Bella sin alma
Parthenope (2024), el último trabajo de Paolo Sorrentino, homenajea –de forma explícita ya desde el mismo título– a la ciudad de Nápoles, formando un díptico napolitano junto a su anterior película, Fue la mano de Dios (2021), donde el realizador italiano acudía a sus propios recuerdos para entablar un diálogo entre el misticismo y la realidad. Ahora, en Parthenope, el enfoque vuelve a ser un ejercicio de estilo que lo emparenta con La gran belleza, donde el universo onírico y metafórico adquiere un mayor protagonismo.
Nápoles es una ciudad contradictoria, desde sus bellos paisajes hasta sus calles sucias; con un pasado mítico -esa sirena Parténope, origen de una ciudad que luego se convertiría en Nápoles- que combina el esplendor y la decadencia, un lugar que refleja el paso del tiempo, un lugar donde el peso del pasado se siente en cada esquina.
A través del personaje de Parthenope, una hipnótica Celeste Dalla Porta –actriz debutante sobre la que recae el peso de la película– que encarna la propia representación de la ciudad, Sorrentino establece un discurso sobre la fascinación de la juventud, el paso del tiempo, el deseo a través de la mirada masculina, la búsqueda de la independencia como mujer y la decadencia. Una fabulación que en lo visual aparece recargado del barroquismo que acompaña a la ciudad y que coincide con el mundo estético del director napolitano.
Con una estructura asentada en el relato cronológico basado en una serie de fechas significativas en la vida de Parthenope (1950, cuando nace; 1968, su mayoría de edad; 1973, 2023), la película sigue un desarrollo clásico en su primer tercio, centrada en la atracción que la belleza de la protagonista ejerce sobre los hombres. Una seducción que se entrelaza con la idea de una sirena embrujadora –la escena que la protagonista sale del mar en bikini– siempre bajo la mirada masculina y que Sorrentino potencia mediante el empleo de un estilo publicitario (la belleza de las localizaciones, una fotografía cálida, la banda sonora, los planos relentizados) que busca transmitir la fascinación de la juventud frente a la decadencia de la edad (representada por la figura del escritor John Cheever, interpretado en la película por Gary Oldman).
A partir de una cesura que viene motivada por un hecho trágico que acontece en la vida de Parthenope, el filme –sin perder esa ordenación cronológica temporal– adquiere un carácter más onírico con la presentación de una serie de situaciones y personajes que fragmentan la película en pequeños relato donde la protagonista experimenta un crecimiento que trascurre entre el dolor y la satisfacción, buscando su propio camino. En ese recorrido Parthenope se encontrará con una actriz que ahora es profesora de interpretación, con una diva, un esperpéntico obispo y, sobre todo, profundizará su relación con su viejo profesor para orientar su carrera hacia la enseñanza universitaria.
Con esta estructura caótica –que entronca con la imagen de la ciudad que describe– la película avanza a golpes, con fragmentos afortunados y otros que se regodean en el esteticismo vacío –hermoso, pero vacío–. El autor de La juventud cultiva con descaro ese estilo capaz de epatar con sus imágenes a través de una propuesta barroca, sensual, desmesurada donde en muchas ocasiones la forma se impone al discurso.
Adentrándose en la metáfora del paso del tiempo que es Parthenope, con el esplendoroso periodo que representa la juventud, en el que encontramos la belleza (“Eres una diosa” le dice el enamorado a la protagonista) y la necesidad de profundizar en el aprendizaje, en la búsqueda de su propia identidad (“No sé de nada, pero me gusta todo” explica Parthenope) es donde mejor se mueve Sorrentino, con algún inserto de la protagonista envejecida (interpretada por Stefania Sandrelli) que ya alerta de la futura decadencia, y que al final de la película asumirá el paso del tiempo como una verdad inmutable.
En uno de las escenas más significativas de la película, Sorrentino utiliza en la banda sonora la voz desgarrada de Riccardo Cocciante con su canción Era già tutto previsto. El cantante italiano se hizo muy popular antes con el tema Bella senz’anima (Bella sin alma en su versión española), una canción sobre el desamor que hablaba de la atracción de la belleza externa. Algo similar le ocurre a esta Parthenope de Paolo Sorrentino –y es común en su filmografía–, resulta atractiva de ver (a pesar de su excesiva duración en este caso) pues su recubrimiento externo no deja de ser fascinante; pero cuando hay que someterla a la reflexión, el resultado es menor. Sorrentino dice inspirarse en esos grandes directores italianos de los que aquí es fácil encontrar el rastro (Fellini, Bertolucci, Passolini, Visconti), pero en muchas ocasiones sus imágenes carecen del sustento discursivo que las justifique quedándose en la capa externa.
Pero así es el cine de Paolo Sorrentino. Nadie podrá negarle que no lleve sus postulados estéticos hasta sus últimas consecuencias. Como esa ciudad que convierte en protagonista, la mirada de Parthenope es contradictoria, fascinante, bella y monstruosa, vacua en ocasiones, inmensa en otras. Un ejercicio de estilo barroco, sin ataduras, a través de la vida de una mujer que busca su yo.
Escribe Luis Tormo
Título: Parthenope
País y año: Italia, 2024
Duración: 136 minutos
Dirección: Paolo Sorrentino
Guion: Paolo Sorrentino
Fotografía: Daria D’Antonio
Música: Lele Marchitelli
Reparto: Celeste Dalla Porta, Stefania Sandrelli, Silvio Orlando, Dario Aita, Luisa Ranieri, Gary Oldman
Productora: The Apartment, Saint Laurent, Numero 10, Pathé, PiperFilm, Logical Content Ventures, Canal+, Ciné+
Distribuidora: BTEAM Pictures

