Crítica de El Inocente (L’Innocent)

Auténtico caviar

El inocente comienza con un primer plano de un hombre hablando con otro al que no vemos porque permanece fuera de campo. Una conversación, casi un monólogo, que remite al cine policíaco. De pronto una voz interrumpe el diálogo y nos demos cuenta de que es una actividad dirigida a los presos de una cárcel dentro de su programa de actividades. Es un ensayo, una representación.

Con esta escena Louis Garrel –actor, guionista y director– nos da la clave que va a regir El inocente: un juego entre la representación y la realidad, con giros sorpresivos apoyados en el uso de diferentes géneros que van desde la comedia al drama pasando por el polar –el noir francés–.
Abel (Louis Garrel) es un hijo viudo que asiste con sorpresa al hecho de que su madre se ha enamorado de un preso en uno de los talleres de los que es profesora. Atormentado por la pérdida de su mujer la única relación que mantiene es con Clémence (Noémie Merlant), la que fuera mejor amiga de su mujer.

Cuatro personajes que se interrelacionan para componer un tejido emocional en torno al amor y a la necesidad de continuar hacia delante. Cada uno de ellos tiene razones para sentirse insatisfecho y, con mayor o menor fortuna, intentan reaccionar para seguir viviendo, y todos trazan sus movimientos guiados por el amor que sienten hacia los demás.

La película se hubiera podido quedar en una comedia amable sobre las relaciones amorosas pero desde el inicio –con la escena ya comentada– tenemos una propuesta que nos reta a desenmascarar lo representado de lo real, lo fingido de lo verdadero. Salvo el personaje de la madre de Abel, Sylvie (Anouk Grinberg), que funciona con una inocencia casi infantil, el resto está representando una ficción para ocultar lo que realmente sienten.

Foto: Les Films des Tournelles/BTEAM Pictures

En ese juego de ficción y realidad está el origen de la propia película pues el guion tiene su base en la historia real de la madre del director, la actriz y directora Brigitte Sy, que durante un tiempo realizó talleres de teatro para presos; pero también hay un homenaje a la propia representación, a la profesión de actor y actriz, al milagro de hacer creíble la ficción a través de la interpretación.

Una ficción que Garrel retuerce combinando diferentes géneros que van apareciendo de forma intermitente. Partimos de una comedia asentada en el drama. El personaje de Abel es un ser atormentado por la muerte de su mujer, incapaz de entender a su madre y al que le cuesta expresar sus emociones, con un rostro que transmite dolor y sufrimiento –retratado en alguna escena con una fotografía dura, descarnada–.

El recelo ante el hecho de que su madre se case con un preso es el detonante para introducir en la estructura narrativa la comedia de misterio, una trama que emparenta a Abel con su divertida amiga Clémence –en el que se hace presente la atracción de ambos personajes con una mezcla estilística que va desde Misterioso asesinato en Manhattan a los homenajes al cine de Hitchcock (los planos subjetivos, el beso en el acuario con la cámara girando alrededor, la banda sonora que en ocasiones recuerda a la música de Herrman).

Y entre los resquicios del drama y la comedia, emerge el cine negro. La preparación y la escena del atraco no es un Macguffin pues tiene entidad suficiente para constituir una unidad narrativa desarrollada con todo detalle que remite al polar francés tan característico de directores como Melville o Giovanni y que se va gestando a lo largo de toda la película (la escena de la reunión de Michelle y sus compinches con el empleo del zoom característico de los 70, la visualización de lo que será el atraco con la pantalla partida para ver el juego con el tiempo, etc.).

El asalto al camión, con ese aire de cine B, engarza la tensión sobre la consecución o no del robo con el tema de la representación pues en medio de ese bloque de cine negro, Garrel vuelve a introducir el tema de la representación a través de la conversación de Abel y Clémence en el restaurante. La pareja protagonista debe captar la atención del camionero para que éste demore el tiempo en que cena y permitir de esa forma que los ladrones puedan robar las cajas de caviar.

Un diálogo fingido que termina transformándose en una maravillosa escena de amor donde ambos personajes se desnudan emocionalmente, traspasando la línea casi invisible entre lo que están representando y lo que realmente sienten cuando dicen esas palabras. De tal forma que durante unos instantes nos dejamos llevar por el tono distendido de la comedia romántica.

El inocente es un tour de force que va sorprendiendo al espectador de forma natural apoyado en la combinación de géneros, un filme de apariencia sencilla pero que va dejando el poso de una obra personal con una estructura simétrica entre ambas parejas –con cuatro actores en estado de gracia– que nos habla de la posibilidad de cumplir los sueños, de encontrar un amor, del sacrificio que implica darse a los demás; y a la vez, también propone una reflexión sobre el significado de la interpretación, de la capacidad de construir una ficción que transmita la verdad de los sentimientos y las emociones.

Escribe Luis Tormo

Título: El inocente
Título original: L’innocent
País y año: Francia, 2022
Duración: 99 minutos
Dirección: Louis Garrel
Guion: Louis Garrel, Tanguy Viel, Naïla Guiguet
Fotografía:Julien Poupard
Música: Grégoire Hetzel
Reparto: Louis Garrel, Roschdy Zem, Anouk Grinberg, Noémie Merlant, Manda Touré, Léa Wiazemsky, Jean-Claude Pautot, Yanisse Kebbab, Florent Masarin
Productora: Les Films des Tournelles, Arte France Cinéma
Distribuidora: BTEAM Pictures

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