He visto el pasado del rock & roll
Bruce Springsteen llega a esta parte de la gira española tras un problema con la voz que le ha obligado a suspender las fechas anteriores, de hecho, las crónicas recogen que su garganta se resiente en las primeras canciones. Springsteen se mantiene físicamente inmejorable a los 74 años, pero lógicamente el tiempo es implacable. El músico de New Jersey domina como nadie el escenario y a pesar de que los movimientos no son los de antaño, sí bajará en repetidas ocasiones por la rampa del escenario para acceder a la primera fila donde se desata una ola de cariño y admiración entre esos fans que abarrotan las primeras filas. Nada de carreras o saltos, pero sí más de tres horas de concierto, sin descanso, en un derroche de esfuerzo físico característico de sus interpretaciones en directo.
La noche del 22 de junio de 2024 en Barcelona, la segunda fecha en la ciudad es fría a pesar de encontrarnos ya en verano, y un cielo cargado de nubes grises amenaza con descargar lluvia durante todo el concierto –llovería nada más terminar–. Los conciertos en grandes estadios, necesarios para satisfacer la demanda, conlleva ciertos problemas. La acústica del Estadi Lluis Companys no es en absoluto mala, pero las primeras canciones, desde la grada, tienen un sonido extraño, unido al viento que lleva y trae ese sonido rompiendo la continuidad de este. Salvo la parte del front stage, el resto del público, más o menos alejado, observamos unas figuras empequeñecidas que se mueven dentro del gran escenario. Solo las espectaculares pantallas permiten seguir el concierto desde la lejanía, captando esos detalles o gestos que son necesarios para apreciar un concierto, a la vez que confirma que, efectivamente, esa figura pequeña que se mueve en el escenario es Bruce Springsteen.
A pesar de seguir la trayectoria de Bruce Springsteen desde finales de los 70 y tener sus discos y gran parte de los libros editados sobre su carrera, no soy un fanático de Springsteen. El músico americano no cambio mi vida ni nada parecido. Human Touch y Lucky Days no me interesan demasiado y a partir de The Rising considero que tiene algunas canciones excepcionales, pero no disco como tal –salvo Ghost–. De hecho, en los conciertos actuales, toda esa parte final apenas está representada por cuatro o cinco temas.

El concierto arrancó con My Love Will Not Let You Down seguido de Lonesome Day, Lonesome Day. El siguiente tema fue Ghost, una gran composición de uno de sus últimos trabajos. Unos primeros temas que nos hablan de la nostalgia, que ponen en valor la pertenencia a un grupo (una banda), y nos recuerdan que a pesar de vivir tiempos difíciles siempre hay una esperanza.
Y de pronto suenan los acordes de Darlington County, al que seguirá Working on the Highway. Dos electrizantes canciones pertenecientes a Born in the USA –al que Springsteen daría un buen repaso esa noche–.
Ya no estamos en 2024. Nos hemos trasladado a mediados de los años 80 con el mayor éxito comercial de su carrera. La E Street band suena arrolladora. Y de pronto parece que todo encaja, te olvidas de la cerveza a precio de aceite de oliva que despachan en el estadio, de que casi está a punto de llover, y ese sonido, que comenzó sonando extraño, ahora llena todo el recinto de forma brillante. Bruce no lleva el pañuelo rojo en la cabeza como en el año 84, muchos de sus seguidores ya no el lucen el pelo original, otros van acompañados de sus hijos, pero cuarenta años después se entiende la fuerza arrolladora de uno de los discos claves en la carrera de Springsteen.
Radio Nowhere nos devuelve a la música realizada los últimos años, recordando la importancia del relevo generacional, del paso del tiempo, pues Max Weinberg cede su asiento a su hijo Jay para llevar adelante una brutal versión de este tema con la batería como protagonista.
Pero el éxito es oscuro, tiene una doble cara, y Springsteen introduce un set melancólico a través de una serie de temas que nos devuelven a un universo poblado de perdedores. Suena una versión eléctrica de Atlantic City, Reason to Believe –ambas pertenecientes al álbum Nebraska–, The Promise land (con un intenso solo de saxofón de Jake Clemons y un solo de harmónica de Bruce junto al público) y una emotiva Spirit in the night, un tema que nos devuelve al principio, donde comenzó todo.
Waitin’ on a Sunday Day aporta la parte festiva, con esa introducción con la guitarra acústica, y donde, de unos años hacia acá, los niños que asisten al concierto toman protagonismo cantando unas estrofas del tema. Quién le iba a decir a Springsteen, y a nosotros, que terminaría cantando un tema con niños para mayor gloria de sus padres.
Un fugaz destello alegre para sumergirnos directamente en The River. A pesar de encontrarnos en un estadio, durante unos minutos se produce la magia. La historia inspirada en la vida de su hermana cobra vida en otras tantas vidas de gente de barrio, de gente de clase media baja, que entierra sus sueños para simplemente sobrevivir. Aquí no hace falta llevar las pulseras de Taylor Swift que se iluminan automáticamente pues todas las personas del estadio exhiben las linternas de los móviles -ese sustituto a los antiguos mecheros- para acompañar una emotiva interpretación que termina con unos suaves susurros. A continuación, otro tema introducido esta segunda noche barcelonesa, Racing in the Street, una de esas canciones demoledoras sobre las que Springsteen y la E Street Band han cimentado su sonido característico, con la coda al piano de Roy Bittan que supone un clímax musical apabullante. Un clímax que continuó con Nightshift, el cover de los Commodores, y la versión acústica de Last Man Standing, interpretada en solitario por Springsteen hablando de su primera banda.
Y a partir de aquí, se afronta la parte final del concierto. Backstreets, Because the Night –otro de los momentos cumbre de la noche–, She’s the One, Wreaking Ball (un tema que gana fuerza en directo con el protagonismo de Soozie Tyrell al violín), The Rising, Badlands y Thunder Road. No por mil veces oídas, Badlands y Thunder Road son capaces de llevar la emoción al límite. Son esas canciones que tienen la capacidad de provocar recuerdos y sensaciones asociados a la época en que fueron escuchadas por primera vez, canciones universales que extienden su mensaje precisamente porque tienen un relato entendible por cualquier persona desde cualquier lugar.

Tras un amago de retirada, Springsteen volvió inmediatamente al escenario para el esperado bis, ya con todo el estadio iluminado. El riff introductorio de Born in the USA anuncia un momento mágico. Es difícil describir el efecto que produce esta canción interpretada en directo delante de más de 50.000 personas. Con la fuerza necesaria, esta vez la voz de Springsteen sonó fuerte y poderosa, para afrontar este himno acompañado de todas las gargantas del estadio olímpico. El bis siguió sin descanso con Born to Run, Bobby Jean, Dancing in the Dark (más calmada), Tenth Avenue Freeze-Out (con el emotivo recuerdo para los dos músicos de la E Street Band fallecidos), para cerrar con una festiva Twist and Shout.
Pero antes de cerrar el concierto definitivamente, como está haciendo en esta gira, con I’ll See You in My Dreams; Springsteen ordenó a sus músicos que volvieran a coger los instrumentos para interpretar Glory Days. La unión de estas dos canciones, un recordatorio de los buenos tiempos y una balada que reflexiona sobre la muerte (porque la muerte no es el final/y te vere en mis sueños) formó un díptico sobre el pasado y el presente.
Emocionante escuchar la interpretación de Springsteen, solo en el escenario, con la letra subtitulada en las pantallas. Una emoción acrecentada por la sensación de estar ante una de las últimas posibilidades de ver a Bruce Springsteen en condiciones, y también porque al final lo que estamos presenciando es una época que también llega a su fin. Parafraseando a John landau y su famosa frase sobre Springsteen, podríamos decir que nosotros ahora estamos viendo el pasado del rock and roll.
Por supuesto que vendrán más músicos que marcarán una época, siempre ha sido así, pero hay que reconocer que asistir a esta clase de conciertos, con un repertorio temático y estilístico tan bien conformado a lo largo de una amplia carrera, en el que la puesta en escena sencilla, centrada en la música -¡ojo que al final hay 16 personas en el escenario entre miembros de la E Street Band, coristas y la sección de metal!- y en la interpretación, remueve todo aquello que tiene que ver con el placer, la nostalgia y la creencia de que las canciones tienen un componente sentimental incuestionable.
Asistir a un concierto de Bruce Springsteen significa que, desde cualquier punto de un estadio, la música te traslada a lugares escondidos dentro de cada uno. Puede ser el recuerdo de una amistad a través de la primera vez que oíste en el coche de un amigo, en una cinta de casete, el solo de saxo de Clarence Clemons en Born to run; el beso dado mientras escuchabas Bobby Jean; o la emoción de identificarte con unas canciones, que, escritas a miles de kilómetros, eran capaces de describir parte de lo que sentías, aunque no recorrieras inmensas carreteras solitarias en un Chevy del 69.
Efectivamente, Bruce Springsteen no cambió mi vida; pero me alegro de que en determinadas ocasiones su música, sus relatos, sus historias, hayan tenido esa facilidad para traducir sentimientos comunes.
Escribe Luis Tormo