Crítica de Caída libre

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Tras la máscara

La primera escena de Caída libre muestra el rostro de una mujer maquillándose mientras una música de percusión, de reminiscencia tribal, adquiere protagonismo; un rostro oculto detrás de una máscara en el que apenas la mirada deja ver la profundidad que hay detrás. Una imagen que nos introduce de forma explícita en el concepto temático del filme y que apunta el uso del simbolismo como recurso presente en todo el relato.

Marisol (Belén Rueda) es la entrenadora del equipo nacional de gimnasia rítmica femenina y su método de trabajo se caracteriza por la extrema dureza con la que trata a sus gimnastas. Una mujer de 60 años que ha estado toda su vida ligada a la gimnasia y que, frente a los valores positivos  del deporte (tolerancia, sentido de equipo, superación), apuesta por lo único que es importante para ella: la competitividad y la búsqueda de la perfección para lograr el éxito. Su vida personal está regida por la misma exigencia y  frialdad hasta que un día descubre un hecho que trastocara su rutina.

Producida por Juan Antonio Bayona y con guion de Bernat Vilaplana –colaborador de Bayona– basado en un argumento de la directora, la película es un descenso a los infiernos de una mujer cuya vida laboral y personal, a pesar de su aparente seguridad, está sostenida por un frágil equilibrio que se viene abajo en cuanto aparece la primera grieta del mundo artificial que ha construido a su alrededor.

Con un control despótico de su vida, cuando ve amenazada su existencia –con un marido que se va de casa para vivir con su amante más joven con la que va a tener un hijo–, la protagonista agrava su carácter dominante estableciendo unas relaciones abusivas con todo su entorno.

El filme de Laura Jou escoge la gimnasia rítmica como contexto para profundizar en un tipo de relación dictatorial en el que la finalidad y la consecución de los objetivos se impone a la empatía entre las personas. La dureza de los entrenamientos y el orden piramidal establecido entre entrenadora y gimnastas, donde la disciplina se impone más allá del suelo elástico en el que ensayan los ejercicios (controla sus vidas privadas), sirve para recrear una personalidad antipática que en ningún momento deja lugar a un resquicio que fomente la empatía.

Marisol se oculta detrás de una coraza –física y mental– que ejerce de barrera contra el resto de personajes que aparecen descritos con toda una serie de características positivas (entendemos que el marido haya buscado otra vida, la ayudante intenta ser comprensiva hasta que no puede más, la joven gimnasta que quiere entrenar pero también vivir). De ahí surge el tema principal de la película, el conflicto de una mujer madura, que toda su vida se ha revestido de una máscara que oculta sus sentimientos más íntimos, y que finalmente se resquebraja para dejar paso a la mujer que hay detrás, en el interior.

Belén Rueda protagonizada Caída libre. Foto: Universal Pictures International Spain

Incapaz de renunciar a lo que ama –la vida con su marido y su carrera profesional– Marisol inicia un viaje sin control en el que desconocemos cuál va a ser el resultado final. Un viaje en el que la protagonista necesita dejar atrás el control rígido para aceptarse tal y como es. Un tránsito que se alimenta del melodrama, aunque haya veces que se disfrace de thriller psicológico debido a todas las acciones que la protagonista emprende para mantener su statu quo.

La ambigüedad del personaje de Marisol, su capa externa caracterizada por la dureza que oculta un interior inaccesible, se desvela a lo largo de toda la película con el empleo de una serie de simbolismos que muestran esa duplicidad con todas las imágenes dobles que nos indican esa naturaleza dividida: el reflejo del cuerpo en la piscina o las frecuentes miradas a los espejos. Simbolismo que se utiliza para hacer avanzar el relato y que vemos en escenas como el lanzamiento del aro que parece un anillo, el juego con la maqueta (la chimenea fálica, romperla y reconstruirla) o los planos con movimiento circular que por continuidad enlazan el viaje en coche con el escáner.

El personaje está unido a la interpretación de Belén Rueda, capaz de componer –alejado del naturalismo- el retrato de una mujer con la piel dura en la que apenas tiene mecanismos para buscar la complicidad con el espectador. Una composición que navega casi siempre en la frontera de la contención y la exageración y que la actriz protagonista saca adelante con mérito. Un personaje que únicamente tiene el lastre de un arco evolutivo que da un giro final excesivamente expeditivo y que, a pesar de estar anunciado por esa ambigüedad del personaje, se resuelve de una forma un tanto precipitada.

La salud mental, la búsqueda de la perfección, el sacrificio de la vida personal frente al mundo laboral, las relaciones de pareja, el deseo maternal, el horror body femenino, la insolencia de la juventud y el paso del tiempo, son frentes temáticos que la película va incorporando para acompañar el declive emocional de la protagonista, aunque únicamente están esbozados y no terminan de imbricarse en la estructura del relato.

Laura Jou, que debutó en el largometraje con La vida sense Sara Amat y que cuenta con trabajos realizados para la televisión (Fácil, Cucut), además de una larga trayectoria como coach y dirección actoral, realiza aquí su trabajo más cuidado desde el punto de vista estético con una serie de recursos narrativos y formales con el que factura una película elegante capaz de soportar el intenso relato que navega entre el thriller psicológico kitsch y el melodrama intenso.

Escribe Luis Tormo

Título: Caída libre
País y año: España, 2024
Duración: 90 min.
Dirección: Laura Jou
Guion: Bernat Vilaplana
Fotografía: Marc Gómez del Moral
Música: Clara Peya
Reparto: Belén Rueda, Ilay Kurelovic, Irene Escolar. Manuela Vallés, Maria Netavrovana
Productora: Ejercicios de Equilibrio, Corte y Confección de Películas, Suspense Entertainment, Marrowbone.
Distribuidora: Universal Pictures International Spain

Publicado originalmente en Encadenados

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