Vivir
Mia Hansen-Løve lleva años tejiendo una filmografía inspirada en sus propias experiencias o en las de su entorno más cercano. Si su anterior trabajo, La isla de Bergman, debía mucho a la relación que mantuvo con el director Olivier Assayas, en Una bonita mañana el guion nace fruto de la necesidad de expresar sus sentimientos respecto a la enfermedad degenerativa que padecía su padre.
La película comienza con una secuencia rodada en una soleada calle de París con una cámara que sigue a Sandra (Léa Seydoux). Cuando la protagonista se introduce en un portal e intenta acceder a la vivienda de su padre se materializan los problemas de éste (dificultad para abrir la puerta, casi no entiende a su hija, etc.). La causa es una enfermedad que hará que el padre deba ser ingresado en un hospital y posteriormente derivado a una residencia de ancianos.
Sandra es una madre treintañera, separada, que trabaja como traductora y tiene a su cargo a su hija de ocho años. El encuentro casual con Clément (Melvil Poupaud), un antiguo amor, hará que fructifique una relación amorosa precaria –Clément está casado, tiene un hijo y muestra una actitud ambigua respecto a la posibilidad de dejar a su mujer– supondrá para Sandra una luz de esperanza pero también un incierto futuro de restablecer una estabilidad sentimental.
Planteada esta dicotomía, en el mundo de Sandra convive la constancia de una vida que se apaga con la oportunidad de encontrar un amor que se muestra esquivo. Dos líneas argumentales que se desarrollan paralelas. El sufrimiento ante la decadencia física y mental de su padre resulta especialmente duro en un hombre con un pasado intelectual, antiguo profesor de filosofía, del que ahora ya no queda apenas rastro. Frente al resto de todos aquellos que rodean a su padre (su novia, su exmujer, su otra hija) Sandra ejemplifica el dolor y la impotencia de la hija que se sabe inmersa en una batalla perdida de antemano.
Un terrible drama al que se une la dificultad de los cuidados en la vejez y la enfermedad, en ese mundo urbano y civilizado donde es necesario aparcar el cuerpo físico de las personas queridas para poder continuar con la vida diaria. La cámara de Mia Hansen-Løve recorre el rostro de Léa Seydoux donde queda reflejada la tristeza de cada visita al anciano que una vez fue un eminente intelectual.
Y en esa vida que debe seguir, Sandra afronta su relación sentimental con Clément compaginando el papel de madre y amante, con la esperanza de sentirse amada, deseada. Frente a la desesperanza de la enfermedad paterna, la protagonista encuentra una posibilidad de amar y abandonar la soledad; un camino lleno de obstáculos en los que tendrá que lidiar con las idas y venidas de Clément.
Una bonita mañana, como ocurre en la filmografía de su directora, es un retrato femenino de una mujer que a pesar de las dificultades continúa luchando, una hija que toma conciencia de la pérdida de su padre pero también una amante que espera el amor de un hombre casado y con hijos. Un camino que se vislumbra incierto pero que no hay más remedio que recorrer.
La película muestra el contrate entre el sufrimiento personal e íntimo y la necesidad de seguir viviendo. El trabajo, la relación sentimental, la educación de su hija. Escenas cotidianas con amigos, la relación familiar con su madre, el placer sexual con Clément. Las penas y las alegrías de lo que significa vivir acompañan el rostro de la protagonista alternando las lágrimas con las risas.
Las dudas frente a lo que deparará su futuro se convierten en un buen puñado de preguntas sin respuesta que condiciona un discurso oscuro, trágico, pero que –y de ahí la primera escena de la película– se torna luminoso al poner el acento en el frágil equilibrio entre lo inevitable y lo que es necesario asumir para seguir viviendo.
El deterioro físico del padre no consigue que se olvide del todo el trabajo intelectual que ha llevado a lo largo de toda su vida. Su memoria, sus libros, sus trabajos, se almacenan en cajas pero algo de ese trabajo pervive en sus alumnos que acuden para recoger parte de ese material. Cuando todo parece perdido todavía aflora un recuerdo o un instante que le devuelve lo que fue un día –la música de Schubert que el propio padre decide cortar porque ese ya no es su tiempo–.
Tras una visita a su padre, Sandra se derrumba hablando con Clément preguntándose si sufrirá ella la misma enfermedad que su padre, tomando consciencia –en ese momento en que todavía es joven– de la caducidad de la vida. Clément agobiado por la situación con cierto sarcasmo: “disfrutemos de los pocos años que nos quedan”.
Continuar, cuidar de los demás y cuidar de sí misma, llorar y reír, ver el ocaso de cerca y disfrutar de los placeres cotidianos. Derrumbarse ante la soledad y el abandono y deleitarse con la reconciliación, con el reencuentro. En esa necesidad de continuar viviendo está el destello de luz en la oscuridad.
La película termina con una escena en la que se congela la acción. Una imagen que se convierte en la fotografía de un instante con el título de la película sobreimpresionado. Una escena luminosa que enlaza con el inicio. En medio, un fragmento de vida. A partir de ese momento, la necesidad de seguir adelante.
Escribe Luis Tormo
Título: Una bonita mañana
Título original: Un beau matin
País y año: Francia, 2022
Duración: 112 minutos
Dirección: Mia Hansen-Løve
Guion: Mia Hansen-Løve
Fotografía: Denis Lenoir
Reparto: Léa Seydoux, Melvil Poupaud, Nicole García, Pascal Greggory, Kester Lovelace, Ema Zampa
Productora: Arte France Cinéma, Mubi, Razor Film, Les Films Pelléas, CN6 Productions, Dauphin Films
Distribuidora: Elastica Films