Retrete de una mujer
Un bany propi, el debut en la ficción de Lucía Casañ, es el largometraje que ha inaugurado la 39ª edición de la Mostra de València-Cinema del Mediterrani, tras su estreno mundial que tuvo lugar en la reciente edición del festival de Shangai. Casañ cuenta en su filmografía trabajos como ayudante de dirección y cuenta como realizadora con el largometraje documental El precio del oro (2023).
Antonia (Nuria González) es un ama de casa que a sus 65 años vive rutinariamente la vida junto a su marido, Alberto (Carles Sanjaime). Tan solo su obsesión por los cuartos de baño, un lugar en el que se siente independiente y donde puede dar rienda suelta a su imaginación, aporta algo de interés más allá del repetitivo hábito hogareño; entre medias, una herencia sorpresa actuará como detonante.
La directora valenciana parte de una cita de Virginia Wolf que la película muestra en el sobre que recibe Antonio cuando están en la notaría para recibir la herencia: “Una mujer, para escribir, necesita dinero y una habitación propia”. Esa reivindicación de un espacio de libertad para crear ficción que la escritora británica reclamaba es recogida casi 100 años después por Lucía Casañ para elaborar el viaje hacia la libertad de Antonia, realizando el retrato de una mujer como creadora.
La habitación propia se transforma aquí en el cuarto de baño. Un Mac Guffin escénico –por cierto, hay una cita a Hitchcock a través de la música y una escena en una colina– que hay que elevar más allá del mero espacio físico para verlo como el lugar en el que puede sentirse libre para escribir, para emprender un camino más allá de las tareas como ama de casa; Antonia es una mujer atada a las rutinas domesticas (el despertador que suena todos los días, hacer la cama, preparar la comida para el marido) y a la monotonía del matrimonio.
Un cuarto de baño que permanece anclado en el recuerdo al ser el receptáculo de sus experiencias vividas, tal y como se muestra en la escena en que se repasan los momentos claves de su vida en el baño –lugar de escritura infantil, el sexo, el vómito provocado por el embarazo– o el trauma que permanece asociado a un episodio de la infancia (la castrante educación religiosa) que le persigue desde entonces.
Pero más allá del discurso que lanza la película respecto al empoderamiento femenino necesario para que todas esas mujeres, esas Antonias que se repiten a través de diferentes generaciones, pueden encontrar su espacio creativo, y sobre todo, su espacio como persona para liberarse de las ataduras históricas asociadas a la servidumbre femenina; la aportación de la película proviene del tratamiento formal que Lucía Casañ imprime a la narración cinematográfica.
Un bany propi termina siendo un cuento, un cuento que la propia Antonia va escribiendo a lo largo de la película. Y como tal, desde el inicio se abandona el terreno del realismo para adentrarse en un territorio marcado por la imaginación (realismo mágico, surrealismo). La aparición del pez rojo, llamado Fernando en homenaje a Fernando Fernán Gómez que protagonizó El Anacoreta –la película dirigida por Juan Estelrich con guion de Rafael Azcona–, marca el camino en el que se establece la convivencia entre la realidad y la ficción, transformando un relato costumbrista en una fábula imaginativa.
El carácter onírico de la narración permite la introducción de toda una serie de situaciones y personajes –con mayor o menor fortuna– que van apostillando los mensajes que la película quiere ir dejando en cada momento. La búsqueda de ese espacio de libertad que Antonia encuentra en los diferentes cuartos de baño es comprensible precisamente por ese tono irreal. Para que todo esto funcione Un bany propi cuenta con el protagonismo de Nuria González que encarna un personaje capaz de encarnar ese juego entre realidad e irrealidad con un trabajo que pone el asunto en la parte silente de su personaje recayendo su actuación en la parte física (los ojos, la mirada, el rostro o la forma de moverse).
Planteado el juego, asistimos a un despliegue de simbolismos y metáforas que van desde el tratamiento de las vestimentas de los personajes –el vestuario de Antonia va evolucionando mientras que el de Alberto permanece inmutable–, la inversión del rol entre Antonia y Bob, el poeta de los retretes (que se ocupa de preparar la comida y limpiar la casa) o la conversión del cuarto de baño tradicional en ese microcosmos en el que Antonia es capaz de encontrar su propio espacio.
El realismo mágico se acrecienta con el tratamiento de las imágenes basado en el uso del gran angular, combinado con la presencia de los personajes en primer plano. Una elección formal que provoca una distorsión que alerta de esa irrealidad. A ello hay que unir el tratamiento estético de la fotografía, con el empleo de colores sólidos con efecto dramático (que recuerdan al estilo que va desde Sirk a Almodóvar), así como su asociación a las diferentes estancias en las que se mueve la protagonista (cocina, dormitorio, cuarto de baño).
Lucía Casañ reflexiona también sobre la propia creación dejando patente la tramoya que hay por debajo, la artificialidad del encaje entre realidad y ficción, a través de varias escenas en las que se explicita el choque entre ambos conceptos como la recreación onírica en la que se ve el decorado o la pértiga del sonido, o la significativa escena en la que Antonia desliza una pared y que impulsa la parte final.
Un bany propi refleja todas las características que se suelen encontrar en una obra iniciática. Deja imperfecciones (el ritmo en la parte central adolece de cierta reiteración, el peso excesivo del personaje de Bob, el bajo presupuesto que afecta a la factura final, necesita de la colaboración del espectador o espectadora que debe entrar en el juego) pero también muestra una apuesta por un modo de hacer cine en el que se pone el acento en el riesgo, en una forma de contar historias desde otro punto de vista, con un enfoque personal. La directora nos deja un tramo final ascendente certificado por la preciosa escena con el uso de la pantalla partida que visibiliza los espacios tan diferentes en los que se encuentran Antonia y Alberto; o el doble final, que incluye el juego con los títulos de crédito, que cierra el cuento y la película.
Por último, la película de Lucía Casañ tiene la virtud de, empleando un tono onírico y metafórico, ser capaz de hablar de problemas reales que afectan a ese espacio que una mujer necesita encontrar para sentirse realizada en todos los sentidos.
Escribe Luis Tormo
Título: Un bany propi
País y año: España, 2024
Duración: 102 minutos
Dirección: Lucía Casañ Rodríguez
Guion: Lucía Casañ Rodríguez
Fotografía: Borja Vázquez Salom
Música: Vincent Barrière
Reparto: Nuria González, Carles Sanjaime, Amparo Ferrer_Bàguena, Manuel Valls
Productora: Producciones Televisivas Mecomlys
Distribuidora: Begin Again Films

