Crítica de Veneciafrenia de Álex de la Iglesia

Muerte en Venecia

En 2020 Sony Pictures International Productions y Pokeepsie Films –la productora de Álex de la Iglesia y Carolina Bang–, en asociación con Prime Video, crearon un nuevo sello para producir películas de terror denominado The Fear Collection. En este proyecto Álex de la Iglesia asume las tareas de producción y dirección de proyectos, Sony Pictures estrena las películas en las salas de cine y posteriormente pasan a exhibirse en la plataforma Prime Video.

Bajo esta premisa, el primer proyecto fue Veneciafrenia (2021), dirigida por el propio Álex de la Iglesia (1). La pretensión inicial de The Fear Collection era producir dos películas al año dirigidas por cineastas como Jaume Balagueró, Paula Ortiz, Fernando Navarro o Carlos Therón. Tras Veneciafrenia, el segundo largometraje de este sello ha sido Venus, el filme dirigido por Jaume Balagueró estrenado en diciembre de 2022.

La primera escena y los títulos de crédito nos marcan el territorio por donde discurre Veneciafrenia. Una pareja de turistas anglosajones deambula por las calles de Venecia admirando la belleza de la ciudad, haciendo fotos; un grafiti en la pared hace visible la globalización de los destinos –es del mismo artista que vieron en Londres– y sobre la pared una pintada rechaza el turismo de cruceros que invade la ciudad.

De esa forma ya tenemos asentado el enfoque temático del filme, el turismo de masas termina adueñándose de las ciudades, acabando con las características intrínsecas de cada lugar; un elemento que convierte las ciudades en una pesadilla para sus habitantes y también para los que la visitan. Alex de la Iglesia y su colaborar habitual al guion, Jorge Guerricaechevarría, no hacen más que explicitar físicamente ese delirio turístico recurriendo al género del terror. De ahí que la escena culmina con una agresión –con la propia cámara de fotos que es uno de los elementos recurrentes del turista– delante de otros turistas y ciudadanos.

El hecho de que la película esté ambientada en los carnavales remarca el carácter teatral, de gran guiñol –la primera escena transcurre en la Calle del Teatro– y donde los turistas terminan formando parte del espectáculo, bien como víctimas pero también como espectadores de un juego mortal que todos asocian a una representación que debe ser inmortalizada a través de los móviles en ese deseo de capturar la realidad a través de las fotos.

Tras esa escena inicial, los títulos de crédito comienzan con el plano de una hélice que hace girar toda la suciedad que hay bajo el agua y nos dan una pista de la querencia formal de la película hacia el giallo, ese cine de terror italiano de la década de los 60 y 70 del pasado siglo, donde el thriller se revestía de sangre y violencia, con una apariencia de cine B, y que en cierto modo terminará siendo el origen de lo que conocemos como slasher.

Ingrid García-Jonsson, Goice Blanco y Nicolás Illoro . Foto: Sony Pictures Spain

Partiendo de este antecedente, la primera parte del filme exhibe un tono gamberro mostrando el boceto de unos personajes descritos de una forma básica que se benefician del acierto que tiene el cine de Álex de la Iglesia para crear repartos corales donde cada actor o actriz explota al máximo la caracterización de su personaje aprovechando ese trazo mínimo que le concede el guion. De esta forma un rasgo caracteriza a cada uno de ellos: el infantilismo del hermano de Isa (Alberto Bang), el atractivo de Susana (Silvia Alonso), el egoísmo de Nicolás Illoro (Javi),etc.

Un grupo de amigos, encabezado por Isa (Ingrid García-Jonsson), que celebra su despedida de soltera, representa la cara menos amable del turismo pues salvo alguna excepción –el personaje de Goice Blanco que al menos conoce el idioma y las costumbres–únicamente están interesados en disfrutar de la fiesta; sus actitudes y conversaciones los convierten en arquetipos del viajero más pernicioso y pueril; un turista globalizado que como se menciona en la película podría estar en Venecia o en Las Vegas.

El primer contacto con la ciudad, los canales, las bromas o la fiesta a la que acuden, junto con el elemento sorpresivo que desata la acción, mantienen el interés por una trama que juega con las localizaciones para materializar el intrincado laberinto en el que se están metiendo el grupo de amigos; incluso hay una pequeña broma con el bote que lleva a los protagonistas a la ciudad que se llama Dolce Vita, haciendo un guiño a la película de Fellini que convertía Roma en un gran escenario –falso y teatral– denunciando la vida banal y superflua (2).

Silvia Alonso y Ingrid García-Jonsson. Foto: Sony Pictures Spain

La cámara en mano se convierte en protagonista de la película acompañando al grupo de amigos por Venecia. Se mueve a su alrededor, los sigue, los envuelve, generando la sensación de vértigo, de tensión, inherente al ambiente festivo; una elección formal que contribuye al ritmo vivo inicial y une a todos los personajes en un mismo destino.

Este tono festivo va dejando paso a una segunda parte más oscura, en la que el guion se lanza a justificar las acciones de los malvados en un intento de visibilizar la motivación última que les mueve a actuar de esa forma. Frente al sarcasmo inicial se va revelando la razón que motiva a los personajes a actuar: la pérdida de un ser querido, la necesidad de defender la idiosincrasia de la ciudad o el efecto nocivo del turismo de masas provocado en el caso de Venecia por los grandes cruceros.

La consecuencia de abandonar la espontaneidad y aventurarse por un terreno más discursivo es que se concede excesiva importancia a aquello que no es más que una excusa –el ataque de los venecianos a los turistas– debiendo justificar a través de una rebuscada historia que se alarga en su coda final.

En ese descenso a los infiernos la película explota la dualidad de la ciudad de Venecia. Por una parte tenemos la contemplación de la belleza del paisaje veneciano, con sus canales, los puentes y la arquitectura palaciega; y por otra parte, la recreación de un universo oculto, invisible a esa mirada viajera, que se manifiesta en la suciedad que subyace por los rincones, los peligros de la noche o el interior de los edificios que se vuelven peligrosos.

La manifestación de esa contradicción, de una dualidad que convive una junto a otra, con un microcosmos que puede ser amado y odiado a su vez, donde la inocencia y la alegría pueden coexistir con el peligro o la muerte, es una característica que se repite en el cine de Álex de la Iglesia y que podemos ver en el grupo de frikis de Acción mutante frente a una sociedad ociosa y rica, la amenaza demoniaca que aparece en el periodo navideño en El día de la bestia, la existencia de las cloacas en El bar que simboliza esa parte desconocida, la amistad que cohabita con la falsedad en Perfectos desconocidos, etc.

Ese reverso del encanto de la ciudad se manifiesta sobre todo en la parte final donde un viejo teatro adquiere protagonismo como soporte escénico del terror. Un espacio tétrico, oscuro, con diferentes niveles, donde los telones y pinturas se convierten en un trampantojo de la realidad; con un escenario que acoge el espectáculo de la violencia.

Un lugar en el que se vuelve a jugar con ese tono teatral en el que los personajes forman parte de un decorado y que permite a Álex de la Iglesia mostrar su parte más slasher con una serie de elementos referenciales del género (persecución, gancho puntiagudo, cadenas, sangre) que, aquí sí, se combinan para ofrecer un espectáculo de violencia más explícita con un toque de humor negro convirtiendo a la víctima en una marioneta.

A pesar de que el guion no consigue disimular la sutura existente entre el mero divertimento y el discurso serio de advertencia sobre las consecuencias del turismo, Veneciafrenia, como ya hemos señalado, reúne muchos de los temas que podemos encontrar en la filmografía de Álex de la Iglesia (el peligro que surge en el lugar menos pensado, un reparto coral, un submundo oscuro, la muerte y la violencia, el barroquismo de su puesta en escena) y nos introduce en un uso de las localizaciones, similar al que utilizó en la ya lejana Los crímenes de Oxford, donde el paisaje urbano adquiere vital importancia.

Esta Venecia laberíntica, esquizofrénica, dual –y que tan bien resume el acertado título del filme– consigue contagiar el filme de un ambiente decadente que termina adquiriendo una connotación romántica en el sentido intrínseco del termino de arrebato o sublimación de las imágenes ofreciéndonos incluso un final nostálgico que se aleja del tono humorístico con el que se iniciaba el viaje, abandonando la realización de una relectura del giallo para adentrarse en un territorio más simbólico.

Escribe Luis Tormo

(1) La película comenzó su rodaje en octubre de 2020, prolongándose hasta mediados de septiembre de 2021. El estreno mundial de la película se realizó en el Festival de Cine de Fantástico de Sitges en octubre de 2021 y su estreno en salas de cine fue el 22 de abril de 2022.

(2) No es el único homenaje o guiño . El policía que se encarga de la investigación se llama Brunelli en una clara referencia al comisario Brunetti, el policía veneciano de las novelas de Donna Leon. Además, el actor, Armando de Razza, ya trabajó para Álex de la Iglesia en El día de la bestia encarnando al profesor Cavan.

Título: Veneciafrenia
País y año: España, 2021
Duración: 100 minutos
Dirección: Álex de la Iglesia
Guion: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
Fotografía: Pablo Rosso
Música: Roque Baños
Reparto: Ingrid García Jonsson, Silvia Alonso, Goize Blanco, Alberto Bang, Cosimo Fusco, Enrico Lo Verso, Caterina Murino, Nico Romero
Productora: The Fear Collection, Pokeepsie Films, Sony Pictures España, Amazon Studios, Eliofilm, TLM The Last Monkey, Mogambo
Distribuidora: Sony Pictures España

Artículo actualizado enero 2023 para el especial Álex de la Iglesia de Encadenados

Silvia Alonso. Foto: Sony Pictures Spain

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