Rosalía – Lux

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Con cuatro discos en el mercado –además de numerosos singles y colaboraciones independientes– y una carrera que supera ya la década, existe distancia suficiente para trazar una visión más nítida del recorrido artístico de Rosalía. También para valorar con mayor calma una trayectoria musical que, desde sus inicios, ha estado rodeada de debates y polémicas: desde las acusaciones de apropiación cultural en su aproximación al flamenco, hasta el uso del trap urbano y del reguetón, géneros cargados de simbología y códigos propios.

Ahora, con la reciente publicación de Lux, parece haberse alcanzado una sorprendente unanimidad. El disco ha conseguido aunar éxito popular y reconocimiento crítico, convirtiéndose en el trabajo de la cantante nacida en Sant Esteve Sesrovires (Barcelona) que mejores reseñas ha recibido tanto en España como en el extranjero.

La propia Rosalía ha explicado en varias ocasiones que sus álbumes son obras a las que dedica especial cuidado y tiempo –a diferencia de los singles, que considera un espacio más libre y lúdico–. Esa inversión prolongada se refleja en el carácter singular que adquiere cada uno de sus proyectos. Otra de sus virtudes más evidentes, por tanto, es la apuesta por el formato conceptual, donde cada disco plantea su propio universo narrativo, estético y musical.

Los ángeles (2017) reunía un conjunto de canciones que, bajo la arquitectura del flamenco, reflexionaban sobre la muerte. El mal querer (2018), adscrito al ámbito de la música urbana, articulaba una historia de relaciones tóxicas y de emancipación femenina. Motomami (2022) exploraba un discurso de empoderamiento desde la libertad expresiva de la música latinoamericana y la experimentación sonora. De este modo, cada propuesta se ha ido diferenciando de la anterior mediante un concepto temático propio y una forma musical deliberadamente autónoma.

Lux profundiza en lo conceptual, desplegando a lo largo de todo el álbum una temática centrada en la figura de una divinidad o un misticismo femenino que actúa como eje narrativo. Una vez más, Rosalía propone un disco que se experimenta mejor en su conjunto: cada pista cobra sentido en relación con las demás y conforma, en su totalidad, una especie de sinfonía contemporánea articulada en cuatro movimientos. En este recorrido, músicas e idiomas diversos se entrelazan y se reconfiguran a través de la versatilidad de su voz.

El nuevo trabajo recoge de forma nítida la esencia de la artista catalana –porque Lux no supone una ruptura–, aunque incorpora un espectro sonoro marcado por referencias clásicas: orquestaciones expansivas, arreglos corales, fragmentos en latín y guiños formales a la ópera.

Estas influencias, lejos de funcionar como mero ornamento, dialogan con el flamenco y con esas melodías pop que vertebran la discografía de Rosalía desde sus inicios, generando un tejido musical que se proyecta hacia una vanguardia personalísima. El resultado es un álbum que trabaja con la tradición para impulsarla hacia una estética contemporánea y experimental, sin perder la claridad narrativa.

Toda esta arquitectura sonora está al servicio del eje temático que atraviesa el disco: la búsqueda de una espiritualidad entendida no tanto desde la religiosidad institucional como desde un sentimiento íntimo de trascendencia. La artista explora una mística femenina que aparece sugerida en los textos, en los gestos vocales y en la manera en que el sonido envuelve al oyente, como si cada pieza fuese un ritual que se expresa desde el primer tema Sexo, Violencia y Llantas: “Quién pudiera venir de esta tierra / Y entrar en el cielo y volver a la tierra” (…) “Quién pudiera vivir entre los dos /Primero amaré el mundo y luego amaré a Dios”

 Lux es también un trabajo confesional, un territorio donde Rosalía se expone con una vulnerabilidad inusual. Sus letras recogen deseos, dudas, aspiraciones y heridas, componiendo un autorretrato emocional que se despliega a lo largo de las distintas fases del disco. En esa sinceridad se percibe la huella de las experiencias, las lecturas y las investigaciones musicales que han acompañado los tres años de gestación del proyecto.

Este discurso se articula a través de una amplia variedad idiomática y de múltiples formas musicales que transitan desde el pop entremezclado con el flamenco hasta la canción francesa, pasando por una suerte de aria operística, elementos de electrónica, un vals con aire de ranchera o incluso el fado, entre otros registros. Esta diversidad no solo amplía el horizonte estético de la obra, sino que también refuerza su carácter experimental.

De hecho, uno de los riesgos –en un trabajo ya de por sí arriesgado– era que esta cacofonía textual y sonora, con infinidad de colaboradores, terminara presentándose como un conjunto disperso, sin una coherencia interna capaz de sostener la propuesta. Sin embargo, es precisamente en ese delicado equilibrio entre heterogeneidad y unidad donde se juega la fuerza expresiva del proyecto.

Ese empaste se consigue, ante todo, gracias a la voz de Rosalía, que actúa como hilo conductor y unifica un conjunto de temas tan diversos. Sin recurrir a excesivos aditamentos electrónicos, su voz se erige como un instrumento más: capaz de desplegar la potencia necesaria para alcanzar los momentos más intensos –como en Mio Cristo Piange Diamanti o Berghain– y, al mismo tiempo, de modularse con una delicadeza que transforma una balada aparentemente rutinaria (Sauvignon Blanc) en algo mucho más grande.

Esa misma versatilidad le permite moverse con naturalidad entre géneros. Se adentra con soltura en el terreno del fado junto a la mismísima Carminho en Memoria, y aborda la rumba con la complicidad de Estrella Morente y Silvia Pérez Cruz en La rumba del perdón. En todos los casos, Rosalía consigue apropiarse del lenguaje musical de cada estilo sin perder su identidad, reforzando la coherencia del proyecto y dotando al conjunto de una personalidad inconfundible.

Una voz capaz de adaptarse a cada estado emocional: transmite el despecho en La perla, despliega un juego desenfadado en Dios es un stalker, se inclina hacia la ironía en Novia Robot y abraza la melancolía en Magnolias. Y es que, si bien la técnica vocal es importante, lo que realmente destaca a lo largo de todos los temas es su habilidad para despertar emociones con autenticidad y matices que enriquecen cada interpretación.

Más allá de la acertada campaña de marketing, del abanico de idiomas empleados, de la nómina de colaboradores o de las cifras que avalan su éxito global, Lux se erige como el exponente de un trabajo bien hecho, cuidadosamente pensado y elaborado con conocimiento y pasión. Es un proyecto que revela nuevas capas con cada escucha y que consolida una carrera musical tan personal como intransferible, construida desde la coherencia creativa y una identidad artística cada vez más definida.

Escribe Luis Tormo

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