Sueños de juventud
En plena polémica sobre los nuevos modelos de producción y exhibición llega ¿A quién te llevarías a una isla desierta?, el segundo trabajo de Jota Linares tras Animales sin collar. Producida por Netflix, se ha estrenado exclusivamente para su consumo en streaming (aunque la película participó en la Sección Oficial a Concurso de la pasada edición del Festival de Málaga).
Un debate estéril pues al final se trata es de juzgar un trabajo desde el punto de vista narrativo. Ya pasó con Roma y continuará pasando con otras obras porque el modelo de producción y distribución está en plena evolución respecto al estándar clásico; el mero estreno en pantalla grande no aporta una exclusividad respecto a lo que consideramos estrictamente cinematográfico o no, y tendremos que acostumbrarnos a una convivencia de ambos modelos pues ya son complementarios, y en muchos casos, este tipo de plataformas constituyen el impulso definitivo para que determinados proyectos pueden salir adelante.
La película tiene su origen en un cortometraje de Linares que posteriormente fue adaptado al formato teatral por el propio director y por Paco Anaya, y ahora se ha retomado para su versión cinematográfica en lo que parece ser el final de un círculo creativo en torno a un argumento donde cuatro amigos, que llevan compartiendo piso durante ocho años, afrontan el último día en que van a estar juntos pues cada uno va a tomar su propio camino para buscar su futuro.
Circunscrito en el marco de la reciente crisis económica y social, el relato focaliza su atención en la generación de jóvenes que tras su formación académica deben afrontar el tránsito al mundo laboral, un entorno profesional donde volcar sus años de estudios en lo que tendría que ser un futuro exitoso en el que cumplir sus ambiciones, sus sueños; una mirada justo en el momento en que ese grupo indivisible (Marta no vivía allí pero su relación con Marcos hace que haya estado con ellos como una más) se va a separar.
El filme comienza con un amanecer y en la parte inicial asistimos a las trayectorias de los personajes: la relación de Marcos y Marta, uno va a hacer el MIR para ser médico y la otra le acompañará; Eze se entera ese mismo día que tiene una beca en Londres para estudiar cine; Celeste, intenta ser actriz pero necesita trabajar en otra ocupación para sobrevivir.
Lo que se presupone una noche de despedida con los últimos momentos de alegría juntos, salta por los aires por una simple pregunta, la que da título a la película. El alcohol mezclado con la incertidumbre ante el futuro, hace que los personajes reflexionen sobre su trayectoria durante esos años pasados; y ante el reto futuro surgen los reproches, las traiciones y el lastre negativo de ocultar los auténticos deseos. Las individualidades, los miedos ante el comportamiento mantenido durante años, la revelación de los verdaderos sentimientos, la puesta en primer plano de la identidad sexual, y sobre todo, la duda sobre el camino a seguir tras dejar atrás una etapa en la que son conscientes de que ya no hay vuelta atrás.
Al contrario que en Animales sin collar, donde el argumento era deudor de una situación muy concreta (temporal y geográfica), ¿A quién te llevarías a una isla desierta? plantea una propuesta más universal: al margen de la situación puntual de una crisis económica o los motivos personales que mueven a los personajes; el miedo ante el reto de afrontar una nueva etapa desconocida frente a la inocencia de la juventud, siendo consciente de los errores y fracasos que ya se acumulan (oportunidades perdidas en el amor, conciencia del egoísmo), supone un vértigo al situar a los personajes frente a un terreno inexplorado.
A esta universalidad contribuyen algunos recursos comunes que hemos visto en otras obras o filmes como es el uso del calor como elemento dramático para generar tensión entre los personajes; la presencia de un espacio exterior, la terraza de la finca, un territorio en el que los personajes escapan de la asfixia del piso y pueden confesar libremente aquello que sienten; o la identificación con esa complicación provocada por la dificultad ante los cambios, que tarde o temprano (en diferentes épocas, con diferentes problemas) llega a todas las personas.
La traslación al formato cinematográfico se libera de la deuda que podría tener del original teatral, utilizando un estilo de narración que ya vimos en Animales sin collar. En las primeras escenas del filme tenemos a Marcos y Marta en su cuarto, vemos una fotografía en el marco de un espejo de ellos dos, mientras su imagen reflejada en el espejo está desenfocada; más adelante, los dos hablan en la cama y Marta en muchas ocasiones permanece fuera de foco de una manera muy deliberada, en unos planos tan estéticos como significativos. Finalmente, el espectador tendrá la explicación que justifica esta manera de contar la historia. Es un recurso muy visual que tiene su funcionalidad narrativa y que es propio del lenguaje cinematográfico.
De igual forma, aunque tengamos escapatorias para oxigenar la historia (los planos de Celeste y Eze por la calle, Eze en su trabajo, la terraza, el epílogo) la parte central se desarrolla en un espacio cerrado, claustrofóbico, con mucho texto (en ocasiones, excesivamente forzado) y donde el director rompe con el esquema de frontalidad o plano-contraplano situando la cámara muy cerca del rostro, una cámara introspectiva que no permanece ajena a lo que les está pasando a los personajes, una cámara que sigue el diálogo pero que también persevera en su atención a los significativos silencios de los personajes, desprendiéndose de su origen teatral.
En la parte final, cuando el filme se cierra con el amanecer acotando ese espacio temporal de un día (la película comienza con una panorámica sobre Madrid cuando despunta el alba), se produce un salto en el tiempo que nos lleva al epílogo. Un epílogo en el que tenemos el momento de mayor sinceridad y sensibilidad del filme, con el tropiezo casual de Eze y Celeste por la calle.
Un encuentro que sirve para recuperar a los dos personajes más mimados por el texto, con más fondo, los dos personajes que muestran de una manera más evidente la necesidad de alcanzar un sueño poniendo en pie la creación artística (escribiendo, dirigiendo, interpretando) en una conclusión que oscila entre la derrota y la esperanza, equilibrando la capacidad de soñar con la realidad.
De hecho, el filme realiza un guiño a esa realidad a través del personaje de Celeste (un gran trabajo de Andrea Ros), quien dependiendo económicamente de su trabajo en la restauración, consigue llevar adelante el proyecto de abrir una sala teatral off, Garaje Lumiere: una sala que existió en Madrid y que el filme reproduce mostrando su característico neón y utilizando en un cameo a los personajes reales que pusieron en marcha la sala; una sala donde se estrenó la obra teatral de Jota Linares y Paco Anaya. Una sala que, finalmente, la crisis se llevó por delante y tuvo que echar el cierre.
La película es un relato generacional sobre la distancia entre los sueños y la realidad, que puede adaptarse a una situación concreta —la crisis económica— pero que va más allá, extendiéndose a la incertidumbre que produce tener que enfrentarse al abismo de la madurez.
Un paso más en la interesante trayectoria cinematográfica de Jota Linares.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados