En una carrera que comenzó a finales de los años 40 y que se extiende a lo largo de 50 años, compuesta por cuarenta y tantas películas como director, guionista o productor, en la que se incluyen trabajos para televisión y el teatro, y expuesta a los múltiples vaivenes que propicia la difícil conjunción de creatividad artística e interés comercial –necesario para mantener una carrera tan longeva en el cine norteamericano– es normal que Blake Edwards tuviera una evolución desigual.
Alabado por la crítica durante los años 60 como autor de comedia –con alguna buena incursión en el thriller, en el drama e incluso en el western–, durante los 70 su estrella decayó unida a la continuidad de la serie de la pantera rosa y no emergió hasta los años 80 con 10, la mujer perfecta (1979) y Víctor o Victoria (1982); a partir de estas películas volvió a retomar su carrera con enorme fecundidad en cuanto a número de filmes pero muy irregular en cuanto a la calidad de los mismos. Micki y Maude, Cita a ciegas, Una rubia muy dudosa), junto con alguna reflexión más amarga sobre el cine y la vida (S.O.B., Mis problemas con las mujeres, son películas interesantes pero ninguno de esos filmes se sitúan a la altura de la película protagonizada por Dudley Moore y Bo Derek.
10, la mujer perfecta –este fue el título con el que se distribuyó en España, en realidad el original era sólo 10– significa, en primer lugar, la vuelta a ese tipo de comedia de los 60 que combinaba elegancia y reflexión siguiendo modelos que van desde Desayuno con diamantes (una obra de Edwards que ya es intemporal) hasta Dos en la carretera de Stanley Donen. En 10, la mujer perfecta tenemos un ejemplo perfecto de lo que debe ser la escritura de un guión, que desarrolla una historia principal sobre la crisis personal de un compositor (Dudley Moore) que cumplidos los cuarenta y tantos años es incapaz de afrontar el compromiso sentimental que le ofrece su compañera (Julie Andrews), lo que le obliga a huir tras un ideal de mujer que representa la juventud y el atractivo físico (Bo Derek).
La película bascula en torno a este argumento, evolucionando desde una primera parte basada en la risa (las escenas con el vecino, la boda de Bo Derek, el cura, la visita al dentista, los policías, etc.) con claros homenajes al personaje de Clousseau de la serie de la pantera rosa, incluyendo las escenas de fiestas que aparecen en casi todos los filmes de Blake Edwards; hasta una segunda parte más melancólica donde los personajes van expresándose como son realmente, el protagonista asume su falta de madurez y la relación con Bo Derek le servirá para componer su mejor música mientras la imagen de ésta se desvanece tras servirle de inspiración.
Esta historia principal complemente su escritura con una serie de subtramas, enlazándolas a lo Alargo de todo el film, que sirven para reforzar la tesis del filme. Así asistimos a una historia similar que sólo aparece esbozada a través del personaje del letrista homosexual (Robert Webber) o del resto de secundarios que aparecen en su huida al hotel mejicano (el barman o la mujer solitaria) que no hacen más que reforzar esa situación de soledad emocional, haciendo un repaso irónico a ese tipo de vida mundana con referencias al alcohol y las fiestas. Hay que destacar la sabiduría para componer personajes secundarios con apenas cuatro líneas como es el caso del barman del hotel, un trabajo que impulso la carrera de Brian Dennehy.
En este sentido es significativo cómo empieza la película, con la música de Henry Mancini (uno de sus colaboradores más fieles y que optó a dos Oscar (a la mejor banda sonora y a la mejor canción) y la escena de la fiesta sorpresa, definiendo claramente lo que va a ser el film, con la importancia del paso de tiempo representado en un plano donde la tarta de cumpleaños oculta a todos los personajes, incluido el de Dudley Moore. La banda sonora de Mancini es fundamental –junto con el popular tema del Bolero de Ravel– porque muestra ese proceso de creación de lo que es una obra maestra.
Pero lo que hace grande esta película es su capacidad para esconder, debajo de esa trama principal de comedia, el verdadero tema que nos quiere contar Edwards –que en esta película escribe también el guion–. El director americano nos va dando las claves para que entendamos que, en esa trama externa sobre el miedo y las dudas para el compromiso del personaje de Dudley Moore provocado por esa mujer joven y bella, lo que realmente tenemos es un estudio sobre la creación y la dificultad de conseguir la obra perfecta.
La película nos está hablando de los problemas que un artista, un creador, tiene para realizar su obra. Dudley Moore no encuentra la inspiración para componer su música, la rutina de su vida personal es pareja a su vida artística. Es por ello que la aparición de esa mujer, con esa belleza casi irreal, se convierte en la representación de la figura de la musa. La verdadera escena de amor es el encuentro que él se imagina en la playa, un momento donde compone lo que será su mejor música. Por eso, cuando más tarde, intentan hacer el amor en la habitación de Bo Derek. no puedo hacerlo (aquí no suena su música que él ha compuesto en su encuentro imaginario sino el Bolero de Ravel).
Una vez compuesta la que es su gran obra, la inspiración –la imagen de Bo Derek– pierde interés y el guion recompone el personaje para representarla no como una belleza sino como una mujer con elementos ya desfavorables (Dudley Moore saldrá de la habitación sin hacerle caso, cerrando la puerta a ese tipo de modelo).
De ahí que, contada en clave de comedia, la película nos habla de la dificultad para componer la obra perfecta, de ser capaz de mostrar lo mejor de una a través de la manifestación artística. La película es también una declaración de amor que Blake Edwards tributa a Julie Andrews situándola al final como el referente necesario para el personaje de Dudley Moore; de hecho, puede ser una casualidad pero el personaje de Julie Andrews se llama en la película Sam, el nombre (Sam O. Brown) con el que Edwards firmó algún trabajo suyo bajo este nombre alternativo.
10, la mujer perfecta supuso un éxito comercial importante aunando ese guion clásico sobre la crisis de los 40 masculina en la que Blake Edwards fue más allá para sincerarse sobre la dificultad de encontrar la inspiración y mantener la creación artística.
Escribe Luis Tormo
