Buenas intenciones
Dos inspectores de policía, muy diferentes, intentan dar caza a un asesino en serie que reproduce para sus asesinatos las figuras de Los Caprichos de Goya. Investigación, pasos en falso, posibles culpables, problemas profesionales que se arrastran en la vida personal y viceversa. En principio una trama vista en un sinfín de películas.
Para sobrevolar por encima de este argumento rutinario, el guión de Ángela Armero propone recorrer dos caminos. En primer lugar, lo habitual es que la pareja este formado por dos hombres o por un hombre y una mujer, donde siempre hay diferencias que tienen su origen en aspectos generacionales, sociales o incluso raciales; pero en El asesino de los caprichos estamos ante dos personajes femeninos.
Las diferencias entre ambas se mantienen. Carmen (Maribel Verdú) es dura y antipática, con problemas de alcoholismo, volcada en su trabajo, una solitaria que se relaciona con los hombres de su entorno sin fijar compromisos y con un odio exacerbado a lo que puede significar cualquier atisbo de vida familiar (dependencia de un marido o de los hijos). El guion irá introduciendo algunas explicaciones del porqué de su carácter.
Frente a ella, Eva (Aura Rodrigo), más joven, formada, con una vida familiar normalizada que intenta compaginar su trabajo con su vida particular y todas las necesidades y obligaciones que eso conlleva. Más amable, más comprensiva en su trabajo.
Dos personajes antagónicos que chocan a menudo debido a la diferencia de caracteres, la dificultad de la investigación y los problemas personales. Carmen presiona sin ningún pudor a Eva para que focalice toda su atención en el trabajo, despreciando la vida familiar (no soporta a los niños); Eva se resiste a perder los lazos de unión que el vinculan a su familia pues sabe que en caso contrario puede acabar en un futuro como Carmen. En esa parte es donde Maribel Verdú se apoya en su experiencia actoral para mostrar con el lenguaje corporal todo un repertorio de tics, gestos y miradas que completan el retrato pesimista de una mujer madura a la que la vida la ha golpeado en varias ocasiones.
El hecho de visibilizar los contrastes de la vida personal de las dos protagonistas nos lleva al segundo elemento diferenciador del filme que es precisamente equilibrar la balanza entre la parte más dramática de la historia y el relato de la investigación policiaca. Los hechos que ocurren en la investigación sirven de apoyo argumental para el discurso pesimista de Carmen.
En el primer asesinato, el novio de la víctima engaña a su pareja, un elemento que avala la opinión negativa de la policía frente al compromiso de los hombres, a continuación veremos a Carmen en la soledad de su casa certificando el fracaso de sus relaciones de pareja. De esta forma, la película avanza atendiendo una y otra porción del relato. Conforme avanza la investigación más van aflorando los detalles que justifican el carácter agrio y las decisiones impulsivas de Carmen.
Con el personaje de Eva sucede lo mismo. La esfera personal se inmiscuye en la narración de la investigación. En contraposición a la caótica vida de Carmen, la estructura familiar de Eva parece que aporta la cordura necesaria, a pesar de la dificultad de compaginar ambos mundos, para no dejarse llevar por el torbellino de su carrera profesional.
El problema es que para mantener ese equilibrio el guión tiene que estar perfectamente estructurado y en El asesino de los caprichos conforme avanza la narración llega un momento que no tenemos claro hacia dónde se dirige la película. La parte estricta de género negro, la indagación policial, comienza a dejar de tener sentido para ir resolviéndose de una forma esquemática.
El aspecto positivo que podría ser el empoderamiento femenino a través de unos personajes que sobreviven en un mundo de hombres, que en este caso son los personajes secundarios (a los que dan vida Daniel Grao, Roberto Álamo y Ginés García Millán), también naufraga pues el guión señala al personaje de Eva culpabilizándolo —consciente o inconscientemente— de compatibilizar la vida laboral y personal. Una culpabilidad que se materializa cuando Eva no acude a las llamadas de ayuda de Carmen.
Y esta situación se repite dos veces: en una Eva está dormida en la cama junto a su marido, y no oye la llamada telefónica de Carmen; y la segunda vez, cuando Carmen le deja un mensaje en el móvil y Eva no lo escucha porque está en el karaoke (en modo vida personal). Carmen es una persona individualista, que actúa sin pensar en las consecuencias, pero el guión es injusto con el personaje de Eva, al sugerir que por tener derecho al descanso o al ocio deja desatendida su parte profesional.
Tampoco funciona una idea que se plasma inicialmente y que parece debía desembocar en establecer la relación entre el significado de la serie de grabados de Los Caprichos de Goya y la sociedad actual. Unos grabados satíricos, irónicos, que ponen en la picota las miserias humanas de un periodo histórico, y que situados en la trama como pauta para los asesinatos, establecería un paralelismo con el momento presente (la desdicha de las relaciones personales, una sociedad en crisis o la crítica a una élite que va desde los coleccionistas a los políticos).
Un camino que se frustra por una resolución acelerada y precipitada. Un primer cierre que parece castigar determinadas conductas, y una coda final que clausura la historia de forma definitiva pero poco creíble.
Una película en la que se adivinan las intenciones, pero que no es capaz de plasmarlas en la pantalla. Buen trabajo de las dos protagonistas, que hacen verosímil el antagonismo entre ambas, y un adecuado acompañamiento de los personajes masculinos secundarios; pero más por la capacidad de las propias actrices y actores que por el texto que sustenta sus personajes.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados