El sendero de la traición (Betrayed) de Costa-Gavras

Cine y racismo

El director Constantin Costa-Gavras es uno de los máximos representantes del subgénero denominado thriller político. A lo largo de su longeva trayectoria ha construido una filmografía en la que ha denunciado los abusos del poder, la corrupción política, las injusticias derivadas de las desigualdades del sistema capitalista y los abusos que se generan alrededor de los totalitarismos.

Partiendo de la concepción de cine de autor y conectado con una época, a partir de los años 60 del pasado siglo, en los que numerosos cineastas denunciaban las contradicciones de la sociedad burguesa y la corrupción del Estado (Bellocchio, Pontecorvo, los hermanos Taviani, Pasolini, Fassbinder, Rocha, Guzmán, etc.), el cine de Costa-Gavras se universaliza realizando películas en Francia y Grecia y extendiendo su mirada desde las purgas estalinistas en Checoslovaquia en La Confesión (L’aveu, 1970) hasta la influencia de la CIA en Uruguay en Estado de sitio (État de siège, 1972).

Con una carrera ya consolidada, el cineasta franco griego da el salto al cine norteamericano con Desaparecido (Missing, 1982), una historia en la que denuncia la colaboración del gobierno de EE. UU en el sangriento golpe de estado en Chile encabezado por el general Pinochet contra el gobierno democrático de Allende.

El enorme éxito comercial y artístico de la película (Palma de Oro en el festival de Cannes y Oscar al mejor guión adaptado) refrenda la trayectoria de Costa-Gavras y será el inicio de una etapa intermitente en el cine norteamericano que se extiende por dos décadas con desigual fortuna. El hecho de acceder al modo de producción americano, con muchos más medios, no implica que la línea temática se dulcifique o disminuya en cuanto a mordacidad y alcance.

Tras Desaparecido vienen dos películas producidas en Francia (Hanna K y Conseil de famille) y no es hasta 1988 cuando vuelve a retomar la carrera norteamericana con El sendero de la traición (Betrayed), un thriller en el que una agente del FBI (Debra Winger) investiga a una comunidad de granjeros sospechosa de albergar un grupo supremacista. El acercamiento entre la agente Katie y Gary, el granjero interpretado por Tom Berenger, deriva en un enamoramiento en el que Katie se debatirá entre el amor y la investigación de la verdad.

El argumento remite a Encadenados de Alfred Hitchcock. Joe Eszterhas, guionista del filme —y que también ejerce las tareas de productor ejecutivo—, contaba a finales de los 80 con un puñado de éxitos (F.I.S.T., Flashdance, Al filo de la sospecha) y en 1992 saltaría a la fama con el guión de Instinto básico; tras este éxito vendría una etapa con trabajos escasamente considerados, como Acosada y Showgirls (que ha mejorado su reputación con el paso de los años). Las citas a los clásicos del cine llegaron a ser una constante, pues Sin escape era un homenaje a Raíces profundas como Showgirls lo era a Eva al desnudo.

Los títulos de crédito del inicio se suceden sobre una escena donde un exitoso locutor de radio de Chicago polemiza a través de las ondas con los oyentes que entran en antena hablando de todo tipo de temas que generan controversia, como la homosexualidad, la corrupción de la iglesia o el racismo contra los judíos; cuando tras finalizar el programa regresa a casa es asesinado en el parking. Un explícito primer plano de la sangre derramándose por su mano se encadenada con un raccord con el movimiento del trigo en un paisaje rural en el que vemos la imagen de unas cosechadoras. La imagen del asesinato en la ciudad queda así ligada al entorno donde se va a desarrollar la acción.

Durante los siguientes veinte minutos, el filme muestra la historia de amor que surge entre Katie, la conductora de una de las cosechadoras, y Gary, un granjero divorciado cuya exmujer murió en extrañas circunstancias; nada parece extraño más allá de las pequeñas acotaciones que afloran aquí y allá sobre la mala situación económica que vive esta comunidad del Corn Belt.

A partir de ese momento el espectador comienza a ser consciente de la verdadera naturaleza de los personajes. Katie está investigando la adscripción de Gary a una organización terrorista de extrema derecha y las dudas iniciales sobre Gary dejan paso a los peores augurios.

En este punto la estructura del filme deriva hacia terrenos muy reconocibles donde el juego del gato y el ratón se mezcla con los sentimientos personales, pues la agente del FBI no ha fingido su historia de amor con el granjero.

Katie se debate entre las imposiciones de su trabajo y la sensación de traición que teje hacia el núcleo familiar de Gary. La denuncia característica del thriller político se ve empañada por el desarrollo ficcional donde el peso recae en el drama íntimo (la ambigüedad moral de Katie) y en las escenas de acción.

El sendero de la traición es una película que deja ver las debilidades de un guión en el que las escenas se suceden de una forma atropellada, sin que la atracción de Katie y Gary justifique la credibilidad del desarrollo de la historia; es por ello que la relación entre los protagonistas está revestida de cierta frialdad.

La escena de la «caza» nocturna, la participación de Katie en el atraco y la fingida cotidianidad de su relación resultan muy forzadas. El intento de establecer toda una trama política alrededor del corpúsculo fascista y la crítica al FBI por la manipulación que ejerce sobra Katie son líneas argumentales que se abren, pero que tienen un tratamiento muy endeble.

Eso no significa que el guión no tenga momentos brillantes como la equiparación entre el sacrificio de la yegua enferma y el asesinato del joven de color a manos de Gary y su grupo, unidas por el temporal y la lluvia en que se desarrollan las dos escenas, mostrando la terrible moralidad de unos personajes que sienten pena por sacrificar un animal mientras se muestran despiadados para asesinar un ser humano.

También es interesante el tratamiento en torno a la comunidad (las escenas de grupos, la descripción del hogar familiar) y, sobre todo, el análisis de las razones que están en el origen del racismo y la intolerancia.

Debra Wringer y Tom Berenger

Racismo, economía y educación

Ya hemos adelantado que la película se debate entre la apuesta por el thriller —la lectura superficial del guión de Eszterhas— y el discurso político —más propio de Costa-Gavras— que se dibuja en las escenas cotidianas alrededor de Katie y Gary, su familia y el grupo de supremacistas que conforman la comunidad que rodea al granjero; siendo en esta segunda parte donde la película consigue sus mejores resultados.

El primer elemento que se introduce en el análisis es el factor económico. A principios de los años 80, EE.UU. atravesaba una crisis económica que lo alejaba de la imagen idílica del sueño americano. La recesión hizo que familias y comunidades enteras perdieran sus trabajos y sus propiedades; en el medio oeste, donde transcurre la acción de la película, la crisis se cebó especialmente con los granjeros.

La primera vez que Katie acude a cenar a casa de Gary, en la conversación se reflejan los cambios que se han producido en un país que ya no es el que era, donde los viejos olvidan su pasado y los jóvenes pierden las granjas. Un diálogo que se acompaña de una serie de detalles que robustecen el discurso (la insistencia en el pudin «blanco», la fotografía del pasado de Gary como veterano de Vietnam). La recesión alimenta las teorías conspirativas y el americano medio no ve más allá de la invasión de productos del exterior que hace que el resto de países aparezcan como enemigos ya que terminan dominando el mercado interior.

En otra escena, el personaje de Shorty (John Mahoney) pone en su boca las opiniones del grupo de racistas de extrema derecha recalcando que la derrota del país se debe a los grandes grupos de poder (banqueros, políticos) que están influenciados por judíos, negros y orientales, una teoría conspirativa basada en el odio y la violencia y que termina sustituyendo a cualquier reflexión equitativa basada en el pensamiento irracional.

Un movimiento de cámara acercándose al rostro del personaje mientras éste relata la pérdida de la granja a manos del banco, y la de su hijo en la guerra de Vietnam, termina afianzando la tesis de que las desigualdades sociales y económicas favorecen la expansión de los populismos y el extremismo.

El mismo año de El sendero de la traición se estrenaba otro significativo filme sobre el racismo, Arde Mississippi (Mississippi Burning, 1988). La película dirigida por Alan Parker se inspiraba en un suceso acaecido en los años 60 y los protagonistas eran dos agentes del FBI encarnados por Gene Hackman y William Defoe. En una escena el personaje que interpreta Defoe se cuestiona de dónde sale todo ese odio. Y Gene Hackman responde con una historia de su padre en la que le atribuye una actuación contra su vecino negro motivada por causas económicas, pues un blanco no podía tener una situación social peor que una persona de color; Defoe le increpa diciendo si eso es una excusa; a lo que Hackman responde diciendo que no es una excusa, es simplemente una historia.

En ambas películas se intenta contestar a la pregunta sobre cómo el ser humano puede ser capaz de manifestar ese odio contra su igual y cuáles son las raíces que hacen que estas conductas permanezcan en el tiempo, más visibles o más soterradas, pero siempre presentes, como nos demuestran los últimos acontecimientos acaecidos en ciudades de EE.UU. debidos a las agresiones policiales contra las personas de color.

Un discurso sobre la recesión económica que también se puede encontrar en Comanchería (Hell or High Water, 2016), la película dirigida por David Mackenzie con guión de Taylor Sheridan, donde los dos hermanos aparecen como las víctimas de sucesivas recesiones que les han dejado al margen del sistema. Y cuando esto ocurre la respuesta no suele ser racional.

Diferentes carteles del filme

El segundo aspecto que destaca El sendero de la traición es la importancia de la educación. La manipulación ideológica de los niños hace que estos terminen siendo una correa de trasmisión de la ideología paterna, tal y como se muestra en la terrible escena donde la niña pequeña, mientras recibe las buenas noches de Katie, habla de los negros, los judíos, los traidores de la raza y cómo algún día los matarán a todos, para a continuación tener un gesto cariñoso besando a Katie.

Todo el bloque que acontece en el campamento sirve también para reforzar la idea de que la educación mediante el ejercicio físico, las clases de tiro y la mostración de la simbología de extrema derecha (el Ku Klux Klan y las imágenes de cruces ardiendo, las banderas, las armas) es el camino para consolidar esa manipulación y reproducir la ideología supremacista.

De hecho, el personaje de Katie se esfuerza en intentar apartar o, al menos, hacer pensar de una manera diferente a la hija pequeña aportándole una visión diferente a la que recibe en el hogar. Dentro del pesimismo que envuelve la película, en la coda final, Katie volverá a la comunidad y, entre la indiferencia y el odio del resto de personas, al menos entablará una conversación con la niña y ésta reivindicará la libertad de encontrarse con ella. Su rostro vuelto hacia la cámara mientras se despide de Katie es el plano final de la película, un pequeño atisbo de esperanza basado en que las nuevas generaciones sean capaces de rechazar el racismo.

Esta exposición sobre las causas que originan la aparición del fascismo, el racismo y los oscuros entramados políticos del sistema (candidatos populistas que manipulan a las personas, luchas de poder que desacreditan la política, actuaciones de las agencias gubernamentales que sobrepasan la frontera de la ética) es el nexo de unión con la temática común que se puede rastrear en la obra de Costa-Gavras y equilibra la fragilidad de la construcción de la historia.

El sendero de la traición lanzaba un aviso sobre esas personas que una vez asumen que han quedado fuera del sistema buscan refugio en el extremismo de derechas, en el fascismo que señala a los enemigos (judíos, personas de color, intelectuales, etc.). Treinta años después de su realización la tesis que exponía sigue siendo vigente y la escena del candidato que sale en televisión esgrimiendo el mantra populista de «América para los americanos» resulta inquietante por su actualidad.

Escribe Luis Tormo

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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