Detrás de la mirada
Ara Malikian transmite vitalidad y esperanza a través de su arte, ese violín que le acompaña desde su infancia y que ha permanecido con él en los peores y mejores momentos de su vida. En el documental realizado por Nata Moreno y que acapara varios premios, entre ellos el Goya 2020 al Mejor Documental, el violinista luce con frecuencia una sonrisa. Una sonrisa y una mirada alegre que se sostiene en muchos momentos a pesar de que este hablando de situaciones terribles. Él es un niño de la guerra pero se reconoce feliz porque esa fue su infancia, no conoció otra cosa, de esta forma habla de los bombardeos y de su vida en Beirut con normalidad.
Sin embargo, cuando en las entrevistas realizadas por la directora para acompañar el material de archivo la cámara permanece fija, grabando tras finalizar la conversación, en esos escasos segundos en que el silencio se adueña de la escena, podemos ver lo que hay detrás de la mirada, de la sonrisa. En ese tiempo en el que el silencio llena la pantalla descubrimos el lastre de todo lo vivido, el peso del pasado, de todo aquello que no se puede describir con palabras: una melancólica esperanza de quien sabe el valor de tener un techo, un colchón y vivir en paz.
El origen del proyecto son 25 cajas que le llegaron a Ara Malikian tras la muerte de su padre, estas cajas contenían una recopilación de fotografías y videos en diferentes soportes que su padre había ido guardando desde que Malikian era niño. Nata Moreno, pareja del violinista, comenzó a visionar ese material y de ahí surgió el documental.
Las cajas juegan con ese simbolismo que significa el descubrimiento de algo que ha estado oculto, unos archivos que hacen visible los recuerdos acumulados de un padre respecto a su hijo desde la lejanía, articulando un discurso sobre el viaje errante de los que dejan su tierra y la soledad que los acompaña, a los que se van y a los que se quedan. De ahí esa escena inicial en la que un Malikian polvoriento camina por un desierto mientras va dejando su rastro en el suelo.
A partir de ahí se reconstruye el relato partiendo del genocidio armenio que se inició en 1915 y se prolongó durante varios años en el que los turcos masacraron a la población armenia, entre ellos los abuelos del futuro violinista. Malikian, nacido en Beirut, también sufrió las consecuencias de la guerra desde niño siendo el violín de su abuelo y la insistencia de su padre los que le facilitaron, con quince años, la posibilidad de salir del Líbano hacia Alemania para disfrutar de una beca.
Su relato es el relato de todos aquellos que han tenido que conocer el traslado forzoso a otro país por la diáspora de la guerra dejando atrás la familia. El esfuerzo diario para salir adelante y conseguir el sueño se traduce aquí en el duro camino de hacerse un hueco en el mundo de la interpretación clásica. De esta forma el filme establece un doble juego entre la necesidad de encontrar un hogar y la búsqueda de un lugar en el mundo de la creación musical.
La primera hora, quizá la más interesante por ser desconocida, nos permite asistir a la reconstrucción del pasado que tiene su origen en el Beirut de los 70, pasa por Alemania y termina en España, a través de un puzle formado por los archivos antiguos (fotografías, audios, imágenes de televisión) y las grabaciones realizadas ad hoc para el documental: entrevistas con todas las personas que han formado parte de ese pasado y dos entrevistas realizadas a Malikian junto a las imágenes de una visita a su barrio natal en Beirut.
En esa primera parte, el trabajo sobre las fotografías, destacando personajes o eliminándolos, y su combinación con los testimonios referidos a cada época, nos acerca a un personaje en el que destaca la contradicción en todos los aspectos de su vida; un árabe viviendo en un país como Alemania y un intérprete que rebasaba el molde habitual del entorno de la música clásica. En esa lejanía con que se ve el lugar de origen y la familia, entre la soledad y el recuerdo, parece que se forja un carácter modelado por las horas dedicadas al aprendizaje y la búsqueda de la perfección sin perder la unión con sus raíces.
La última parte del documental se centra en el recorrido ascendente dentro de la música a partir de ganar el premio Pablo Sarasate, el acceso como concertino de la Orquesta Sinfónica de Madrid y la necesidad, una vez establecido en el modelo de orquesta clásica de ir más allá de la horma que impone la pertenencia a un conjunto de esas características. El pasado de supervivencia, las enseñanzas paternas, el esfuerzo de una carrera continuada basada en horas y horas de aprendizaje, marcan el camino para «salir del foso», para extender la música clásica superando el canon rígido a través de un espectáculo que da cabida a la (re)interpretación de los clásicos pero dejando también espacio a su capacidad compositiva y a la fusión con otro tipo de músicas como el pop o el flamenco.
En esta fase, el documental continúa apostando por la sencillez y la contención, favoreciendo el acercamiento íntimo antes que dar visibilidad el aspecto más mediático de la figura de Malikian. Todo se resume en la escena final con las imágenes de un concierto en el que el violinista interpreta el Aria de Bach; mientras toca la pieza, desciende del escenario y se mezcla entre el público, recorriendo en círculo el espacio donde están los espectadores, mezclándose con ellos, para terminar el recorrido subiendo otra vez el escenario. Ahí está explicitado ese deseo de sacar la música clásica fuera del escenario, acercar su arte a los demás.
El documental planteaba dos retos. En primer lugar, el hecho de que Nata Moreno, pareja de Ara Malikian, y que se encontraba embaraza cuando comenzó el proyecto, debido a esa cercanía, ésta podía afectar a la mínima distancia necesaria que hay que establecer para no caer en una hagiografía del personaje. Y en segundo lugar, el volumen de los archivos encontrados en las cajas, sus diferentes formatos y el nuevo material rodado hacia difícil el encaje en un documento que estuviera unificado. Retos que se resumen en más de 79 horas de visionado y 29 montajes hasta lograr el definitivo.
Las claves para sortear estas dificultades han sido vincular el violín, la música, el arte en definitiva, a la supervivencia de una persona, estableciendo las raíces familiares y emocionales como base para la obtención de un sueño —con perseverancia y esfuerzo— sin olvidar el pasado.
De ahí que finalmente podamos entender qué hay detrás de esa mirada esperanzadora, accediendo a una parte íntima que la fama y la presencia mediática tiende a ocultar.
Escribe Luis Tormo
Título: Ara Malikian, una vida entre las cuerdas
País y año: España, 2019
Duración: 89 minutos
Dirección: Nata Moreno
Productora: Kokoro Films / Caribe Estudio / Bausan Films
Distribuidora: Syldavia Cinema
Fecha de estreno: 25 de octubre de 2019
Artículo publicado originalmente en Encadenados
Me parece fabuloso. Como persona y como artista. Es el mejor!
Desde luego. Y eso queda reflejado en el documental. Gracias por tu comentario.
Este personaje no solo hace gala de su «virtuosismo» desafinando mientras se contorsiona desencajado, sino que encima tiene el valor de criticar a los músicos ‘clásicos’ siempre que tiene ocasión, para excusar su falta de disciplina y de estudio…
Qué violinista más malo, en todos los sentidos; porque hay que ser mala persona y tener más cara que espalda para faltar al respeto a la Música de la manera en que él lo hace y estafar así a la pobre gente (analfabeta e ignorante), aprovechándose del mediocre nivel intelectual y cultural de este país de pandereta, donde la gran mayoría no tiene oído ni conocimientos musicales.
Nunca comprenderé como este ‘artista’ pop puede incluso tener imitadores que aspiran a ‘ser como él’, habiendo violinistas actualmente de la talla de Leonidas Kavakos o Isabelle Faust. Sí, me refiero a esos enormes músicos clásicos a los que él siempre critica – si nos remontamos al pasado podríamos hablar también de Oistrakh, Kogan, Heifetz, etc. Esos sí son y fueron buenos violinistas, muy diferentes del Malikian de hoy en día: un tipo sin ninguna calidad de sonido, que aprieta y que hace años que ya no estudia (por eso tiene que tocar amplificado y ecualizado); el ‘músico’ que guarrea y desafina más que ningún otro profesional (clásico, jazz o pop) que yo haya escuchado en toda mi vida… Porque se puede hacer música de calidad sin importar el género, pero a Ara no le da la gana porque es más fácil y cómodo vivir del cuento, ¿verdad?
Respetando siempre las opiniones que cada uno tenga respecto a un artista y su obra, y siendo cierta la evolución de Malikian como artista desde el mundo clásico a la música más popular a través del espectáculo, yo no me atrevería a calificar de mala persona a alguien simplemente por seguir el camino que él estima correcto. Tal y como refleja el documental no creo que estemos hablando de uan vida fácil.
En mi trayectoria como crítico, evolucionando también a lo largo de años, prefiero quedarme con aquello que considero positivo, que tiene valor.
He visto en una ocasión a Malikian en concierto, en formato duo con el pianista Iván ‘Melon’ Lewis, y calificaría el espectáculo de emocionante. Y eso es al fin uno de los objetivos del arte, emocionar a las personas.
No es mala persona por seguir «su camino», sino por criticar mezquinamente lo que otros hacen (músicos clásicos); artistas con mucha más calidad que él, por cierto…
Sigo sin estar de acuerdo con tus comentarios. En fin…