Lo importante es amar
Rodrigo Cortés ya ha demostrado con anterioridad su capacidad para salir airoso de dificultades narrativas y formales. El ejemplo más evidente es Buried (Enterrado, 2010), la película con la que el director español obtuvo una gran repercusión comercial y artística, y que supuso un tour de force para llevar adelante el claustrofóbico relato de un hombre enterrado vivo. Por ello no es extraño que se haya implicado en un proyecto de las características de El amor en su lugar (2021).
En este caso la complejidad se deriva de la estructura en la que se organiza sus diferentes capas narrativas. El amor en su lugar parte de un hecho real: la representación de la comedia musical del escritor polaco Jerzy Jurandot en el teatro Femina en pleno gueto de Varsovia en el año 1942.
Con esta referencia a la realidad, el guion se despliega para dar cabida a los puntos de vista narrativos: todo aquello que sucede encima del escenario representado a través de la comedia musical —de la que se conservaban las letras y ahora se ha compuesto la música ad hoc para la película—, lo que ocurre detrás del escenario con el drama que viven los personajes en el gueto y lo que ve el espectador a través del punto de vista privilegiado en el que nos sitúa la cámara de Rodrigo Cortés.
A partir de los diferentes discursos expositivos, la película va ensamblando la vivencia real de los personajes con la ficción teatral —un enredo amoroso de dos parejas que comparten un piso en el gueto— evolucionando desde territorios independientes hasta converger en un lugar común en el que el drama se instala en el escenario y los diálogos de la obra comienzan a responder a las circunstancias que los actores y las actrices están sufriendo tras las bambalinas, en un ejercicio que funciona como un mecanismo de relojería en el que se incorporan todo tipo de elementos externos —la irrupción del soldado alemán— y que está mediatizado por un desarrollo en tiempo real pues la película se ajusta a la duración de la obra de que se representa.
Todo este entramado narrativo sustenta los dos temas fundamentales que expone el filme. En primer lugar, tenemos la capacidad del ser humano por expresarse, por crear, en cualquier situación, aunque ésta sea trágica. Los personajes que pueblan la película pueden morir en cualquier momento pero, tanto los que están encima del escenario como los espectadores que asisten a la función, sienten la necesidad de jugar su papel en la representación.
La película ha dejado patente desde el principio que las personas que viven en el gueto mueren en la calle, se congelan de frío o padecen hambre; sin embargo, la vida sigue, y en ese devenir trágico, la cultura permanece aportando ese calor que ya no existe en la realidad. Al igual que en El pianista, de Polanski, que se enmarcaba también en el mismo gueto de Varsovia, el personaje de Adrien Brody reproducía los movimientos imaginarios sobre el teclado intentando perpetuar su arte, aquí —incluso imbuidos en una situación que puede cambiar sus vidas para siempre— surge ese espíritu de supervivencia por seguir hacia delante.
Y en segundo lugar, el amor. El amor expresado en palabras mayúsculas y que se representa en todas sus variantes pero fundamentalmente el amor desprendido. El amor que exige a unos y a otros un ejercicio de lealtad. Los personajes se interrogan sobre si es mejor amar o ser amado y la respuesta de la película es que todo forma parte de ese mismo sentimiento. El amor se puede mostrar de muy diferentes formas y una de ellas es el reto de enfrentarse a él sabiendo que puede significar sacrificio y renuncia.
El amor que tiene su imagen amable encima del escenario a través del enredo de la obra de teatro se está jugando también, de forma dramática, por los personajes protagonistas en ese triángulo formado por Stefcia, Edmund y Patryk.
La película sigue, además, el trazo de un tema que aparece en las películas de Cortés, la sensación de claustrofobia que aprisiona a los personajes. En Buried era muy evidente, pero también aparecía en la mansión de Blackwood (2018) y aquí lo tenemos en el espacio cerrado del teatro que a su vez está dentro de un universo claustrofóbico que es el propio gueto.
Pero El amor en su lugar no es solo un trabajo de escritura. Rodrigo Cortés resuelve el reto mediante una apuesta formal que le permite transitar por las capas narrativas para situar al espectador en el centro del drama.
La película comienza con un plano secuencia ejemplar que abarca todos los títulos de crédito y que tiene la capacidad de trasladar al espectador desde el exterior, mostrando la tragedia del gueto —la muerte, la violencia, el frío—, al interior del teatro. Una escena de diez minutos, con una cámara nerviosa que se mueve enlazando diferentes acciones en continuidad y que culmina cuando el telón se alza para que dé comienzo la obra. La acción se desarrolla en el interior del teatro pero ese plano inicial ha asentado la trágica realidad que se vive fuera.

La apuesta estilística continúa en cada escena porque la cámara siempre es protagonista en el plano a través de un movimiento casi constante que sirve para reforzar la angustia que se establece entre los personajes forzados a permanecer en escena mientras detrás se está representando el teatro de la vida. Todo fluye de una manera natural para que el espectador pueda acercarse al sentimiento de los personajes; podemos experimentar su miedo, su terror pero también su capacidad de amar a pesar de que todo se derrumba a su alrededor.
Cortés hace presente su mirada en un modo de representación formalmente moderno que envuelve en el interior una película en la que se puede rastrear el clasicismo de su propuesta. Una propuesta multigénero que es capaz de integrar las canciones de la comedia que se representa —con la música original compuesta por Víctor Reyes— en el relato dramático con transfundo histórico para hablar de temas universales.
El amor en su lugar culmina con un final hermoso, sincero, emotivo y real en el que ni su director ni sus personajes traicionan los postulados que se han ido plasmando a lo largo de toda la película, esa capacidad de amar y ser amado en cualquier circunstancia.
Escribe Luis Tormo
Título: El amor en su lugar
País y año: España, 2021
Duración: 103 minutos
Dirección: Rodrigo Cortés
Guion: Rodrigo Cortés, David Safier
Fotografía: Rafael García
Música: Víctor Reyes
Reparto: Clara Rugaard, Ferdia Walsh-Peelo, Magnus Krepper, Freya Parks, Jack Roth, Henry Goodman, Dalit Streett Tejeda
Productora: Nostromo Pictures
Distribuidora: A Contracorriente Films
Artículo publicado originalmente en Encadenados