Un torrente de familiaridad
Tras dejar aparcado al personaje de Torrente, después de cinco películas en las que la caricatura inicial de la sociedad que este esperpéntico detective pretendía denunciar en su primera aparición en pantalla se fue diluyendo para concentrarse en la construcción de una rentable franquicia cinematográfica, Segura se despachó el año pasado con Sin rodeos (2018), remake de un título argentino. La película, protagonizada por Maribel Verdú, era un remedo de comedia romántica en la que el personaje femenino se rebelaba contra todo lo que le oprimía, como mujer y como persona, terminando con una vida de servidumbre a los hombres que la rodeaban.
Esta reivindicación femenina vuelve ahora con Padre no hay más que uno (2019), que curiosamente es un remake de otra película argentina, en la cual se pone en primer plano la necesidad de compartir las tareas del hogar y la educación de los hijos, destacando la inoperancia de los personajes masculinos para dar el salto de la mera colaboración a la verdadera corresponsabilidad.
Javier (Santiago Segura) es un informático, centrado en su trabajo, que tendrá que hacerse cargo de sus cinco hijos mientras su mujer y su cuñada se van al Caribe durante una semana.
Santiago Segura, desde sus inicios, utiliza la parodia de los géneros cinematográficos para transmitir sus mensajes. Así, la caricatura de detectives de Torrente y sus sucesivos derivados (policiaco, corrupción, carcelario, etc.) sirvió para, teñido de un tono satírico, mostrar el retrato sociológico de una parte de España; ya hemos comentado que en Sin rodeos fue la subversión de la comedia romántica el modelo narrativo utilizado para denunciar la asfixia de una mujer explotada en su trabajo y en su vida familiar y amorosa.
Ahora, con Padre no hay más que uno, Segura recurre al modelo de cine familiar para hablar de la necesidad de adaptación del esquema tradicional de familia a la sociedad del siglo XXI. Un cine familiar en dos sentidos, cine hecho con niños y cine para ver con niños. Con este punto de partida, la película prioriza las aventuras y desventuras de Javier al hacerse cargo de sus hijos, un padre un tanto cínico y siempre ajeno a las tareas del hogar por considerarlas una ocupación menor dentro de su escala de valores al ser asumidas por su mujer (Toni Acosta).
Para acentuar la comicidad el argumento, dibuja una familia formada por cinco hijos, con edades comprendidas entre la infancia y la adolescencia, que sirven para desplegar el abanico de situaciones a las que los padres deben enfrentarse. De esta forma podemos ver los problemas que supone compatibilizar el trabajo y la crianza, traducido en innumerables contextos: el reparto de las tareas en el hogar, las actividades extraescolares, los deberes, la gestión del ocio (quedar con amigos, hobbies), las relaciones con la comunidad escolar y con el resto de padres o las dificultades de la adolescencia.
Todo un catálogo de situaciones que constituye una virtud, pero también un defecto del propio filme, pues termina desbordando la estructura sencilla del título. Una estructura basada, por un lado, en mostrar las dificultades del padre para cumplir todas sus obligaciones profesionales y familiares; y por otro lado, el montaje paralelo del viaje que efectúan su mujer y su cuñada al Caribe.
Al tener que gestionar los personajes de los cinco hijos, cada uno representando un patrón (la pequeña muy mala, la mediana responsable, la adolescente con los problemas derivados de su edad, etc.) prácticamente no hay tiempo para elaborar una reflexión, por lo que asistimos a una definición de personajes elaborada con pequeños trazos.
Esta saturación termina por reducir los personajes secundarios a papeles que pasan prácticamente desapercibidos (el cuñado que interpreta Leo Harlem) y provoca que la parte protagonizada por las mujeres en el Caribe no termine de integrarse en la narrativa del filme, quedando como un apéndice independiente. De hecho, el único personaje secundario medianamente hilvanado es el de Rosaura (Wendy Ramos), la asistenta peruana contratada para ayudar en las tareas de la casa.
Por lo tanto, todo queda reducido al personaje de Javier y sus hijos, siendo estos últimos los verdaderos protagonistas del filme; y éste avanza en función del intermitente acierto o la comicidad de los gags. Una comicidad bajo la que se esconde la denuncia de la situación de desigualdad en el reparto de las tareas entre el padre y la madre, una reivindicación del papel de la mujer (de las madres) y la apuesta por favorecer la igualdad.
Sin embargo, por debajo de esta idea general que preside el discurso global del filme, se destila, consciente o inconscientemente, una serie de consideraciones que terminan siendo contradictorias y que restan fuerza a ese mensaje inicial.
En este sentido no ayuda la imagen del resto de personajes que aparecen en el filme: el grupo de madres de la escuela descritas como unas brujas; la cuñada, liberada por no tener hijos, solo le interesa la juerga; o el cuñado, que odia a los niños, perfilado como un egoísta e inconsciente. Y todos ellos son castigados o afeados en sus conductas.
Dice Santiago Segura que en la inspiración de Padre no hay más que uno se encuentra La gran familia (1962), en el sentido de encontrar un cine emotivo que hable de la sociedad de ese momento, pero en esa búsqueda de un cine familiar el director de Torrente nos ha facturado un filme excesivamente costumbrista que quizá no responde a la realidad actual de la reivindicación de la igualdad por parte de las mujeres trabajadoras y donde, junto al homenaje a la figura de la mujer, también destila una defensa de la familia tradicional (el padre dejará su trabajo para ocuparse de los niños, pero triunfará con su app). El hecho de dirigirse a un amplio sector del público no debería limitar la fuerza del mensaje.
Nos queda entonces una comedia entretenida, pensada para ocupar el hueco de la taquilla de la época estival, con una ligera crítica social que funciona de una forma discontinua y que se sustenta en el casting infantil, el verdadero acierto del filme.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados