportar esa credibilidad.

De esta forma Edu irá sopesando un pasado al que vuelve una y otra vez para intentar encontrar razones que le hagan decidirse. Un pasado que pertenece a un territorio de la niñez, asentado en recuerdos que comienzan a disiparse. Esa insistencia en mitificar un lugar de El Saler donde Edu y Alicia se refugiaron una noche que llovía cuando eran adolescentes y que ella no recuerda.

Tendrá que ser precisamente el convencimiento de que ese pasado ya no existe (ahora es incapaz de encontrar ese sitio de su juventud) para que pueda afrontar el futuro sin ataduras. Para abrir una nueva etapa hay que cerrar otras y ese es el viaje interior, físico y mentalmente, que recorre el protagonista.

Para redondear ese clasicismo del que hemos hablado con anterioridad hubiéramos necesitado quizá un mayor ritmo en la parte central pues la película parece que por momentos se contagia del silencio y la incapacidad para reaccionar del personaje protagonista. Un ritmo que se retoma en la parte final en una brillante resolución que culmina con dos escenas muy elegantes que tienen en común un abrazo. En la primera tenemos el abrazo entre los tres amigos (Edu, Juanma y Alicia), y un segundo abrazo, entre Edu, su padre y su madre. Dos abrazos emocionantes en los que se condensa la tristeza que supone certificar el cierre de una etapa vivida, con todo lo que ello significa, y la alegría por la decisión tomada.

Película pequeña, que sabe manejar sus limitaciones jugando de la mejor manera sus cartas, para ofrecer una obra que tiene un carácter universal pues la temática es aplicable a personas y situaciones diferentes y donde lo mejor se encuentra en el carácter intimista y contenido de su propuesta, donde las miradas, los silencios y las sonrisas definen a sus personajes.

Escribe Luis Tormo

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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