La ficción española lleva estos últimos años nutriéndose de acontecimientos, situaciones y personajes que han protagonizado la historia política, social y cultural contemporánea, fundamentalmente a partir de la época de la Transición. Ya sean películas, series o documentales, hemos podido asistir a la revisión crítica, con mayor o menor fortuna, de hechos y figuras como Camilo Sexto, Miguel Bosé, la Veneno, el fenómeno de La Ruta, Eugenio o Ángel Cristo y Barbará Rey, entre muchos.
Kike Maíllo (Eva, Toro, Cosmética del enemigo, Oswald, el falsificador) aborda ahora el fenómeno musical y social que supuso Locomía. El famoso grupo de finales de los 80, conocido por su indumentaria y los abanicos gigantes, ha vivido un resurgimiento debido a una serie de libros, un documental y numerosos artículos que han evidenciado la intrahistoria que frenó la continuidad de uno de los mayores fenómenos de la música española.
Disco, Ibiza, Locomía (2024) se inscribe inicialmente en el terreno del biopic aunque la propuesta de Maíllo va más allá de la simple revisión de la historia del grupo. La película comienza con el acto de conciliación en el que las partes enfrentadas; por un lado, Xavi Font, el creador e ideólogo del grupo; y por otro, José Luis Gil, el productor musical; litigan en base a la demanda interpuesta por Gil por incumplimiento de contrato. Desde ese despacho donde están todas las partes implicadas, incluidos los miembros al completo del grupo, asistimos a una serie de flashbacks en los que se recompone, a través de un fragmentado punto de vista, de los acontecimientos vividos.
Pese a la evidente atadura con la realidad respecto a los sucesos que acontecieron –el parecido físico con los personajes reales es notable, las fechas, los sucesos ocurridos– la película evoluciona a su propio ritmo para ir más allá del mero tratamiento biográfico. Disco, Ibiza, Locomía se convierte en una obra que bebe de ese motor cinematográfico que es el relato de ascensión y caída y que en este caso se tiñe de crueldad al estar tan cerca de alcanzar la cima del éxito para precipitarse de golpe al vacío.

Consciente de que los hechos realmente acaecidos en la historia del grupo están suficientemente documentados, la película prefiere ahondar los temas desde un punto de vista íntimo, poniendo de relieve las relaciones de las personas que formaron parte de este fenómeno musical. La película nos lleva a los primeros años del grupo, cuando confeccionaban ropa y bailaban en la famosa discoteca Ku, un periodo en el que se formalizaron los lazos estrechos de amistad que terminarían rompiéndose debido a la búsqueda del éxito, esa especie de El Dorado que distorsionaría la integridad del grupo.
En este punto la película reflexiona sobre la dicotomía que se plantea entre la familia de sangre y la familia que finalmente se elige. Así, frente a los padres, que pertenecen a una generación con unos valores diferentes, los jóvenes encuentran su verdadera familia en el grupo de amigos donde pueden desarrollar todo su potencial humano (con todos sus excesos), donde pueden mostrarse tal como son, asumiendo su sexualidad, en un entorno creativo que termina constituyendo su universo particular asociado a su trabajo en el mundo del diseño y del baile.
El sentido de pertenencia a un grupo, rodearte de aquellas personas que te entienden, el carácter de liderazgo de Font (una característica que Jaime Lorente imprime con veracidad en su trabajo actoral) o la inocencia de la juventud donde las reglas se difuminan, son los elementos que conforman esa familia elegida, esa familia libre que se ve abocada –casi sin forzarlo– al camino del éxito. El encuentro con José Luis Gil, un experimentado productor musical, encauza esa creatividad incipiente hacia un formato profesional capaz de triunfar a pesar de sus escasas capacidades vocales.
A partir de ahí, el filme resume todo aquello que se va perdiendo en aras de alcanzar el éxito. Del paraíso inicial de Ibiza al infierno del triunfo más allá de nuestras fronteras, de la inocencia en las relaciones –llegaron a ser más de una decena de personas– , a la expulsión de varios miembros forzada por el productor; de la libertad para mostrarse como eran, a la restricción impuesta por el negocio musical –un grupo basado en el apoyo de las fans y donde tenían que ocultar la homosexualidad de sus miembros–. La confrontación de egos, del creador y del productor, terminó erosionando el grupo convirtiéndose en un triste ejemplo de cómo la ambición puede llevarse por delante los sentimientos de amistad y de amor, elaborando un discurso sobre la fugacidad del éxito y el destino (con la anécdota de los zapatos de Freddy Mercury)
Pero la película no es un ajuste de cuentas con la historia del grupo. A pesar de la presencia intimidante de Gil –un Alberto Ammann increíble– encarnando al villano en su papel de productor experimentado o de la figura de Xavi Font (Jaime Lorente), en el que se destaca ese carácter dominante y egoísta, la película no juzga a los personajes. Simplemente expone el choque de dos personas muy diferentes que actuaron guiados por aquello que pensaban que era mejor para el grupo, aligerando la carga dramática mediante el empleo del humor y un envoltorio formal pop a través de una serie de números musicales, los gráficos y las cartelas o el hecho de romper la cuarta pared.
Un tratamiento formal que imprime un tono alegre a una historia que terminó marcando a sus personajes, que infringió heridas emocionales, pero que ahora se afronta con descaro dejando patente el efecto sanador que el paso del tiempo produce en la revisión de esta historia reciente, con unos personajes que encarnan el pasado pero que amplifican su mensaje hasta el presente con reivindicaciones como la necesidad de crear y expresarse libremente; la visualización del mundo LGTB; la reivindicación del papel de la mujer –el personaje que encarna Blanca Suarez– siempre escondida, convertida en una figura secundaria alejada de los focos; y la reivindicación del valor de la amistad, de la familia elegida, frente a los condicionamientos sociales o económicos.
Con Disco, Ibiza, Locomía, Kike Maíllo, centrado hasta ahora en una filmografía que terminaba escorada hacia el thriller, amplía su paleta de colores respecto a su temática habitual para realizar un filme que, sin despreciar el melodrama, aporta una novedosa frescura basada en la combinación de géneros (comedia, musical), a la vez que establece una mirada distanciada de los hechos, sin nostalgia, en la que se apuesta por la reivindicación de la inocencia perdida que termina perdiéndose en la búsqueda de un éxito que termina malogrando todo.
Escribe Luis Tormo