Crítica de Longlegs

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Pesimismo y desasosiego

Longlegs, la última película de Oz Perkins, viene avalada por el éxito en taquilla tras su estreno en los Estados Unidos. Con una campaña de marketing que ocultaba la presencia del personaje de Longlegs, esta producción independiente de Neon cuenta con un acumulado de más de 67 millones de euros desde su estreno, lo que hace que el nombre de Perkins traspase el concepto de director de culto, el rol que tenía asignado hasta ahora, para convertirse en una figura que busca su consolidación dentro de la industria cinematográfica. El estreno de la película en Europa parece que va por la misma senda y hay cierta unanimidad en la crítica en considerar Longlegs como el filme de terror de la temporada.

Si el cine de terror debe provocar la tensión y el desasosiego, si su objetivo es provocar que las personas sientan esa sensación incómoda ante el visionado del filme, Longlegs cumple de sobras con ese cometido porque lo mejor que hace Perkins es precisamente elaborar esa atmósfera perturbadora dentro de un relato en el que no hay un ápice de optimismo.

Lee Harker (Maika Monroe) es una agente del FBI novata que se estrena con un primer caso en el que debe dar caza a un asesino; conforme avanza con su investigación se va dando cuenta que el caso tiene mucho que ver con su vida personal. Como el propio Perkins reconoce, la película es deudora de El silencio de los corderos (pero también de Seven o Zodiac) y el personaje que interpreta Maika Monroe es su agente Starling, con quien tiene varias características en común: es una mujer solitaria, dependiente de una infancia en la que se adivina algún episodio oscuro, además de contar con una gran intuición –aquí con algún dote sobrenatural– para llevar adelante sus investigaciones. La interpretación de Maike Monroe, siempre distante y fría, contribuye a elaborar ese personaje extraño y nada empático.

Foto: DeAPlaneta

Esta investigación, que reúne todos los elementos característicos del thriller psicológico (asesino solitario, rutina de los asesinatos, pistas enrevesadas), se reviste de un ambiente lúgubre con un paisaje nublado, gris, de casas aisladas iluminadas en la oscuridad –un remedo de las casas de los cuentos infantiles–. La película se mueve en dos periodos temporales, la actualidad y una serie de flasbacks. Perkins enmarca temporalmente ambas épocas mediante el uso en escena de los retratos de los presidentes Nixon y Clinton (década de los 70 y década de los 90); y también jugando con el formato de pantalla, de tal forma que para el pasado utiliza la imagen cuadrada de bordes redondeados que recuerda a los formatos domésticos. Todo ello para reconstruir un entorno familiar típico de clase media americano, de familia blanca con su casa unifamiliar, con sus fotos que muestran la felicidad de un hogar presidido por las buenas costumbres y la educación religiosa.

El acertado prólogo, que como hemos indicado está rodado como una película en formato casero en el que se aporta un dato clave para relacionar la infancia de Lee con los acontecimientos futuros– y toda la primera parte de la película, constituye lo mejor de un filme en el que el director de Gretel y Hansel elabora una atmósfera estética de pesadilla en la que se explicita el estilo visual, la importancia de la cámara y el tratamiento psicológico de la protagonista femenina (hermética, distante) a través de una serie de planos muy elaborados.

Las referencias estéticas recuerdan también a David Lynch pues Longlegs construye un universo dantesco donde la pesadilla se manifiesta en el mundo real. Cualquier plano que muestra un bosque,  un paisaje nevado, el comedor de una casa, la oficina o el interior del hogar de Lee, termina dejando en el espectador una sensación de tensión, que traspasa los límites del thriller psicológico para adentrarse en el género del terror pues la amenaza puede surgir en la tranquilidad de cualquier lugar. Como esa oreja que se encontraba en la hierba del hogar familiar en Terciopelo azul (Blue velvet), en Longlegs la violencia puede surgir en el contexto menos inesperado.

La recreación onírica sustentada en ese proceso de investigación donde el espectador reconoce las piezas del puzle pero no es capaz de reconstruirlo, dejando que la imaginación juegue de una forma libre, se rompe en la segunda parte conforme avanza la investigación. La intuición sobrenatural de la protagonista para descubrir y perseguir al asesino, que firma como Longlegs, encarnado por un histriónico y exagerado Nicolas Cage, se torna excesivamente explicativa acudiendo a un relato satánico –parece que pasamos de El silencio de los corderos a La semilla del diablo– que quiere esclarecer todo lo que en la primera parte se ha dejado apuntado de un modo ambiguo.

Una vez más, la película recurre a elementos referenciales de esta clase de género como la madre disfrazada de monja que entra en las casas, las inquietantes muñecas gigantes o la presencia sobrenatural del diablo unido al asesino. Un entramado satánico, un tanto artificial, que pretende dar respuesta a los interrogantes que giran en torno a la investigación que se ha planteado en el primer acto de una forma especulativa.

Foto: DeAPlaneta

Frente a una realización solvente, capaz de recrear una atmósfera claustrofóbica, los problemas de Longlegs vienen de un guion que se muestra incapaz de unir un primer acto ambiguo, imaginativo que se basa en el thriller; con un segundo acto que pretende cerrar toda la trama acudiendo al género de terror sobrenatural. El resultado es que Oz Perkins parece que dirige mejor que escribe.

Frente a la debilidad del guion, es el envoltorio formal el que sustenta  con una serie de decisiones técnicas acertadas la recreación de ese ambiente opresivo: la elección del punto de vista bajo de la cámara, la ambientación fantasmagórica (fotografía y sonido) y el juego con el fuera de campo que hace que todos los asesinatos nos sean ocultados produciendo un efecto más aterrador.

El mérito de Oz Perkins consiste diseñar una puesta en escena que aporta una visión distorsionada de la realidad, un universo de pesadilla, un drama descorazonador, en el que una frialdad pesimista preside todo el discurso que termina abocándonos a un abismo profundo y negro. Longlegs –como suele ser habitual en los serial killers– desarrolla a través del personaje que encarna Nicolas Cage, con esa persistencia a lo largo del tiempo –la película abarca tres décadas–, una metáfora de la pervivencia de la maldad en una sociedad estandarizada, con unas raíces que se extienden hasta la infancia, poniendo de manifiesto la importancia de la educación familiar y el adoctrinamiento religioso.

El resultado final es una película sombría, que causa desasosiego al estar bañada en un pesimismo que hace que todos los personajes sean presos de su destino, con un despliegue visual que maquilla un guion que no está a la altura de la propuesta estética, el último trabajo de Oz Perkins tiene la capacidad de no dejar indiferente.

Escribe Luis Tormo 

Título: Longlegs
País y año: EE.UU, 2024
Duración: 101 minutos
Dirección: Oz Perkins
Guion: Oz Perkins
Fotografía: Andrés Arochi
Reparto: Maika Monroe, Nicolas Cage, Alicia Witt, Blair Underwood
Productora: C2 Motion Picture Group, Saturn Films, Neon, Range Media Partners
Distribuidora: DeAPlaneta

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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