Crítica de Quien a hierro mata de Paco Plaza

Misery

Quien a hierro mata, el reciente trabajo de Paco Plaza, se abre y se cierra con dos planos impactantes que resumen de forma díptica el significado de la película. Ese primer golpe que aplasta un mejillón marca el camino sin retorno de unos personajes que viven inmersos en la violencia hasta el plano final. Unos la provocan, otros la sufren. Y esa violencia engendra una tupida red de venganzas que termina alcanzando a todos los protagonistas mientras transitan por un recorrido que desciende a los infiernos.

La corteza nos muestra un thriller con referencias reconocibles: una familia gallega dedicada al narcotráfico, un patriarca envejecido, dos hijos que intentan asumir las riendas del negocio en base a sus propias ideas, un paisaje protagonista y las consecuencias de su actividad mafiosa que se ancla en el pasado cuando las mafias gallegas viraron del tráfico de tabaco al de la droga.

Un tablero de juego y unas reglas que el espectador se sabe al dedillo de los relatos de narcotráfico que tanto han proliferado últimamente (Fariña sería el ejemplo más reciente a la que sigue en la relación del capo de la droga y sus dos hijos). Y en estas enmarañadas relaciones que teje el narcotráfico se enreda el protagonista de la historia, Mario (Luis Tosar), un modélico enfermero de una residencia de ancianos que se tiene que hacer cargo de los cuidados de Antonio Padín (Xan Cejudo), el jefe del clan de la droga.

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En principio dos seres radicalmente diferentes. Mario es un enfermero volcado en su trabajo, apreciado por sus compañeros y por los ancianos de la residencia, con una vida tranquila junto a su mujer, esperando el primer hijo de ambos. Antonio representa el mal, uno de los narcotraficantes veteranos de la ría que a partir de los años 80 extendieron la droga entre una generación de jóvenes.

Esta dualidad de los personajes, conforme avanza el relato se va difuminando debido a una situación del pasado que regresa para romper la barrera entre el bien y el mal, entre el hombre bueno y el hombre malo, revelando el tema principal del filme: la búsqueda de la venganza y sus consecuencias.

Una tesis —siempre dentro del esquema del thriller— que se adorna con un guión que introduce detalles que beben de otros géneros, como la comedia (algunos aspectos de la relación del viejo mafioso con sus dos hijos, Mario y los ancianos de la residencia), el western (el enfrentamiento entre los protagonistas, el héroe solitario, la importancia del paisaje) o la serie B (la tarantiniana banda rival china, el cine carcelario).

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En esta parte externa de la historia es donde la escritura del filme más se resiente, dejando visible muy pronto el hecho que provoca la puesta en marcha de la historia, una historia que conforme avanza se hace demasiado increíble (las entradas y salidas del trabajo de Mario, la estrategia de venganza, la secuencia del accidente de coche) y que insiste en explicar el pasado hasta la saciedad con los repetitivos flashbacks o las miradas al espejo del protagonista.

Pero el valor de Quien a hierro mata hay que buscarlo en el interior de esta historia como ya ocurría en su anterior filme, Verónica. En el territorio que transcurre más allá del thriller y que se adentra en el género del terror psicológico. Es en esta zona cuando el filme nos muestra el verdadero enfrentamiento de los personajes, unos personajes que en su interior son mucho más cercanos de lo que Mario puede o quiere reconocer.

Los límites se sobrepasan y quien tiene la función de cuidar y atender a los demás (en su trabajo, en su casa) comienza a equipararse precisamente con todo aquello que odia. El rencor que consume a Mario, y que es el motor de la necesidad de vengarse del causante de sus males, hace imposible cualquier atisbo de cordura por lo que el descenso a los infiernos parece un camino sin retorno.

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Antonio y Mario son dos hombres muertos, el primero consumido por la vejez y la enfermedad, sabe que su tiempo a pasado y la presencia de sus hijos le recuerda el fracaso de su trayectoria; el segundo, a pesar de esa preocupación externa por los demás, por su mujer, por el hijo que espera, se ha convertido en un zombi, como un vampiro que se alimenta de su víctima por la noche.

En el descubrimiento del personaje real de Mario hay que fijarse en los planos más cercanos que revelan su personalidad a través de su rostro, de los gestos y las miradas. No en el diálogo sino en los silencios, no en toda la vida que le rodea sino en su deambular solitario; una soledad que le aproxima más a su venganza mientras le aleja de su familia. Todo ello posible gracias a la composición actoral de los personajes que realizan Luis Tosar y Xan Cejudo.

El desenlace certifica el pesimismo que impregna la existencia del protagonista y el dolor que el despliegue de la venganza extiende a su alrededor, un plano aterrador que cierra el círculo que partía del violento plano inicial y en el que el Mario parece comprender de golpe las consecuencias de sus actos.

Quien a hierro mata, bajo el ritmo vertiginoso del thriller, esconde un relato de terror. Un terror producido por el desasosegante mundo interior que Mario contiene tras su amable fachada y que se reactiva por el hecho casual de que Antonio llegue a la residencia; una violencia soterrada, alimentada por el deseo de venganza, en la que el espectador asiste a un retrato desolador de un personaje que se va embrollando en su propio laberinto, mostrando las luces y las sombras, y extendiendo la falta de moral a los dos protagonistas, de tal forma que uno y otro terminan fundiéndose conformando un relato amargo carente de esperanza.

Escribe Luis Tormo

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