Pasado nostálgico
Kenneth Branagh (Belfast, 1960) ha esperado a cumplir los 60 años para efectuar una mirada nostálgica sobre su niñez. Dice el director de Los amigos de Peter que sus padres de ficción en la película –la actriz Caitriona Balfe y el actor Jamie Dornan- son más sofisticados que sus padres reales, pero su visión es la que él tenía de niño y los veía de esa forma.
Este es el elemento necesario para entender la película pues este enfoque es trasladado por Branagh al guion y a la dirección de Belfast. El hecho de efectuar una revisión del pasado desde la madurez –personal y profesional– también implica contemplar los hechos narrados tamizados por el filtro de los años transcurridos y la memoria se ancla en determinados acontecimientos que son difícilmente rebatibles porque dependen del recuerdo del protagonista.
La primera escena de la película deja clara las intenciones de Branagh. Tras las imágenes de un Belfast de postal turística la cámara va centrando el foco en los barrios y casas donde transcurre la acción. Una cámara que salta el antiguo muro, ahora redecorado con pintadas, y nos introduce en el Belfast de 1969, con una transición de continuidad en la que el blanco y negro reemplaza al color.
Pero la realidad se impregna de la ficción partiendo de la propia concepción del hecho cinematográfico. Lo que vemos en un set, no son calles reales, es una reconstrucción ficticia de la memoria en un estudio –salvo algunas localizaciones en Belfast–. Un juego que la película irá planteando a lo largo de todo el metraje pues el director no deja de indicarnos que nos encontramos ante una evocación desde el recuerdo de un niño.
La altura de la cámara, el punto de vista, siempre está concebida desde una altura más baja de lo normal. Ya hemos reseñado la imagen irrealmente atractiva de los padres y lo mismo sucede con la música de Van Morrison que no está elegida con un criterio historicista pues suenan canciones del músico irlandés que son posteriores a los acontecimientos narrados; lo importante para Branagh es que esas canciones le recuerdan al ambiente de su infancia y no tanto si la composición se ciñe al tiempo real.
La perspectiva que impone la visión de un niño de nueve años deforma la realildad. Por ello el personaje del líder protestante aparece dibujado como un malvado al que el padre hace frente como si fuera el protagonista de los fragmentos de los westerns que vemos (Solo ante el peligro o El hombre que mató a Liberty Valance), los conflictos se viven casi como un juego (formar parte de la pandilla) y lo verdaderamente importante para el pequeño Buddy es ir al cine a ver una película o sentarse en el pupitre de al lado de la niña de la que está enamorado.
El conflicto en Belfast se limita al barrio, a las calles cercanas, a las casas y a la familia. El director norirlandés obvia el discurso político para centrarse en la repercusión que este conflicto tiene en la familia. Una familia poliédrica –la tensión del matrimonio por los problemas económicos, los abuelos paternos anclados a la ciudad– que aparece encuadrada a través de los marcos de la ventana, de las puertas, como si fueran instantes inmovilizados, retratos de un tiempo y un lugar que convierte a las personas en personajes. Una familia basada en el amor que se percibe en todas las generaciones, desde los abuelos, pasando por los padres o el propio Buddy.
Dentro de esa visión amable que destila todo el filme sí aparecen algunos apuntes amargos pues el momento elegido para recordar la niñez está situado en el punto en que un suceso marca el tránsito entre la felicidad infantil y la realidad del mundo adulto. Buddy desconoce realmente lo que está pasando a su alrededor –no entiende la pelea con sus vecinos por ser protestante o católico– aunque sí sabe que la decisión de irse a Inglaterra tiene consecuencias negativas para su pequeño mundo. Un viaje, un traslado, una huída que significa despedirse no de Belfast sino de su calle, de sus familiares y de sus amigos.
La película, basculando hacia el tono de la comedia, explica como los jóvenes comienzan a involucrarse en las protestas –el personaje de la niña amiga de la familia un poco más mayor que introduce a Buddy en ese mundo– advirtiendo del peligro de formar parte de ese entorno violento del que nadie es inmune .
Kenneth Branagh también destaca el valor fundamental del cine y del teatro pues ambas disciplinas ayudan a expandir la visión del niño, aportando la ilusión de asistir a nuevas historias. El arte que tiñe de color el relato en blanco y negro y que forma parte de la educación sentimental de esas generaciones. No falta la primera vez que Branagh acudió al teatro para ver A Christmas Carol y que él siempre consideró “mágica”.
Belfast carece de mordiente crítica con el tiempo histórico en que se desarrolla y la nostalgia empaña todas las escenas pero esa es la elección de su autor apoyado en un excelente reparto, el tratamiento de la fotografía en blanco y negro y las canciones de Van Morrison.
La memoria es selectiva y Branagh escoge aquello que le interesa para confeccionar un relato –su relato- de emoción íntima y personal destacando el amor y la reconciliación a través de los ojos de un niño.
Escribe Luis Tormo
Título: Belfast
País y año: Reino Unido, 2021
Duración: 98 minutos
Dirección: Kenneth Branagh
Guion: Kenneth Branagh
Fotografía: Haris Zambarloukos
Música: Van Morrison
Reparto: Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lewis McAskie
Productora: TKBC
Distribuidora: Universal Pictures
Por fin leo un crítico que se sitúa en la perspectiva del cineasta y su alter ego- niño. Es justamente esa la clave para evaluar la película. Quien dijo que el arte tiene que ser diametralmente objetivo? Aún cuando se pueda coincidir o no con su visión o se hubiera preferido otra, la cinta es suficientemente encantadora como para sintonizar con el espectador de cualquier latitud. Quizá hay algunas situaciones que reiteran códigos ya explotados en otros filmes de su tipo, quizá hay cierta reiteración en el motivo de la prima involucrada en la pandilla. Pero, su apuesta por el amor como escudo frente a la precariedad material y la barbarie. La autenticidad de su protagonista, esos diálogos con sus abuelos, la íntima relación de todos los recursos expresivos en función de la nostálgica historia, son para mí suficientes ingredientes para apreciarla con creces.
Muchas gracias por tu comentario. Totalmente de acuerdo con lo que dices sobre que puede gustar más o menos, pero tiene un encanto universal.