D de diosa
Hay conciertos que antes de empezar ya dejan el rastro de un triunfo. La expectativa generada por la llegada del Rosalía Motomami World Tour en Valencia desbordó el acceso del concierto con una kilométrica cola que serpenteaba desde La Marina –el lugar de celebración del concierto- hasta más allá de las instalaciones del Puerto.
En las colas, un público mayoritariamente joven que se mezclaba con padres y madres acompañados de sus hijos, e incluso gente más adulta, todas ellas y ellos heredados de la trayectoria emprendida por Rosalía hace más de cinco años, una trayectoria por la que ha pasado del flamenco al sonido urbano con influencias del reguetón; un amplio segmento que certifica el alcance mediático de una propuesta que ha triunfado internacionalmente, pese a las iniciales reservas ante el lanzamiento de su nuevo trabajo, Motomami.
En el artículo en el que se reseñó el concierto de C. Tangana hablábamos del uso inteligente de la pantalla y del escenario barroco con el que el artista madrileño afronta su gira; ahora tenemos que hablar también de un uso de la pantalla que multiplica la propuesta que se desarrolla en el escenario, pero a diferencia de C. Tangana, Rosalía opta por un diseño simplificado, minimalista, con un escenario desnudo en el que la cantante únicamente se acompaña de 8 bailarines que coreografían los diferentes temas; por ejemplo para La fama, únicamente utiliza como añadido unas gafas de sol.
Las bases pregrabadas y el ocultamiento de los instrumentos –salvo algún momento puntual– hacen que todo ese escenario se utilice como receptáculo para entronizar a Rosalía. Motomami es una apuesta, quizá más implícita que otras, por el empoderamiento femenino dentro de un sonido urbano con fuerte presencia mayoritariamente masculina. De ahí que desde el primer tema hasta el último lo que tenemos delante de nuestros ojos en una imagen femenina muy poderosa, de reafirmación, que se proyecta con múltiples contrapicados que potencian a una mujer segura de su propuesta.
Una propuesta que sale delante apoyada en una increíble voz, con múltiples registros y que, incluso tratándose de un gran espectáculo multitudinario, la cantante catalana todavía es capaz de despertar la emoción como si por instantes se dirigiera a una pequeña audiencia. Y con el uso mayoritario de la voz desnuda pues el autotune quedó para momentos puntuales.
A lo largo del espectáculo se produce un desenmascaramiento de esa imagen dura y poderosa hacia un lugar más espiritual –de Saoko a Sakura–. El concierto comienza con un sonido de motos y unas luces blancas deslumbrantes que muestran a los bailarines y a la cantante con las mascaras iluminadas que se van quitando para comenzar con las primera estrofa de Saoko.
A esa primera mascara que cae, le seguirá hacia la mitad del concierto, un segundo desenmascaramiento durante la interpretación de Diablo, en el que Rosalía se desmaquilla y se corta las coletas.
De esta forma, al igual que en el disco Motomami, bajo ese sonido duro –electrónico, con prepotencia de las bases que suenan como disparos– iremos descubriendo la parte más sensible, esa que se observa en temas como G3 N15, Hentai –interpretado al piano en el centro del escenario–, Dolerme, Como un G o Delirios de grandeza; oasis sonoros que coexisten con los temas más bailables como Bizcochito, Motomami, Yo x Ti Tú x Mí, Malamente, Con altura o La combi Versace.
También hubo espacio para rendir homenaje a esos temas que suenen a verbena popular como Gasolina, una hermosa version de Perdóname y un repaso a los duetos y colaboraciones como Linda, TKN o La noche de anoche, en la que la cantante aprovechó para bajar del escenario y cantar con los fans de la primera fila en una interacción que se produjo durante toda la noche: habló en castellano y catalán, exhibió un brick de horchata y buscó el diálogo con el público (preguntando de dónde venían algunas personas y felicitando el cumpleaños a una rendida admiradora).
De su primer trabajo, Los Ángeles, sonó una versión en la que Rosalía exprimió toda su potencia vocal en De plata acompañada de una perfomance con una larga cola negra. Pero el flamenco estuvo presente en Bulerías, mucho más flamenca que en el disco, y se coló por cualquier resquicio como en el baile de La combi Versace. La cantante se refirió a la primera vez que estuvo en Valencia donde únicamente había 150 personas; fue precisamente para presentar Los Ángeles en 2017 en Las Naves y si observáis la grabación de De plata de hace cinco años se ve ese «yo me transformo» al que se refiere en Saoko.
Del anterior trabajo, El mal querer, sonaron Pienso en tu mirá y Malamente; y de un setlist formado por una treintena de temas, muchos de ellos recortados para ajustarse a la duración del concierto, asombra que incluso aquellas canciones nuevas que Rosalía está presentando desde sus primeros conciertos –Despechá, Aislamiento, Dinero y libertad– funcionan ya como cualquier éxito.
Para el bis quedaron el festivo Chicken Teriyaki, una versión sentida y profunda de Sakura y la potente CUUUUuuuuuute que cerró el círculo iniciado con Saoko: sonidos contundentes, escenario vacío y pantalla luminosa.
Un espectáculo que traslada el espíritu del disco al directo, con una puesta en escena que bebe del estilo visual cercano a las redes sociales más potentes, como Instagram o TikTok (impacto visual, temas cortos, variedad) y que la inmensidad de personas correspondieron grabando la fragmentación a través de un juego de pantallas que iba desde el escenario hasta la audiencia.
Todo el ruido que genera Rosalía hace que en muchas ocasiones se acuse a la catalana de un empleo del marketing que traza su trayectoria o la consabida apropiación cultural; sinceramente, juzgando lo que se devuelve desde el escenario se ve una artista comprometida, con un gran trabajo detrás –ese “yo me maté 24/7” que canta en Bulerías– y que las personas aceptan desde el principio hasta el final (el publicó cantó y bailó todos los temas incluido el recitado de Abcdefg).Una cita irrepetible.
Escribe Luis Tormo