En el inicio de La hija una figura femenina deambula por el campo; son una serie de planos generales en los que la persona queda empequeñecida frente a la naturaleza representada por la inmensidad del paisaje. Todavía no sabemos nada de la historia o de los personajes pero estamos ante un recurso que se repetirá a lo largo de todo el filme en el que las personas se encuentran aisladas en un entorno en el que se acrecienta la tensión mediante esa contraposición de planos generales y los más cercanos.
Los personajes que pueblan el cine de Manuel Martín Cuenca siempre se han caracterizado por la ambigüedad moral y la mirada que su autor ejerce sobre ellos, plasmada desde la distancia, con una frialdad que parece desprovista de subjetividad y que en ocasiones se aproxima a una contemplación cercana al documental.
En La hija asistimos a un drama protagonizado por un triángulo de personajes acuciados cada uno de ellos por una imperiosa necesidad que termina convirtiéndose en un análisis sobre la condición humana. Irene es una adolescente embarazada. Javier, su educador, le ofrece vivir con él y su mujer mientras se desarrolla el embarazo, estableciendo una especie de pacto de gestación subrogada al margen de la ley. Un pacto que en principio cubre las necesidades de los tres protagonistas ya que la adolescente no tiene de formar un hogar y el matrimonio cumple el deseo de ser padres.
El argumento no destaca por su originalidad y el espectador puede intuir fácilmente la evolución de la trama conforme ésta avanza pareja a la toma de conciencia de Irene como futura madre. Pero el mero relato no es lo destacable ¬–incluso surgen preguntas respecto a la necesidad del matrimonio de meterse en semejante embrollo, la presencia del personaje de Osman en la casa– pues el análisis debe focalizarse en la transformación de unos personajes que poco a poco abandonan la cordialidad inicial para instalarse en el terreno de la mera supervivencia. Un arco evolutivo que se visualiza en el amable educador en el que termina aflorando su grotesco egoísmo.
La película es una reflexión sobre los diferentes significados que la maternidad supone para los personajes femeninos y el deseo de convertirse en madre; pero es también un ensayo sobre la manipulación de los adultos a través de la educación. Javier es para Irene, el maestro, la persona sobre la que apoyarse, casi una figura paternal que cuida de ella; sin embargo, el matrimonio –y fundamentalmente Javier– ejerce una posición ventajista en la que, desde su posición de adulto y educador, termina maniopulando la voluntad de la joven. En el fondo se muestra la cosificación del cuerpo femenino como mero receptáculo para el mecanismo de la gestación.
Un ensayo demoledor y terriblemente pesimista que convierte a la película en una fabula donde el ser humano se degrada hasta acabar convertido en un espécimen siniestro equiparable a los violentos perros que vigilan la casa.
Para desarrollar esta reflexión sobre la condición humana Martín Cuenca envuelve el drama arropándolo de dos géneros: el thriller y el western. El primero le permite tensionar el relato a través de los personajes externos (Osman, el futuro padre adolescente o el personaje del policía y amigo de Javier que se encarga del caso de la desaparición de Irene) y el segundo introduce el valor del paisaje que aísla a los personajes y recrea un universo agreste en el que no cabe ni el raciocinio ni la ley y en el que la violencia es el valor de cambio –los perros siempre ladrando, la presencia de las armas–.
Como es habitual en el director de Canibal el discurso más profundo no viene del texto sino de la imagen. El propio autor lo adelanta desde las primeras imágenes. Intuimos lo que va a pasar pues el pacto entre la adolescente y el matrimonio formado por Javier y Adela parece débil desde el inicio pero el plano filmado con dron que nos muestra la casa junto a un precipicio ya nos confirma que vamos a asistir un ejercicio de riesgo. Esa casa que representa el espacio en el que formar un hogar, una familia, está situada al borde de un abismo físico pero también emocional.
Irene agradece al matrimonio que la ayuden y en los primeros instantes disfruta de la casa, pero todas las imágenes en las que vemos como la adolescente mira el paisaje están marcadas por las rejas de las ventanas que equiparan la casa a una cárcel. Otro ejemplo de la sutil diferencia entre el lenguaje hablado –Irene da las gracias por la casa y por la ayuda– y lo que realmente está pasando pues ella se siente enjaulada.
Con un ritmo lento –adjetivo desprovisto aquí de carácter peyorativo–, sosegado, la planificación y el montaje van creando un ambiente de tensión ascendente en el que el paisaje se convierte en protagonista absoluto desproveyendo a las personas de sus rasgos humanos para situarlos al mismo nivel que los códigos de la supervivencia de la naturaleza. El propio paso de las estaciones marca el tono del filme, el inicio va asociado a los colores cálidos de la primavera y conforme el drama se intensifica los colores fríos se terminan imponiendo aprovechando la presencia de la nieve invernal.
La ambigüedad moral de las personas, la frágil frontera entre el bien y el mal, la imperiosa necesidad de conseguir los sueños y el precio que hay que pagar por ello, el tránsito casi inconsciente entre el éxito y el fracaso, la inocencia de la juventud frente a la manipulación del mundo adulto y la presencia del instinto de supervivencia que nos acerca a la pura animalidad, son los apuntes que deja La hija; una obra con la cual Manuel Martín Cuenca continúa construyendo ese universo ambiguo, turbio y perturbador en el que sustenta su filmografía.
Escribe Luis Tormo
Título: La hija
País y año: España, 2021
Duración: 122 minutos
Dirección: Manuel Martín Cuenca
Guion: Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández
Fotografía: Marc Gómez del Moral
Música: Vetusta Morla
Reparto: Javier Gutiérrez, Patricia López Arnaiz, Irene Virgüez, Sofian El Benaissati, Juan Carlos Villanueva
Productora: La Loma Blanca PC, Mod Producciones, Movistar+, TVE, ICAA, Canal Sur Televisión
Distribuidora: Caramel Films