Crítica de La patria perdida (Lost country)

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Fidelidades

La patria perdida (Lost country) es el segundo largometraje del director serbio Vladimir Perišić, un trabajo presentado en la Semana de la Crítica de Cannes, donde Jovan Ginić, el actor que interpreta al joven protagonista, ganó el premio al actor revelación. Al igual que su primera película, Ordinary people –rodada en el lejano 2009– estamos ante un filme que se basa en hechos reales acaecidos en la reciente historia de su país.

La película se desarrolla en 1996 cuando, tras las elecciones municipales, el Partido Socialista de Milosevic es derrotado. Ante esta pérdida en las urnas, Milosevic decide anular los resultados y repetir las elecciones. Todo ello origina una oleada de protestas en Belgrado que termina convirtiéndose en un rechazo generalizado contra un régimen lastrado por la corrupción. Un deterioro político al que había que unir la responsabilidad de Milosevic en la trágica deriva militar de Yugoslavia.

En este contexto, el joven Stefan se debate entre el amor hacia su madre, un alto cargo del partido de Milosevic, y el resto de las personas que forman su círculo cercano (amigos, compañeros de instituto, profesores) que se manifiestan contra un régimen cada vez más autoritario. Conforme avanza la lucha de la oposición y la represión de la policía es más violenta, Stefan se va sintiendo más incómodo sabiendo que de una forma u otra debe posicionarse a favor o en contra de su madre.

La primera parte de la película es la mejor resuelta. Stefan es un adolescente retraído, tímido, al que le cuesta expresarse. El abuelo le habla con nostalgia de los viejos tiempos y Stefan sabe que algo está empezando a moverse en su país pero es incapaz de decidir cuál es su postura.

Amigo de sus amigos, poco a poco comienzan a surgir los primeros enfrentamientos cuando los estudiantes se involucran en las protestas. Sobrepasado por las circunstancias de su madre con quien mantiene una relación un tanto especial, Stefan es incapaz de hablar con su madre sobre aquello que le preocupa y ella permanece demasiada ocupada para atender a su hijo.

La patria perdida. Foto: KinoElektron-Easy-Riders-FIlms/Surtney Films

La cámara se detiene en el rostro de Stefan, en sus reacciones ante los demás, le acompaña en sus desplazamientos, dejando constancia de la soledad en la que vive. Una soledad que se acrecienta conforme las personas de su círculo toman postura ante la indignación general por la situación de corruptela política. En esta parte, Stefan sale en defensa de su madre de una forma incondicional y comienzan a producirse las primeras grietas en la relación con sus amigos.

Perišić, que coescribe el guion con Alice Winocour, se apoya en una serie de simbolismos y metáforas que complementan el relato para que entendamos la dificultad por la que atraviesa el personaje. En la primera escena del filme, en la que Stefan está con su abuelo, el cielo y los truenos anuncian la llegada de la tormenta, una tormenta física que simboliza la tormenta política y social que se viene encima. Más adelante, Stefan acude al oculista para que le gradúen la vista en lo que parece una llamada de atención sobre un personaje que no distingue lo que tiene delante, que ve borrosa la realidad que le rodea.

Estos simbolismos se repiten a lo largo de la película como podemos ver en el uso de un ramo de flores que permanece en la mesa del comedor de la casa de Stefan y que poco a poco se va deteriorando para terminar convertido en unas flores marchitas, es decir, algo que en su día fue bello y que ahora se va muriendo sin que nadie pueda hacer nada para remediarlo.

Si en toda esta primera parte comprendemos las dudas –innatas al mundo de la adolescencia y acrecentadas por la situación social y política– y la asfixia a la que se ve abocado al estar en medio de dos posturas enfrentadas; la segunda parte, sin embargo, no es capaz de profundizar en esa travesía que el joven debe transitar. La violencia en el ambiente termina contagiando a los personajes, pero Stefan no parece ser capaz de desprenderse de la fidelidad a su madre con todo lo que eso conlleva.

El guion introduce un personaje femenino, una compañera de clase, pero lo que parecía iba a tener un mayor desarrollo, tanto para la parte emocional como para la definición de la postura de Stefan –la chica es una firme opositora al régimen corrupto–, apenas llega a tomar vuelo, quedando en un conjunto de escenas deslavazadas (con otro simbolismo: la máscara que la chica le pinta en la cara a Stefan).

La película no ofrece soluciones más allá de plantear el enfrentamiento entre las partes. La violencia ejercida contra los manifestantes o la violencia de Stefan con sus compañeros nos abocan a un callejón sin salida. Stefan parece rebelarse, como ocurre tras la insoportable comida familiar en la que las afinidades al partido del poder se hacen evidentes, pero ni siquiera con una tramposa escena –aquella en la que Stefan escucha en la oscuridad la verdad en boca de su madre mientras habla por teléfono– parece movilizarle.

En La patria perdida, Perišić intenta traducir la violencia política producida tras la descomposición de la antigua Yugoslavia en un filme en el que sentimos el dolor y la angustia de un joven que no encuentra las respuestas a sus dudas, a su incertidumbre. Pero hay algo que no termina de emerger, que se queda latente y la solución que propone el director serbio es un final abrupto. Un final que intuimos, pues sucede fuera de campo, y que frente al resto de personajes, que para bien o para mal sí saben lo que tienen que hacer, deja a Stefan sin posibilidad de evolucionar.

Escribe Luis Tormo

Película vista en la Sección Oficial de la Mostra de València – Cinema del Mediterrani donde obtuvo el premio al mejor guion.

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