Entrevista con Roberto Bueso, guionista y director de La banda

La banda, la opera prima del guionista y director Roberto Bueso, se estrena el 21 de junio de 2019 en la 34 edición de Cinema Jove de Valencia. La película está protagonizada por Gonzalo Fernández y Charlotte Vega que junto a Pepo Llopis, Xavi Giner y Hugo Rubert forman el grupo de amigos. Completan el reparto Inma Sancho, Enric Benavent y Carlo Blanco.

Roberto Bueso (Valencia, 1986), tras cursar estudios de Filosofía en la Universidad de Valencia, realiza en 2007 el Máster Iberoamericano de Guion de Cine (FIA), donde aúna dos de sus pasiones: la escritura y las películas. Tras esa experiencia se forma en la ECAM —la escuela de cine de Madrid— en la especialidad de Dirección Cinematográfica. Se gradúa con el Premio Extraordinario de fin de carrera como primero de promoción durante tres años consecutivos y obtiene la beca de la Fundación Borau, única a nivel nacional para el apoyo a jóvenes cineastas, gracias a la cual vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Su cortometraje La noche de las ponchongas, premiado en festivales como Alcine, Aguilar de Campoo o Les enfants terribles (Bélgica), fue su proyecto final de carrera. La Banda es su opera prima.

Aprovechando el preestreno del filme en Valencia, hemos entrevistado a Roberto Bueso sobre lo que ha significado su debut cinematográfico.

La presencia argumental de las bandas de música es algo que tiene mucha importancia en la película. Para los que somos de la Comunitat Valenciana sabemos del valor de este fenómeno y creo que en la película ha tenido su reflejo incluso desde el casting pues buscabas personas que tuvieran que ver con las bandas.

Sí, totalmente. Queríamos reflejar las bandas desde un punto de vista muy natural: los personajes, un pueblo a las afueras de Valencia, una pandilla que se había conocido desde pequeñitos. Y las bandas es eso, se forman así, en el musical desde pequeños, los padres les meten, se van haciendo una especie de quintas, se van haciendo amigos.

Ese mundo, que en Valencia conocemos pero fuera es más desconocido, es lo que queríamos retratar de un modo particular y por eso se nos ocurrió buscar esto. Quería músicos porque hay momentos en que tocan música y quería que fuera en directo, entonces una cosa llevó a la otra.

Es algo que ya había hecho en mi proyecto de final de carrera en la ECAM, mezclando actores no profesionales con actores que sí lo eran, y nos atrevimos a irnos a los ensayos de las bandas por los pueblos de toda la Comunitat, a intentar fichar a gente que compartía algún elemento con los personajes. Y después, en rodaje, intentamos hacer el camino inverso, en lugar de presentarles a un personaje que estaba escrito y hacer que el actor vaya poco a poco acercándose a él, lo hicimos al revés. Los personajes estaban escritos, pero no sabíamos muy bien cómo eran y tratamos de acercarlos a los chicos que habíamos seleccionado.

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Gonzalo Fernández y Charlotte Vega en La banda. Foto © Natxo Martínez

El guión se readaptó a lo que teníais delante.

La verdad es que he tenido bastante suerte porque se ha dado todo a la vez, de manera natural. El caso más reseñable es el de Gonzalo, que interpreta al protagonista. Es un chico que llegó con una timidez, con una mirada en la que tenía algo por resolver, al que costaba sacarle las cosas, y el personaje de Edu es un poco así… Dubitativo, como que guarda muchas cosas dentro, que no te lo dice todo, que hay que descifrarle poco a poco.

Y creo que Edu está así al principio de la película; después al relacionarse con los amigos se le van despertando los sentidos, con Alicia, de tal forma que conforme avanza la película va perdiendo esa anestesia inicial. Creo que fue un camino inverso, de los personajes a los actores y de los actores a los personajes.

Ahora que has citado tu primer corto. ¿Te ha costado dar el salto al rodaje profesional de este largometraje?

Digamos que lo que hay que quitarse son los pensamientos respecto a que esto no tiene nada ver con lo que he hecho hasta ahora, que es mucho más grande, piensas en el presupuesto, en el equipo, mucho más numeroso… El productor, Bovaria, que estaba detrás.

Quitar esas inseguridades de que estás haciendo algo muy grande es algo que cuesta al principio, pero una vez te desprendes de ello, te das cuenta de que en esencia, como director, tienes que hacer lo mismo, sea un corto o una película. Hay que tener muy claro el corazón de la historia que estás contando y perseguirlo en cada secuencia. Es el tamaño y el tiempo lo que te da más miedo.

¿Cómo ha sido trabajar con Fernando Bovaria como productor?

Sé la suerte que he tenido y he sido un privilegiado. Él vio mi corto, mi proyecto final de carrera, La noche de las ponchongas, le gustó mucho, nos conocimos, y a partir de entonces establecimos una relación casi de amistad, pero muy seria, muy profesional.

Para mí ha sido compañero de viaje, él y toda la gente de Mod. He aprendido mucho con ellos, siento que ha sido todo hecho muy poco a poco, he ido aprendiendo y sintiendo que era el momento de hacer la película. Ha sido un placer. Él también es valenciano y entendía perfectamente el mundo que queríamos retratar; ha espoleado mucho la historia, es de la Vall d’Uixó y conocía lo que queríamos contar. Ha sido como un trabajo en equipo.

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Revisando tu corto, La noche de las ponchongas, he visto puntos de contacto. El protagonista tiene que dejar a sus amigos e irse a Barcelona, una noche conoce a una chica, sabe que tiene que irse… Ahora hay un salto generacional, es una persona más mayor, que vuelve a estar ante un dilema.

Es curioso porque, en cualquier caso, yo no lo he hecho adrede. Son cosas de las que te das cuenta después, a las que tiendo de manera natural, incluso a veces resistiéndome a contar lo mismo. Me gustan estas historias de iniciación, de pasar de la niñez a la edad adulta, un personaje que tiene un conflicto y parece que la manera de resolverlo es mediante una despedida. Son constantes que no busco, pero que suelen aparecer. Parece que entre corto y película hay como una transferencia, diez años después…

Quizá son personajes atemporales y es una historia que puede pasar a cualquier edad. Siempre hay que estar eligiendo y en cada elección hay una perdida.

En mi experiencia, siempre que me he encontrado en momentos que yo notaba que algo me estaba pasando por dentro, que todavía no logras descifrar, un momento de alcanzar un grado de madurez, suele venir acompañado de una despedida o producido por una despedida, aunque sea simbólica. Parecen ideas muy tópicas pero es algo que le ocurre a todo el mundo y que son atemporales, creo que ha pasado siempre. Luego hay que darle un tratamiento muy concreto, muy particular, pero los temas de los que trata la película son muy universales.

Me ha sorprendido gratamente el tono melodramático y la confección de la película, muy sencilla, pero no sencilla en sentido peyorativo sino sencilla como clásica, ofrecer las cosas al espectador con la imagen, esa manera de contar sin que esté presente el diálogo.

Es el cine que me enamoró. Creo que hay algo que se está perdiendo, ese clasicismo, y cuesta identificarlo hoy en día. No sé si es bueno o malo intentar seguir ese camino, pero yo no puedo evitarlo. Te diría que forma parte de mis influencias, el cine clásico, ese tipo de rima visual que de alguna manera vas dejando como miguitas de pan para que el espectador llegue a ello.

Creo que se da en toda la película esa forma de narrar. En el final hay un abrazo entre los protagonistas y un abrazo con los padres, dado de la misma forma. Tiene un efecto…

Quiero pensar que tiene un efecto inconsciente y que son ideas que yo también llevo de manera inconsciente. No siempre está todo tan calculado. Son rimas que ves posteriormente. Y no son casuales.

Hablabas antes de la sencillez. Es sencillez no peyorativa, clásica, despojada de tracería. A veces con muy poquito puedes constar mucho. Para mí es lo más difícil. También fallo muchas veces y no te siguen la pista, pero cuando lo consigues es la esencia, eso que se dice de la esencia preverbal del cine, mediante la imagen.

También hay cierta naturalidad en los diálogos entre un actor amateur y una actriz con más bagaje profesional.

Era una de las cosas que tenía más clara. Una de las razones por las que tenemos actores que se ponen por primera vez delante de una cámara era para lograr eso. Lo que intentamos es crear la falsa ilusión de que esta gente existe; somos unos privilegiados y nos han dejado asomarnos por un agujerito para ver vida, para ver cosas que están ocurriendo en la realidad, que están sintiendo y hablando como si no les viera nadie.

Intenté naturalizar mucho las cosas que estaban escritas, a veces había que seguir el guión a rajatabla, pero siempre buscando que hubiera muchas frescura.

Escribe Luis Tormo

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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