El guionista y director Cesc Gay, cuya carrera cinematográfica abarca casi tres décadas desde su debut en 1998 con Hotel Room, ha convertido el conflicto amoroso en uno de los ejes temáticos más recurrentes de su obra. A lo largo de este tiempo, ha dirigido una decena de largometrajes en los que ha logrado mantener un equilibrio entre el cine independiente y el cine comercial, destacando incluso con éxitos de gran alcance, como Truman (2015).
Sus producciones, generalmente de presupuesto contenido, le permiten ejercer un control creativo integral, con una marcada preferencia por el reparto coral y por un estilo narrativo en el que el diálogo se erige como el motor principal del relato.
En mi amiga Eva, la protagonista (Nora Navas) es una mujer casada, madre de dos hijos adolescentes, que está a punto de cumplir cincuenta años. Durante un viaje de trabajo a Roma, experimenta un despertar emocional al darse cuenta de que desea volver a enamorarse. Esta revelación sacude los cimientos de su vida y le lleva a cuestionar la aparente felicidad de su matrimonio, justo en un momento vital que ella percibe como su última oportunidad para encontrar el amor.
La complejidad de las relaciones humanas, especialmente los conflictos de pareja, constituye el eje central del corpus temático de la obra de Cesc Gay. Desde la emblemática En la ciudad –una película que, a pesar de haber sido estrenada hace más de veinte años, conserva intacta su frescura–, la búsqueda del amor y las tensiones derivadas de los vínculos sentimentales y amistosos han estado presentes de forma constante en su filmografía.
En este recorrido, la mirada del guionista y director catalán ha estado tradicionalmente enfocada en el universo masculino, explorando sus contradicciones y sus deseos. No obstante, en su trabajo más reciente, esa perspectiva da un giro significativo: el protagonismo recae en una figura femenina. Eva se convierte así en el centro de una narración reflexiva, que indaga en las motivaciones profundas que la llevan a cuestionar su vida y a desafiar las certezas sobre las que había construido su aparente estabilidad.
El viaje a Roma —ciudad cargada de simbolismo y romanticismo— actúa como un elemento disruptor en la vida de Eva. El encuentro casual con Álex (Rodrigo de la Serna) despierta en ella un deseo latente: volver a enamorarse. A punto de cumplir cincuenta años, Eva se enfrenta a la inseguridad que le generan tanto la conversación —donde incluso desliza alguna mentira— como las situaciones nuevas, como la invitación a una fiesta con desconocidos. Sin embargo, se entrega con entusiasmo al ritual del enamoramiento.
Al regresar a su ciudad y retomar la rutina —laboral, familiar, emocional—, Eva experimenta una necesidad urgente de sincerarse consigo misma, de recuperar una libertad interior que siente cada vez más lejana. En un contexto cada vez más común, donde muchas parejas deciden separarse en la cincuentena, el guion de Cesc Gay, escrito junto a Eduard Sola, da vida a un personaje femenino lleno de matices: dubitativa, emocionalmente vulnerable y atravesada por una incertidumbre ante los cambios que se avecinan.
No se trata aquí de una historia de buenos o malos, de culpables o víctimas. El marido de Eva, interpretado por Juan Diego Botto, es un hombre atento, amable y responsable. No hay conflictos evidentes ni razones escandalosas que justifiquen una ruptura. Tampoco estamos ante un triángulo amoroso convencional, con mentiras o traiciones. Lo que se retrata es algo más sutil: el desgaste silencioso de una vida que ha caído en la rutina, el vacío emocional que puede surgir incluso cuando todo «funciona bien».
Eva no busca escapar de alguien, sino reencontrarse consigo misma, quiere volver a sentirse viva, volver a enamorarse. Y en esa búsqueda íntima, profundamente humana, se construye una historia tan sencilla como reveladora, que si bien es cierto no destaca por su novedad o por su ritmo ágil –sobre todo la parte central–, tiene el encanto de esas películas que se siguen con media sonrisa.
La película retrata una situación de ruptura, matizada por ese característico tono que Cesc Gay imprime en todas sus obras, donde drama y comedia conviven en equilibrio. Esta combinación permite aligerar la carga emocional que implica, para Eva, la búsqueda de un nuevo amor y la decisión de redirigir su vida. A lo largo del filme, se evidencia la incomprensión de su entorno: desde un marido que la increpa con un tajante “Te vas a arrepentir” hasta unos hijos y una familia incapaces de aceptar su decisión. Eva es una mujer juzgada por atreverse a cuestionar una vida cómoda, pero vacía.
A través de un tono humorístico que salpimenta la película se confecciona el retrato de un desafío, de la temeridad que supone salir de la zona de confort. Eva se ve obligada a mudarse a un piso más pequeño y modesto que su antigua vivienda, experimenta una soledad que no consigue mitigar a pesar de las diversas citas que mantiene con varios hombres, y enfrenta el edadismo que atraviesa la sociedad: su edad contrasta con la juventud de la nueva pareja de su exmarido, y la menopausia se convierte en otro elemento que marca su realidad.
Como en gran parte de su filmografía, el director catalán apuesta por una cámara transparente, subordinada al contenido de cada escena y cuidadosamente adaptada a la presencia de los personajes. Esta elección estilística contribuye a reforzar el aire de comedia clásica que impregna toda la película: pantalla ancha, colores brillantes, elegancia (esa escena final), un eficaz conjunto de personajes secundarios y el juego del azar (los encuentros y desencuentros de los protagonistas).
Mi amiga Eva sobresale especialmente por la interpretación de Nora Navas, quien da vida a un personaje tragicómico pero lleno de ternura. Eva es una mujer que solo desea reemplazar la sonrisa complaciente de su marido –un gesto que encarna un amor ya agotado– por la sonrisa pícara de Álex, capaz de reavivar en ella la ilusión de enamorarse.
Este film representa un nuevo paso en la trayectoria de Cesc Gay, un autor que continúa explorando con sensibilidad las complejidades de las relaciones sentimentales. Fiel a su estilo, Gay vuelve a centrarse en el universo emocional de sus personajes, quienes, película tras película, crecen y evolucionan generacionalmente.
Escribe Luis Tormo
Artículo publicado originalmente en Encadenados

