Crítica de Lo dejo cuando quiera

Cuanto peor, mejor

En 2014, el director italiano Sydney Sibilia realiza su primer largometraje Smetto quando voglio, una especie de Breaking Bad a la italiana en clave humorística donde unos profesores universitarios, aprovechando sus conocimientos, elaboran una sustancia química y terminan convirtiéndose en traficantes. Esta película se convierte en uno de los éxitos de taquilla de ese año, propiciando su continuidad en 2017. Y al igual que ocurrió con Perfectos desconocidos de Alex de la Iglesia, también basada en un éxito italiano, nos llega ahora el remake español, Lo dejo cuando quiera.

Al frente del proyecto hispano se sitúa Carlos Therón. Ganador de un Goya al Mejor Cortometraje Documental en 2006 y que desde sus inicios compagina el cine y la televisión, con muchos trabajos asentados en el género cómico (Fuga de Cerebros 2, Está todo bien, la serie El chiringuito de Pepe o la primera temporada de la serie de Berto Romero en Movistar, Mira lo que has hecho).

En el original italiano la comicidad deviene de unos personajes que se encuentran desubicados y donde a través de la comedia clásica, con un especial tratamiento de los diálogos, se deja patente con ironía y cierta amargura las consecuencias de la crisis económica; en el remake español, la comicidad se centra más en el propio mecanismo del gag a través del modelo de comedia gamberra para traducir las situaciones a nuestro entorno más cercano.

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Sony Pictures. © Nicolás de Assas

El punto de partida es una realidad que afecta a una generación de jóvenes formada como nunca, pero que ve frustrado su acceso al mundo laboral por unas precarias condiciones sociales y económicas. Al igual que otros filmes, como Perdiendo el norte, la película intenta combinar la comedia con unas gotitas de reflexión sobre la triste situación socioeconómica.

Con un planteamiento de tres actos basado en mostrarnos la situación problemática de los personajes, la búsqueda de soluciones y el ascenso, y finalmente, la resolución, lo que marca Lo dejo cuando quiera es la apuesta por el tono gamberro que justifica todo tipo de situaciones derivadas del choque que provoca ver a tres miembros de la universidad (profesores, investigadores) que utilizan el conocimiento aprendido durante años para instalarse en un entorno criminal comercializando drogas en forma de pastillas.

La moraleja está clara, tantos años de esfuerzo no sirven para nada porque el triunfo se deriva no de estudiar sino de delinquir. Cuanto peor se comportan, mejor reconocimiento social y económico obtienen (antes pasaban desapercibidos y ahora los jóvenes los ven como triunfadores, la exmujer de uno lo empieza a considerar ahora que parece triunfar).

Situaciones equívocas, personajes torpes, mentiras y malentendidos, todo ello elementos típicos de la comedia clásica pero barnizados con una capa de slapstick que permite llevar esas situaciones al absurdo, exagerando el mensaje y provocando que esa comicidad funcione como un elemento aislado en cada escena, pero que no se extiende a todo la película.

Un planteamiento que esconde la reflexión sobre la causa que provoca estas situaciones y la crítica hacia una sociedad que valora el triunfo de la mediocridad fácil frente a la dificultad del esfuerzo.

La película forma parte de ese tipo de comedia que poco a poco se ha ido haciendo un hueco en nuestro cine bajo un modelo ya reconocible: película de carácter industrial donde cada parte (dirección, guión, reparto, etc.) se articula perfectamente para crear un producto que habla de una situación social contemporánea (crisis económica, el encarecimiento de la vivienda, la emigración de nuestro talento joven, etc.) con un reparto coral que combina caras conocidas del cine y de la televisión. Todo ello se empaqueta con un diseño de producción y una difusión promocional atractivos (participación de los grandes grupos televisivos, distribución potente) que se rentabiliza en taquilla durante las primeras semanas.

Algunas escenas divertidas deudoras del cine cómico más clásico (cambio de roles, equívocos), buen equilibrio del reparto coral que enmascara los personajes planos diseñados en el guión y la sensación de estar frente un producto donde el entretenimiento, para bien y para mal, se impone a la introspección sobre la temática del filme.

Lo dejo cuando quiera es cuanto peor, mejor: cuanto peor propuesta artística, mejor funcionará en taquilla. Quizá tengamos que refugiarnos en el entorno televisivo para encontrar trabajos que son capaces de equilibrar el entretenimiento, la reflexión y el éxito como es el ejemplo reciente que el propio Therón realizó en su anterior trabajo para la serie Mira lo que has hecho.

Escribe Luis Tormo

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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