Tarde en el museo

Capté esta fotografía que encabeza el post en Londres durante un viaje realizado este mes de agosto de 2018. Estaba fotografiando algunos cuadros, y las salas donde estos se encontraban (abarrotadas de gente en estas fechas), y casi por casualidad, me topo con esta instantanea. Creo que esta foto invita a una reflexión para todas las personas, tanto las que trabajamos en alguna parcela del turismo como aquellas que se consideran turistas o viajeros, sobre las consecuencias que tiene una planificación del viaje basado en jornadas maratonianas.
La imagen está tomada exactamente en la National Gallery, uno de los museos más visitados de Londres, localizado en el mismo Trafalgar Square. Cuenta con más de 2.000 obras de pintura que abarcan desde el Renacimiento hasta el Impresionismo. Entre sus obras más reconocidas tenemos Los girasoles de Van Gogh, La Virgen de las Rocas de Leonardo da Vinci, La Natividad de Botticelli, La Venus del Espejo de Velazquez o El Matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck.
Y no es más que un puñado de obras entre las muchas, pertenecientes a grandes maestros de la pintura como Holbein, Vermeer, Rembrant o Monet, que se distribuyen a lo largo y ancho de numerosas y espaciosas salas organizadas en cuatro zonas.
Volviendo a la fotografía, como se puede apreciar muestra a dos personas literalmente desmayadas en las butacas (situadas frente a La Venus del Espejo de Velázquez). Afortunadamente, el movimiento de la respiración en sus cuerpos descartaba cualquier consecuencia fatal y no parecía necesario llamar a la asistencia médica o al personal del museo.
Tampoco parecía que nos encontráramos ante el síndrome de Stendhal y que estas dos personas, arrebatadas por la belleza de las obras que contemplaban, sufrieran un efecto similar al padecido por los escritores románticos cuando viajaban por Europa en el siglo XIX y les deslumbraban las obras de arte que contemplaban, cayendo en un éxtasis estético.
No. Es mucho más sencillo. Simplemente estaban absolutamente dormidas.

El cansancio les derrotó frente a la Venus de Velázquez que, relajadamente, se mira al espejo. Un sueño reparador para estas dos personas que la fotografía amplifica mostrando el escorzo de una chica con la boca abierta junto a otra que, sentada y vencida, duerme mientras sostiene mecánicamente el teléfono móvil en su mano, un móvil quizá testigo de los últimos instantes antes de caer en el sueño profundo.
Esta foto capta un momento concreto, que nos puede ocurrir a cualquiera en algunas de las exhaustivas jornadas a las que nos sometemos en los viajes; quizá no de una manera tan evidente, pero es fácil ver en destinos turísticos que cuentan con un buen puñado de recursos interesantes, a turistas agotados que se arrastran mecánicamente para cumplir con los objetivos marcados.
Segmentación
Desde cualquier sector turístico (administración, empresarios) es constante plantear una estrategia de segmentación. Segmentación que se aplica al marketing turístico, a la comercialización de los productos y a su promoción.
Cada uno desde su parcela sabe que llegar a todo el mundo cada vez resulta más complicado. Ya no podemos abarcar todo ni dirigirnos a nuestros clientes de la misma forma. La segmentación y la adaptación a cada target es necesario para que los mensajes lleguen de una manera correcta a cada uno de los colectivos al que nos dirigimos.
Esta misma segmentación debería aplicarse también a la planificación de los viajes, tanto por los profesionales como por los viajeros que organizan su viaje por su cuenta. Hay una obsesión por abarcar el máximo de aquello que puede ser visitable que se traslada desde las propias fuentes de información: guías en soporte papel, profesionales, blogs de viajes, expertos e influencers, etc.

Preparando un viaje basado en descubrir los recursos turísticos de una ciudad o un destino, inmediatamente nos encontramos con las formulas estandarizadas que nos informan sobre la posibilidad de ver “Londres en 2 días”, “Sicilia en 3 días” o “Nueva York en 4 días”, “las 10 cosas imprescindibles en …”, etc. Obviamente estas informaciones ayudan para establecer aquellos mínimos imprescindibles que hay que ver en cada destino, pero establece también una presión latente sobre aquello que tenemos que ver y, en la mayoría de casos, la planificación propuesta es inviable porque intervienen multitud de factores como con quién viajas (si vas con familia, niños, en pareja), en qué momento viajas (presencia de mayor o menor afluencia de turistas, horarios, climatología, etc.) o qué tipo de intereses nos motivan para viajar.
Por ejemplo, personalmente me gusta la experiencia de realizar aquellas cosas que me transmiten cómo viven las personas de lugar (alojarme en un vivienda o un apartamento, comprar en su supermercado, callejear) mientras otras personas pueden considerar que eso no forma de sus necesidades de viaje o que un hotel es una mejor opción por la situación o la comodidad. Hay quien piensa que debe ver todos los recursos turisticos, no verlos o pasar mucho o poco tiempo en ellos. Y cada elección es perfectamente razonable y defendible.
La inmediatez y la visibilidad en redes sociales también introduce elementos nuevos. Cada vez es más común observar a personas que, situadas ante un recurso turístico, parece que el objetivo principal es testimoniar la presencia física.
La pantalla decodifica el objeto aportando más valor al hecho de conseguir la imagen que a disfrutar del conocimiento de dicho objeto. Comenzamos a observar la realidad a través del objetivo o la pantalla.
La experiencia del viajero
Dentro de la libertad que cada persona tiene para disfrutar del turismo y los viajes (y los profesionales del turismo para vender o comercializar sus productos), quizá no estaría mal volver los ojos al verdadero valor del viaje, a la experiencia del viaje, al conocimiento que nos aporta como personas el acceso a la cultura, al pasado y al presente de una sociedad distinta a la nuestra; y no tanto a la recolección o al checking de recursos turísticos.
Para cada persona la experiencia del viaje es distinta. El viajero también debe ser capaz de segmentar aquello que quiere ver en función de sus intereses, de tal forma que seamos capaces de mantener un equilibrio entre la experiencia placentera, la sostenibilidad y la rentabilidad del viaje; quiza sea la forma más razonable de que el turista no se convierta, no nos convirtamos, en corredores de fondo.
Texto y fotos: Luis Tormo