Supervivencia y solidaridad
La cineasta Judith Colell se ha caracterizado hasta el momento por desarrollar un cine de marcado compromiso social, articulado desde una mirada feminista. Su filmografía aborda temas como la memoria, el trauma y la introspección, elementos que se integran en relatos de carácter intimista. Estas historias suelen construirse a partir de dramas centrados en los personajes, donde la dimensión emocional y psicológica adquiere un papel fundamental.
Frontera parte de un guion escrito por Miguel Ibáñez y Gerard Giménez, inspirado en los testimonios y relatos de los vecinos de la zona de los Pirineos de principios de los años 40 del pasado siglo en plena postguerra española. A través de estas voces, la película recupera la memoria de quienes, durante la Segunda Guerra Mundial, ayudaron a cruzar las montañas a cerca de 80.000 personas que huían de la persecución nazi, poniendo en riesgo sus propias vidas.
Se trata de una historia prácticamente desconocida para la mayoría del público, que amplía el enfoque habitual de la filmografía sobre la Guerra Civil y la posguerra españolas. Tradicionalmente, cuando se aborda la cuestión de las fronteras, tanto el cine como los relatos históricos han centrado su atención en el exilio español: los republicanos que se vieron obligados a abandonar el país para salvar la vida al final del conflicto, así como en la continuación de la lucha a través de los maquis, que se refugiaban en las montañas y mantenían una resistencia clandestina frente al franquismo. Esta obra, en cambio, desplaza la mirada hacia episodios menos conocidos, ampliando la memoria histórica y ofreciendo una perspectiva diferente.
Colell se aproxima a este proyecto, en principio alejado de su universo temático habitual y con un presupuesto más elevado del que suele manejar la directora catalana, para trazar un retrato de un entorno aislado: un pequeño pueblo situado en la frontera catalano-francesa, definido por esa línea natural que marcan los pasos montañosos. En este espacio limítrofe, el paisaje y la geografía adquieren un papel esencial en la construcción del relato.
En el microcosmos que representa este pequeño pueblo fronterizo se pone en escena la ambigüedad política —y moral— que caracterizó a los tiempos de guerra. Un funcionario de aduanas y su familia, el alcalde, el teniente de la Guardia Civil, un oficial nazi o los pasadores furtivos que ayudaban a los judíos en la montaña, escenifican los arquetipos del poder local y militar.
El franquismo, por un lado, estaba vinculado al antisemitismo por su alianza con la Alemania nazi; por otro, permitía o entorpecía de manera contradictoria y limitada el paso de judíos que huían del avance del régimen hitleriano. Esta doble postura, marcada por la incoherencia y el cálculo político, se ve reflejada de forma nítida en el personaje del protagonista, Manel (Miki Esparbé), un funcionario encargado de controlar el paso fronterizo, cuya labor cotidiana lo sitúa ante constantes dilemas éticos.
Dentro de la estructura propia de una película de acción que propone el guion, Judith Colell opta por privilegiar el desarrollo de un drama intimista, estrechamente ligado al pasado que cada uno de los personajes arrastra. Bajo la tensión del relato, la película va desvelando las heridas y contradicciones que definen a sus protagonistas.
Manel, por ejemplo, desertó del ejército republicano para unirse a las filas franquistas con el único objetivo de salvar a su familia y sobrevivir a una guerra fratricida. El teniente de la Guardia Civil (Asier Etxeandia), encargado en teoría de salvaguardar la ley y el orden, se dedica en la práctica al estraperlo, aprovechándose de la vulnerabilidad de los judíos que buscan refugio en España. Por su parte, el alcalde del pueblo se muestra como un acérrimo partidario del régimen, cuya actitud arribista lo lleva a colaborar activamente con un oficial nazi responsable de sangrientas represalias. Finalmente, Juliana, la mujer de un guerrillero que vive oculto en las montañas, encarna la resistencia marcada por el miedo y la incertidumbre.
A partir de este contexto, Frontera plantea el dilema moral entre hacer lo estrictamente necesario para sobrevivir –evitando implicarse en el sufrimiento ajeno– o arriesgarlo todo para ayudar y actuar de manera solidaria con las personas perseguidas. En el caso de Manel, ese gesto de solidaridad adquiere además un valor de redención personal, una forma de expiar la traición a sus antiguos ideales. Esta tensión ética no se limita al protagonista, sino que se extiende a la mayoría de los personajes, en un esfuerzo deliberado por construir figuras complejas que escapen al esquematismo de buenos y malos.
Es precisamente en este drama íntimo que supone tomar partido frente a la injusticia donde la directora catalana se mueve con mayor solvencia. Colell recurre a los recursos expresivos que mejor domina para acercar la cámara a los personajes, acompañarlos en sus vicisitudes y capturar miradas y silencios que trascienden el diálogo, reforzando así la dimensión emocional y moral del relato. En este sentido, la película sitúa en primer término el papel de las mujeres, tradicionalmente relegadas a la sombra de los personajes masculinos, pero que aquí se revelan como figuras decisivas. Son ellas quienes, en última instancia, toman las decisiones morales fundamentales, ya que Mercè (María Rodríguez Soto), la mujer de Manel, y Juliana (Bruna Cusí) encarnan un ideal de justicia y solidaridad que sobrevive a las dificultades.
Frontera funciona como un filme bienintencionado, que destaca por su propuesta ética y humana; sin embargo, un guion excesivamente simplificado, especialmente en el último tercio, limita su capacidad para explorar con mayor profundidad los dilemas morales y las complejidades de sus personajes. Esta simplificación narrativa impide que la película alcance plenamente el potencial que su premisa y su enfoque intimista podrían ofrecer, alejándola de filmes más incisivos como podría ser, por ejemplo, Pa Negre.
Lo más destacable de Frontera es, ante todo, la recuperación de un episodio prácticamente desconocido dentro de la memoria histórica, especialmente en un contexto contemporáneo en el que a veces se tiende a romantizar el franquismo. A ello se suma un reparto acertadamente elegido, que se convierte en la principal fortaleza de la película, con actuaciones destacadas de Miki Esparbé, María Rodríguez Soto, Asier Etxeandia, Bruna Cusí y Jordi Sánchez. Además, la película hace un uso efectivo de las localizaciones, integrando el inmenso y desafiante paisaje de los Pirineos como un escenario que potencia la intensidad del drama y refleja la tensión moral que atraviesa a los personajes.
Finalmente, hay que destacar que Frontera amplíe deliberadamente su discurso sobre los efectos dramáticos de la emigración y la necesidad de practicar la solidaridad más allá del marco histórico que retrata. Tal como se subraya en los rótulos finales de la película, el problema de la migración —personas que huyen de hambrunas y conflictos bélicos y que se enfrentan a la muerte a través de diversas fronteras, tanto físicas como administrativas— sigue siendo una realidad alarmantemente vigente. Esta situación se agrava en un contexto contemporáneo marcado por el auge de la ultraderecha, que socava la humanidad y la solidaridad entre las personas. Al mismo tiempo, la película reafirma la importancia de establecer un vínculo entre pasado y presente, potenciando los valores de su discurso y recordándonos que la memoria histórica sigue siendo fundamental para comprender y afrontar los desafíos actuales.
Escribe Luis Tormo
Título: Frontera
País y año: España, Bélgica, 2025
Duración: 101 minutos
Dirección: Judith Colell
Guion: Miguel Ibáñez Monroy, Gerard Giménez.
Fotografía: Andreu Adam Rubiralta
Música: Liesa Van der Aa
Reparto: Miki Esparbé, María Rodríguez Soto, Asier Etxeandia, Bruna Cusí y Jordi Sánchez
Productora: Coming Soon Films, Diagonal Televisión, Bulletproof Cupid,
Distribuidora: Filmax
Artículo publicado originalmente en Encadenados

