Amor tóxico
La presencia amenazante de la inteligencia artificial es una constante en los relatos de ciencia ficción y así ha tenido también su correlación en su traslación al mundo del cine. En las últimas décadas hemos visto como, desde la saga de Terminator –a quien La acompañante homenajea en varias ocasiones–, pasando por series que situaban los discursos distópicos en primer plano como Black Mirror, o películas puntuales que se han estrenado recientemente como Megan o Alice –que se mueven en la frontera entre la ciencia ficción y el terror– apuntalan la idea de un futuro intimidante para el ser humano marcado por la difícil convivencia con el desarrollo tecnológico.
La acompañante (Companion, 2025), desde su escena inicial, expone el trampantojo cinematográfico al que nos vamos a enfrentar. Con el código de la comedia romántica en el punto de mira, tenemos una escena que relata el encuentro de una pareja en un supermercado, con una situación embarazosa cuando al chico le caen las naranjas al suelo, unas primeras palabras y las miradas que transmiten el típico flechazo amoroso. Un tópico de la comedia romántica.
Sin embargo, hay algo extraño en la atmósfera. Un tono onírico. Y la imagen peculiar, artificiosa,que vemos en Iris –una estupenda Sophie Thatcher– que a través de su voz en off realiza una confesión sobre la sensación que produce el amor, y a su vez, esa voz en off desvela al espectador un dato crucial sobre la resolución final de la película. Es un elemento a tener en cuenta pues la película dirigida por Drew Hancock, y a pesar de sus múltiples giros y sorpresas, no es tramposa al exponer desde el inicio el camino que va a recorrer.
A partir de esa introducción, el primer acto se desarrolla dentro de la banalidad que impera en este tipo de relatos. Una casa aislada en un lugar idílico, con un bello paisaje que cuenta con un lago rodeado por un bosque; tres parejas que van a pasar unos días, la protagonista que acompaña a su novio y que se siente un poco desplazada porque no conoce a sus amigos. Bromas, alcohol, conversaciones divertidas y una cena, que sirve de presentación somera de unos personajes que no escapan del estereotipo. Un tono frívolo que, en principio, no se diferencia de otros productos similares.
La película cumple con todos los parámetros del género, desarrollando un ambiente enrarecido, en el que poco a poco vamos detectando que hay algo que va más allá de la imagen superficial, y que culmina con un hecho violento que cierra el primer acto. Una excusa para desvelar la primera sorpresa de una trama que comenzará a desvelar sus cartas; aunque hay que insistir que el guion ya había mostrado indicaciones, pequeños comentarios, que justifican ese primer giro de la historia. Un giro que es el primero de los múltiples requiebros que Hancock propone para que el ritmo de la película se mantenga siempre con una cadencia frenética. De esta forma, un primer elemento positivo de La acompañante es que, siguiendo los códigos de la ciencia ficción y el thriller fantástico, es capaz de desarrollar una historia de una forma dinámica, en el que todo está hilvanado y justificado.
Pero el valor de la película reside no tanto en el uso adecuado de los mecanismos del género, sino en su capacidad para convertirse en el contenedor de un subtexto que utiliza el recurso del cine fantástico para elaborar un discurso sobre la dependencia emocional y amorosa que entronca con la realidad de nuestra sociedad actual. La acompañante pone el acento en la masculinidad tóxica que trastoca el relato romántico del amor a través de la descripción de la relación perniciosa de una pareja, incidiendo en el punto de vista del personaje femenino.
Josh (Jack Quaid) desea que Iris sea su acompañante perfecta, la mujer que le apoye cuando se siente mal y la amante que sacie sus deseos. Iris cumple con todos esos requisitos al estar absolutamente enamorada de Josh; de hecho, para Iris no hay otro hombre y su voluntad es permanecer a su lado toda la vida.Este elemento es el nudo central de la película, más allá de la línea argumental que transita por la ciencia ficción o el género fantástico, la película nos habla de una mujer que descubre que se encuentra atrapada, que vive en un mundo irreal, que está inmersa en una relación tóxica.
La evolución del personaje de Iris es, literalmente, abrir los ojos y tomar conciencia de la situación en la que se encuentra. Redescubrirse como persona y recorrer un camino de empoderamiento femenino. Hay una supervivencia física, asociada al thriller fantástico; pero hay una supervivencia que tiene que ver con la asunción de que todo su pasado (recuerdos, educación) está mediatizado por un hombre castrante y dominador que han hecho de la protagonista una mujer sumisa a la voluntad del hombre del que se ha enamorado.Para el espectador también es una forma de profundizar en el conocimiento de una relación en el que, inicialmente, todo es bondad y satisfacción, hasta que –con cada giro de guion– vamos descubriendo la verdad.
De ahí que la película acaba con la posibilidad del amor romántico, con ese enamoramiento que trastoca a los personajes, ironizando con las situaciones que hemos vista una y mil veces: ese primer encuentro que propicia el flechazo repentino, todo ello adornado con una imagen estéticamente bella complementada con la música o canciones románticas. Una reflexión que deja al descubierto la artificialidad de las relaciones amorosas basadas en códigos aprendidos y repetidos.
Estamos en un futuro inmediato, con una tecnología más avanzada, pero Josh se comporta como un vulgar controlador empleando el móvil, una herramienta que relaciona ese futuro próximo con la realidad actual. La inteligencia artificial se convierte en la metáfora de la forma en que el hombre ejerce el control, no hay una crítica hacia el instrumento sino hacia el ser humano que la crea y modifica a su antojo, empleando diferentes simbolismos tecnológicos para relacionarlos con nuestro presente, dando pie a interesantes analogías como el juego con la inteligencia (educación, conocimiento), demostrando que, a mayor inteligencia, mayor capacidad de ser independiente y libre.
Para conjugar la capa externa y el discurso interior, la película utiliza un tono irónico –Drew Hancock viene del mundo de la comedia–, para distanciarse de una seriedad excesiva. El valor de La acompañante es su capacidad para, sin rehuir del uso del género como receptáculo del relato cinematográfico, ser capaz de hilvanar una historia sobre una pareja, un melodrama sobre la toma de conciencia de una relación tóxica, con una reflexión sobre la moralidad y la ética del avance tecnológico.
Escribe Luis Tormo
Título: La acompañante
Título original: Companion
País y año: EE.UU., 2025
Duración: 97 minutos
Dirección: Drew Hancock
Guion: Drew Hancock
Fotografía: Eli Born
Música: Hrishikesh Hirway
Reparto: Sophie Thatcher, Jack Quaid, Lukas Gage, Megan Suri, Harvey Guillén
Productora: BoulderLight Pictures, New Line Cinema, Vertigo Entertainment
Distribuidora: Warner Bross
Artículo publicado originalmente en Encadenados

