Si bebes, no twittees
El fenómeno Twitter se ha disparado. Era inevitable. Una vez alcanzado una masa crítica relacionada con el número de personas que utilizan la herramienta de microblogging estaba claro que su repercusión iba a crecer exponencialmente. No hay más que ver como Twitter, al igual que Facebook, se ha(n) incorporado en los programas televisivos y radiofónicos. Twitter incluso sirve ya como fuente de información para noticias de última hora, de tal forma que actores, deportistas y famosos certifican o comentan sus opiniones o comunicados cual notas de prensa en las redes sociales, de éstas, la gran mayoría en Twitter por su inmediatez.
En muy poco tiempo hemos visto como comentarios de personajes conocidos en Twitter provocan una oleada de adhesiones y repulsas. Pérez Reverte, Alex de la Iglesia, Bisbal o el último caso, por ahora, el cineasta Nacho Vigalondo (Los cronocrimenes). Vigalondo, hace unos días, lanzó un comentario en su Twitter sobre el holocausto que ha desatado tal polémica que ha terminado con el cierre de su blog en El País. El comentario, sin duda desafortunado, pero entendible dentro del contexto en que se lanzó, pues parece ser que formaba parte de otros mensajes satíricos sobre situaciones históricas (también publicó uno sobre la bala de Kennedy), no ha sido entendido de esa forma por sus seguidores. El propio cineasta lo explica en su penúltimo post en citado blog, donde insiste en el carácter satírico y festivo del comentario, pero lo que es indudable es que a pasar de sus aclaraciones, esta polémica le acompañará durante mucho tiempo.
Ámbito laboral, ámbito personal
A otro nivel de implicación y repercusión, los que estamos en redes sociales y formamos parte de una organización, en mi caso un organismo público, en otros será una empresa, una institución o su propio negocio privado, debemos aceptar la responsabilidad de los comentarios porque las redes sociales tienen un problema que todavía no se ha resuelto y es la separación entre la vida profesional y la personal.
La línea sobre la que nos movemos es delicada, un paso en un sentido o una paso en otro lado, puede significar posicionarse en el terreno de la autocensura o en el del riesgo. Por la red circulan infinidad de manuales sobre el uso práctico de Facebook o Twitter, recomendaciones sobre actuaciones, sobre estrategias, pero es difícil dictaminar sobre el tema de la responsabilidad. Es difícil dar instrucciones o prever sobre las innumerables situaciones que se pueden dar pues 140 caracteres son muy pocos para explicar realmente lo que queremos decir.
Muchas veces decimos que el comportamiento en redes sociales debe ser similar al que se lleva en la vida off line, donde en general, todo el mundo distingue entre una conversación de café y una reunión de empresa. Pero en las redes sociales, esa frontera se traspasa casi sin darnos cuenta, es lo malo, y contradictoriamente, también maravilloso, de estas herramientas que están marcando un nuevo modelo de comunicación y de relación. En el resto de medios de difusión (radio, televisión, prensa escrita, etc.) las reglas están claras porque estamos hablando de una práctica que lleva, primero, mucho tiempo en funcionamiento, y segundo, una estructura organizativa relativamente clara que diferencia la parte editorial de la personal.
En las redes sociales ese tiempo experiencial es mínimo y la libertad y la extensión de nuestra voz parece que en ocasiones no se entiende como se piensa que debería entenderse. Y no todo ocurre en el terreno del famoso, del gurú o de la marca que cuenta con 25.000 ó 50.000 seguidores; cada uno, en su propio ámbito puede sufrir o tener sus quince minutos de fama sin buscarlo. Por lo tanto hay que encontrar nuestro espacio, un espacio donde se articule un discurso que sea compatible con todas las opciones que se generan en nuestro entorno y donde la responsabilidad sea vista no como una barrera o freno sino como una reflexión necesaria antes de darle al click de enviar o publicar.