Miedo, prejuicio e intolerancia
En su manifestación exterior –salvo aquellos o aquellas que lo explicitan al formar parte de su ADN ideológico o político– las personas suelen expresar su tolerancia y respeto hacia cualquier individuo perteneciente a un colectivo minoritario afectado por determinados problemas (sociales, económicos, de salud, etc.). De ahí que, en principio, nadie es racista, xenófobo, homófono o intolerante respecto a personas y causas varias que tienen que ver con la diversidad.
Pero esta afirmación se modula, se adapta o se contradice en cuanto esa supuesta tolerancia –y aceptación de lo que es diferente a nosotros– nos afecta directamente (en la familia, en el trabajo o en la comunidad vecinal). Esta cercanía de la convivencia con determinadas situaciones pone a cada persona en su lugar teniendo que posicionarse claramente en un lado u otro más allá del discurso teórico.
Esta reflexión es la que vertebra Votemos (2025), el reciente largometraje de Santiago Requejo. Un filme que hunde sus raíces en Votamos (2021), el reconocido cortometraje nominado a los Goya y que se coló en la preselección de los Oscars. Posteriormente Requejo recibió la propuesta de un productor teatral argentino para trasladar el cortometraje a los escenarios; para esta adaptación teatral Requejo contó con Raúl Barranco y Javier Lorenzo para dar formato al texto.
Requejo sortea ambos escollos. Si en el cortometraje la apuesta formal era un único plano secuencia, en Votemos hay un minucioso montaje que juega con los movimientos, las miradas en un ajustado raccord que consigue mantener la tensión en ese escenario único. Bajo un planteamiento aparentemente sencillo, naturalista, se pone de manifiesto el engranaje escénico interno –con los movimientos y la situación de los personajes– potenciado por el uso del lenguaje cinematográfico.
Con estos precedentes el proyecto de largometraje podía incurrir en dos errores: en primer lugar, la ampliación forzosa de un minutaje para alcanzar la duración estándar del soporte cinematográfico que resultara artificial; y en segundo lugar, que el escenario único –heredado del cortometraje y prolongado en la obra teatral– impusiera la sensación visual de encontrarnos ante un mero teatro filmado.
El reparto, uno de los puntos fuertes de la película, se distribuye de manera equitativa en la composición escénica de tal forma que en los planos todos terminan siendo fundamentales pues tanto valor tiene aquello que vemos destacado en primer plano como la reacción que provoca el diálogo o la actitud en el resto de personajes que permanecen al fondo del plano. Requejo y su director de fotografía, Kiko de la Rica, introducen un hábil juego con el foco que permite visibilizar los diferentes puntos de vista de cada personaje.
Votemos parte de una situación sencilla –la votación de un cambio de ascensor– que se va complicando conforme los vecinos se enteran que un propietario quiere alquilar su piso a un compañero de trabajo con problemas de salud mental. Lo que en principio debía ser un hecho rutinario se transforma en un discurso sobre qué consideramos la normalidad poniendo el acento en la salud mental como espoleta que termina detonando un amplio catálogo de miedos, prejuicios y falta de sensibilidad frente a los problemas de los demás.
Con un humor que surge del drama cotidiano el guion compone una serie de personajes que muestran un amplio abanico de posicionamientos mediatizados por la pertenencia a una generación, los problemas económicos o los prejuicios enraizados en una sociedad que exhibe una amabilidad externa que al primer debate deja aflorar la hipocresía de la que formamos parte y alimentamos cada persona en menor o mayor medida.
Los enfrentamientos personales y las posturas cada vez más escoradas hacia el extremo, terminan dibujando –siempre desde el terreno de la comedia– una ácida reflexión que va más allá de la salud mental para hablar de la situación del alza de los precios de la vivienda y su asfixia económica, el choque generacional, el discurso ultra, el machismo y una soledad que envuelve tristemente a unos personajes que se convierten en arquetipos de una forma de actuar como comunidad fácilmente reconocible.
La película, como también lo era Abuelos en relación con la incorporación laboral de las personas mayores o No puedo vivir sin ti con respecto al abuso de las tecnologías, lanza una alerta que, como las anteriores películas citadas, no enarbola una bandera ideológica o social sino que su papel es convertir la cámara en un instrumento que traduce –que observa- la realidad. Y precisamente para que la comicidad no oculte ese anclaje a la realidad, el tono elegido por Santiago Requejo evidencia cierta contención que frena la tentación de deslizarse hacia una sátira excesiva.
Votemos termina convirtiéndose en una metáfora del declive moral que vivimos como sociedad. Ese piso viejo y desvencijado representa una sociedad claustrofóbica que pierde con cierta frecuencia su honestidad y que termina adoptando como modelo aquello que inicialmente rechaza –al final los vecinos terminan comportándose de la misma forma que le achacan al futuro inquilino–.
Entre la sonrisa, alguna carcajada y los hábiles diálogos de un reparto en estado de gracia (Raúl Fernández, Clara Lago, Tito Valverde, Gonzalo de Castro, Neus Sanz, Christian Checa y Charo Reina) emerge una reflexión que deja un regusto amargo sobre lo que creemos ser y lo que realmente somos.
Escribe Luis Tormo
Título: Votemos
País y año: España, 2025
Duración: 88 minutos
Dirección: Santiago Requejo
Guion: Santiago Requejo, Javier Lorenzo, Raúl Barranco
Fotografía: Kiko de la Rica
Música: Morgana Acevedo
Reparto: Raúl Fernández, Clara Lago, Tito Valverde, Gonzalo de Castro, Neus Sanz, Christian Checa y Charo Reina
Productora: 2:59 Films, Pris and Batty Films, Prime Video, Votamos
Distribuidora: DeAPlaneta

