Crítica de El sustituto

Los monstruos que aterrorizan de verdad no son aquellos creados en la ficción sino aquellos representantes del mal que conviven entre nosotros, a unos metros de distancia, personajes que se relacionan con nuestras familias, amigos o conocidos.

En El sustituto este elemento está presente en un relato que une ficción y realidad y que se gestó cuando Óscar Aibar, director y coguionista del filme, se encontró sorpresivamente en un restaurante de Calpe con una fotografía de unos oficiales alemanes de la segunda guerra mundial disfrutando ante una mesa, una fotografía que databa de los años 50.

La existencia de antiguos nazis refugiados en España es un tema conocido. La novelista Clara Sánchez, en Lo que esconde tu nombre (2010) y Cuando llega la luz (2016), ya trataba este mismo asunto centrándolo en la Costa Blanca y ella también se refería a esa posibilidad de encontrarse con ellos por la calle en los años 80.

Foto: Karma Films

Y precisamente es en el año 1982 donde se ambienta la historia de Andrés, un joven policía de Madrid, que se traslada a un pueblo del Mediterráneo con su mujer y su hija buscando una mayor tranquilidad. La dudas sobre el extraño asesinato del inspector que ocupaba su puesto terminará desvelando una oscura trama sobre unos nazis refugiados en la localidad.

Los materiales promocionales y la sinopsis nos desvelan anticipadamente la existencia de un grupo de antiguos oficiales nazis por lo que el relato se centra no tanto en la sorpresa sino en articular una estructura clásica de relato policial que entronca con la situación política y social de la España de ese año (el mundial de fútbol celebrado en nuestro país o las elecciones generales que darían el triunfo al partido socialista).

De esta forma bajo un guion muy medido que va dejando rastro de todos los elementos que después adquirirán importancia (el primer incidente con una pareja de desconocidos que supondrá el acceso al círculo de los alemanes, el rechazo de la mujer que justificará la posterior relación del policía, el juego con la navaja, etc.) asistimos a un relato que, organizado bajo el esquema de personaje que viene de fuera y descubre lo que todos ocultan, atrapa por su construcción narrativa solvente.

Foto: Karma Films

Todos los recursos del género policial están puestos al servicio de esa narrativa: la dualidad de la pareja formada por Andrés y el compañero ya mayor, Colombo (Pere Ponce), el surgimiento de una historia de amor unida a la investigación, la apelación a la dependencia del alcohol como etiqueta que acompaña a los perdedores o el juego con los grupos de secundarios (los alemanes, el jefe y los compañeros de la comisaria, los ultraderechistas).

Sin embargo, ese relato policial, que se resiente un tanto al final de la película con alguna sorpresa —que se vislumbra de lejos— para cerrar el juego con los recuerdos del pasado, gana enteros al albergar dentro de su estructura toda una serie de referencias al momento histórico en que ocurren los hechos.

Con un planteamiento que recuerda lejanamente a La isla mínima, a través de la investigación asistimos a una representación simbólica de la España del 82. Una serie de personajes que pertenecen al pasado (el compañero, el jefe de policía, los alemanes) y dos jóvenes que se encuentran en un momento decisivo de su vida, que son el futuro, Andrés y la doctora que encarna Vicky Luengo.

Pasado y presente. Las dos Españas. El régimen franquista todavía muy presente en las estructuras del estado y la joven democracia ante el reto de asumir «el cambio» con las elecciones que llevarían al primer gobierno socialista, tras la dictadura y los gobiernos de centro derecha; y todo con el telón de fondo del Mundial 82, el torneo futbolístico que devolvía a España al tapete de los grandes eventos internacionales.

El deber de Andrés como policía es esclarecer las tramas criminales, pero por debajo hay una necesidad de identificarse con un tiempo concreto. Su personaje es huérfano y carece de un pasado por lo que hay una búsqueda de una identidad, de encontrar sentido a las cosas que hace. Él será el que aproveche el trabajo de Colombo para intentar conseguir ese cambio, un cambio que acabe con la impunidad del grupo de ancianos nazis unido a la ultraderecha, encarnada en los jóvenes cachorros nostálgicos de la dictadura.

Foto: Karma Films

La apertura y el cierre desde la actualidad hace que el largo flashback que es El sustituto permita establecer una unión entre el pasado que nos cuentan y el tiempo actual. Una unión que traslada el sabor agridulce de su conclusión al tiempo actual y donde observamos cómo esa ilusión del cambio no fue todo lo que hubiera sido deseable pues al final ese estamento oligarca siempre sale impune.

Andrés representa el sufrimiento por el desengaño en las grandes decisiones o estructuras de país y también el desengaño por cómo actúan determinadas personas cercanas a él. Representa también la apuesta por adquirir cierta dignidad aunque esa decisión suponga quedarse al margen.

El sustituto es una película que realiza una lectura del cine clásico policiaco a través de un creíble envoltorio formal que nos traslada a los años 80 y que nos advierte de la importancia de conocer el pasado, de la necesidad de saber qué ocurrió, de entender el modo de actuar de muchas personas frente a la impunidad de la corrupción del sistema; todo ello con el objetivo de afrontar el presente representado por el personaje de la periodista joven que indaga sobre la historia de Andrés.

Escribe Luis Tormo

Título: El sustituto
País y año: España, 2021
Duración: 117 minutos
Dirección: Óscar Aibar
Guion: Óscar Aibar, María Luisa Calderón
Fotografía: Álex de Pablo
Música: Manuel Roland
Reparto: Ricardo Gómez, Vicky Luengo, Pere Ponce, Pol López, Joaquín Climent, Nuria Herrero, Bruna Cusí, Susi Sánchez,
Productora: Tornasol Films, Voramar Films, Entre Chien et Loup, Isaba Producciones Cinematográficas
Distribuidora: Karma Films

Artículo publicado originanalmente en Encadenados

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