Pesimista lucidez
La dilatada filmografía de John Huston como director, desde su primer película con El halcón Maltés, a principios de los años 40, hasta sus últimos trabajos en la década de los 80, abarca un gran número de trabajos con un valor fílmico indudable. Sin embargo, como pasa con algunos autores (Mankiewicz, Penn, Hawks, etc.), a lo largo de la historiografía cinematográfica su apreciación ha pasado por diferentes vaivenes respecto a su importancia como creador.
“La obra de John Huston no es tan interesante como su vida” dijo Orson Welles. Esta afirmación, exagerada a la vista de la dilatada y valiosa trayectoria del director de La burla del diablo, sí que pone el acento en determinados elementos que residen fuera de la propia obra. Elementos asociados a una vida aventurera que en John Huston, tanto en lo personal como en lo profesional, se mezcla con el misticismo asociado a la época dorada del Hollywood clásico.
Con múltiples trabajos en sus inicios, su trayectoria profesional está asociada a las grandes estrellas del universo del cine, sus rodajes dentro y fuera de Hollywood, su carácter extrovertido, y su extensa carrera que abarca más de 40 años tras las cámaras, cimentando todo ello una imagen mítica.
Muchos de sus rodajes están trufados de una pátina aventurera que impregna la película y va más allá de la propia obra fílmica. Es conocido todo el relato que gira alrededor del rodaje de La reina de África con las anécdotas de la filmación en exteriores en el continente africano (que tan bien reflejó Eastwood en Cazador blanco, corazón negro, basado en el libro de Peter Viertel).
La leyenda
Una de las películas que traspasa la frontera de la pantalla y ensancha la leyenda de Huston es Vidas rebeldes (The Misfits, 1961). Protagonizada por Marilyn Monroe, Clark Gable, Montgomery Clift y Eli Wallach, el filme contaba con el guión del dramaturgo Arthur Miller. En esos momentos el matrimonio de Arthur Miller y Marilyn Monroe, uno de los más mediáticos de Hollywood, se encontraba en descomposición fruto de los problemas de la pareja y la adicción de la actriz al alcohol y los tranquilizantes.
Huston relata en sus memorias (1) la dificultad que supuso el rodaje con Marilyn Monroe debido a los retrasos continuos, el mal aspecto por sus problemas de adicción y el aturdimiento debido al abuso de las pastillas. Fruto de todo ello, la filmación tuvo que ser paralizada durante días para ingresar a la actriz en un hospital debido a una crisis nerviosa.
La presencia de Montgomery Clift, un actor que arrastraba también su dependencia del alcohol, con una vida personal repleta de problemas (su carácter frágil y salud endeble, la dificultad para asumir su sexualidad en el cerrado mundo de Hollywood, el accidente de coche que afectó a su rostro), contribuyó a aumentar el anecdotario del filme.
El presupuesto del filme ascendió finalmente a 4 millones de dólares, en parte provocado por los retrasos en su rodaje, convirtiendo a Vidas rebeldes en la película más cara en blanco y negro.
Clark Gable moriría de un problema coronario a los pocos días de finalizar el rodaje. Y Marilyn Monroe, al quedar inacabado Something’s Got to Give, convirtió Vidas rebeldes en su testamento cinematográfico. El hecho de que el filme se convirtiera en el último trabajo de dos actores como Gable y Monroe (Montgomery Clift todavía rodó algún filme más y moriría en 1966, aunque la noche de su muerte se emitía el filme en televisión y él se negó a verlo) terminó acrecentando todos aquellos aspectos que iban más allá de la propia consideración estricta de la película.
Si unimos a esto la exposición pública del Marilyn Monroe y el paralelismo establecido entre ficción y realidad (mujer joven y hombre mayor, las dudas e inseguridades del personaje femenino, una mujer deseada por los hombres que la rodean) tenemos todos los elementos para elevar el filme más allá del estricto relato cinematográfico.
La película
El origen hay que situarlo en una vivencia personal de Arthur Miller. Cuando el escritor fue a divorciarse de su primera esposa en Nevada, se encontró durante las semanas que pasó allí con unos vaqueros que se dedicaban a cazar caballos salvajes. De esta experiencia nació el relato The misfits, publicado en 1957 en la revista Esquire (2).
Miller, que deseaba escribir un guión para que lo interpretara Marilyn Monroe, aprovechó el relato incluyendo en la historia el personaje de Roslyn, una mujer que se desplaza a Reno para obtener su divorcio. Una vez elaborado el primer borrador del guión, la propuesta inicial era ofrecerlo a 20th Century Fox, el estudio al que Monroe estaba unida por contrato, aunque no obtuvo el visto bueno para el proyecto, siendo finalmente la United Artits la que distribuiría el filme.
En 1959 Frank Taylor contactó con John Huston para preguntarle si le interesaba dirigir un filme que estaba produciendo y que contaría con un guión que Arthur Miller había escrito para su mujer. Huston se involucró en el proyecto y junto con el actor principal, Clark Gable, querían empezar a rodar cuanto antes, aunque el inicio de la filmación se retraso para esperar a la incorporación de Montgomery Clift y Eli Wallach.
Mientras tanto el guión de Miller sufrió cambios continuos. Como relata Donald Spoto, “Al comenzar el rodaje, el guión de Vidas rebeldes aún no estaba concluido, a pesar de los tres años de trabajo, varios borradores y un resumen detallado” (3). Un proceso tan espaciado en el tiempo, con modificaciones y revisiones sobre el original, sirvió para ir mostrando el estado de ánimo por el que atravesaba el escritor.
En ese periodo de tres años desde la génesis hasta la puesta en imágenes, la experiencia personal del escritor bascula desde el optimismo inicial de su matrimonio con la actriz hasta el desanimo, con una relación que se iba deteriorando por diversas razones de las que eran responsables tanto uno como la otra y que dejó huella en el proceso de creación del filme.
En este sentido, el primer tema que encontramos en el filme es un retrato de la figura de Marilyn Monroe a través del personaje de Roslyn. Resulta imposible zafarse del personaje sin equiparlo a la actriz que lo interpreta.
El guión de Miller describe los efectos que Roslyn provoca en el resto de personajes, la primera vez que los hombres la ven no pueden evitar caer rendidos por su presencia. Los tres protagonistas se sienten atraídos, de muy diferente forma, por esa mujer que tiene que vender su coche porque “los hombres chocan con ella solo para entablar conversación”.
Hay una disección de la parte pública, en la que Roslyn se muestra alegre y provocadora, frente a la imagen que se proyecta en la intimidad, mucho más dubitativa a través de las conversaciones sobre todo con Guy (Clark Gable) que traslucen la dolorosa soledad de un personaje que deambula sin rumbo. Apenas sabemos nada de su pasado (bailarina en clubs nocturnos, divorciada) pero tampoco se atisba un futuro pues Roslyn no es más que una ingenua que no es capaz de reconocer la verdadera realidad que le rodea.
De carácter extrovertido, capaz de conquistar a las personas con su presencia, su inocencia provoca malentendidos y controversia entre los personajes masculinos. Sabemos también que esa fachada exterior (su atractivo físico, simpatía y espontaneidad) esconde una persona muy diferente. “Eres la persona más triste que he visto” le dice Guy a Roslyn, siendo la mirada del viejo vaquero el único capaz de ir más allá de esa imagen –ficticia- alegre.
Soledad que envuelve a todos los personajes que deambulan por el filme. Los tres hombres protagonistas representan la vida del vaquero, errante, sin paga fija. Pero cada uno de ellos se encuentra en una fase distinta, Perce (Montgomery Clift) es joven y ya malgasta su vida con una trayectoria casi suicida (viviendo de los rodeos, emborrachándose) en un intento de superar su atormentada existencia , Guido (Eli Wallach) se cree libre pero en realidad está afligido por la soledad que le acompaña desde la muerte de su mujer; finalmente Guy es el único que asume su triste situación, sabedor de que su tiempo ya pasó, aspira únicamente a recomponer su vida al lado de Roslyn consciente de que está ante su última oportunidad.
Este sentimiento doloroso afecta a todos los personajes y remarca las carencias afectivas. Esa huella puede verse en Isabelle, interpretado por Thelma Ritter, un personaje que representa a una mujer socarrona y curtida, que parece haberse adaptado a los embates de la vida, y que termina desapareciendo del guión para irse con su exmarido y su nueva mujer (una antigua amiga suya), como único remedio para acabar con su soledad.
Para los cuatro personajes que sostienen el filme, esta soledad no es únicamente un sentimiento individual, es una soledad que implica un desarraigo con la sociedad que los rodea. Ya no es que necesiten compartir sus vivencias con alguien o amar a otra persona, su verdadera tragedia es que han perdido la conexión con el mundo.
Un mundo que ha evolucionado dejando atrás el modo de vida de unos vaqueros que malviven ahora vendiendo caballos para sacrificarlos o jugándose la vida en el rodeo. En el paso entre la década de los 50 los 60, estos profesionales que han vivido en un entorno libre, trabajando por su cuenta y sin ataduras, descubren ahora como la apisonadora del progreso se lleva por delante el orden establecido.
El filme juega con la iconografía mítica asociada al western, asumiendo elementos claves como la presencia dominante del paisaje (en este caso el inmenso espacio del desierto), la pervivencia del hombre en el entorno natural (la comparación con la libertad de los caballos) y la independencia de la vida itinerante (el hogar es más un deseo que una realidad); precisamente para contraponer que esos aspectos claves han perdido su valor.
Todo aquello que daba sentido y justificaba una vida en base a modelos anclados en la tradición americana, desaparece ahora porque la sociedad ha evolucionado.
Guy, el viejo vaquero, es el que más conscientemente asume las consecuencias del cambio. A pesar de ser la persona que más apuesta por su trabajo (atrapar los caballos para su venta, defensa frente a Roslyn de este tipo de vida), en el fondo, es el que asume que cualquier tiempo pasado fue mejor. Terco y obstinado, sabe que su encuentro con ella significa la última posibilidad de formar un hogar.
Vidas rebeldes, desde el marco contemporáneo de principios de los años 60, supone una de las mejores incursiones en el western que posteriormente se definiría como crepuscular. En un discurso similar al que pondría en práctica Peckinpah en esos mismos años (Duelo en la alta sierra) el personaje envejecido encarna una mezcla de pesimismo y lucidez, consciente de la mediocridad y el tedio que le rodea es el único capacitado para certificar la renuncia a un modo de vida.
Vidas rebeldes, a pesar de no pertenecer al género western, quizá sea uno de los que mejor representa el misticismo del viejo oeste, en el que explica la grandeza de un tiempo pasado y la implacable lógica del progreso que va dejando en la cuneta a los inadaptados, marcando un tono pesimista que se recogería en el futuro tratamiento del western a partir de los años 60 en el cine.
La cantidad enorme de diálogos que el guión de Miller pone en boca de los personajes, encuentra el contrapunto en la realización de Huston, que combina desde los primeros planos, centrados en el rostro de los actores para captar su dolor interior, hasta los planos generales en exteriores que tienen como objetivo minimizar a esos personajes respecto al paisaje.
Y también ocurre que el universo pesimista creado por el dramaturgo encuentra el complemento perfecto en la temática del fracaso que Huston iba labrando en su filmografía. Todos los personajes son unos perdedores, y a lo largo de su corta o larga vida, exhiben las cicatrices de su derrota. El piloto viudo, el cowboy, el viejo vaquero o la joven ingenua; ahogados en alcohol, no parecen destinados a disfrutar de un futuro mejor.
Incluso ese plano final donde Guy y Roslyn se marchan juntos en la camioneta, no implica una apuesta por un happy end, pues el filme nos ha ido mostrando la escasa confianza en la vida en pareja. Por lo tanto, ese regreso a casa guiado por las estrellas no parece exento de cierta renuncia y amargura.
Vidas rebeldes, elevando la mirada más allá de las meras anécdotas, supone un trabajo en el que se vislumbra claramente un modelo donde la conjunción de todos los elementos creativos remarca la tesis de que el cine es un proceso en el que todas las partes suman para el resultado final, creando en este caso una obra irrepetible testimonio de una época cambiante.
Escribe Luis Tormo
(1) A libro abierto (An open book), Huston, John. Espasa-Calpe, Madrid, 1986
(2) En España este relato, titulado Los inadaptados se publicó en 2013 en el libro Ya no te necesito de la editorial Tusquets en el que se recogen varios relatos de Arthur Miller. Posteriormente Tusquets editó en 2015, con motivo del centenario del nacimiento del escritor, Vidas rebeldes, el libro basado en el guión del filme.
(3) Spoto, Donald. Marilyn Monroe. La biografía, editorial Anagrama, 1993.
Artículo publicado originalmente en Encadenados