Crítica de La zona de interés

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La industria del horror

La zona de interés (The Zone of Interest, 2023) comienza con una cartela de color negro sobre la que aparece el título de la película rotulado con una fuente blanca. Sencillo. Minimalista. El título de la película se va oscureciendo y la pantalla queda en negro mientras suena una música desasosegante. Ese plano en negro –muy largo– termina cuando en la banda sonora oímos el sonido del piar de unos pájaros que asociamos con la naturaleza. Es en ese instante cuando la imagen se restablece y vemos a una familia pasando un día de asueto en un paisaje verde junto a un río.

En ese inicio el cineasta británico Jonathan Glazer sintetiza toda la película que vamos a ver a continuación. Una caída en lo más negro, una profundización en la oscuridad, con un efecto similar a esa espesura negra que veíamos en su anterior largometraje Under the skin, un descenso en un pozo negro. Lo que ocurre tras ese inicio, el simple plano fijo de una familia en una excursión campestre –tomando el sol, jugando con los niños o chapoteando en el río– ya nos chirría, intuimos que dentro de esa escena banal hay algo inquietante.

La inquietud se confirma cuando esa familia que vive en una casa, rodeada de un precioso jardín, en el que se disfruta del sol del verano, aparece delimitada al fondo por una reconocible iconografía del horror como es un muro coronado por unas alambradas, una torre de control, una negra humareda que rasga el cielo o uniformes militares. En ese espacio la vida se desenvuelve con una extraña normalidad: los niños juegan en el jardín o la piscina, el matrimonio conversa de la intendencia diaria, reciben a amigos y familiares; es cierto que los sonidos cotidianos nos devuelven algo parecido a una actividad industrial –que ya sabemos a qué corresponde– e incluso disparos intermitentes, un elemento que confiera a la banda sonora un importante protagonismo.

La zona de interés. Foto: Elastica Films, Wanda Films

De esta forma, lo primero que hay que destacar es la importancia del fuera de campo. Aquí no se traspasa el muro del campo de concentración, no hay violencia explícita. La película se aleja formalmente  de La lista de Schindler o el El hijo de Saúl para acercarse más al estilo de Amen de Costa-Gavras, fundamentalmente por el uso del fuera de campo.

Glazer, que desarrolla esta historia a través de la adaptación de la novela de Martin Amis en la que introduce numerosos cambios, hace suya la historia fundamentalmente desde el punto de vista formal. La tesis del filme es que la monstruosidad tiene muchas caras. El comandante que aparecía en La lista de Schindler era un sádico, sin embargo, el personaje de Rudolf Höss es un hombre de familia que debe afrontar su trabajo militar con pulcritud, incluso Glazer simplifica en la película la crueldad que Höss tiene en la novela de Martin Amis; valga como ejemplo la escena en la que Höss mantiene relaciones sexuales con una judía del campo, una acción que no vemos –como ocurría en el filme de Spielberg– pero que intuimos a través del profiláctico lavado que realiza posteriormente Höss de su pene.

La descripción que se hace del comandante Rudolf Höss (Christian Friedel), y de todo su entorno, es la de un militar que debe afrontar los retos y las órdenes que recibe estableciendo los mecanismos necesarios; de esta forma la ampliación y mejora de los hornos crematorios es mostrada como una reunión entre proveedores en los que los civiles exponen los ventajosos datos que permiten incrementar el número de quemados diarios con una refinada frialdad.

Una frialdad que define el tono que destila cada escena de La zona de interés. Los planos, rodados con varias cámaras y con objetivos que captan la luz natural, parece que pretenden conseguir una neutralidad cercana al documental aunque nada más lejos de la realidad. El estilo del director británico se impone frente a la supuesta objetividad y cada plano tiene su sentido y traduce de una forma explícita, propia y subjetiva aquello que Glazer quiere contar.

Para ello tenemos una preponderancia del plano general tanto en exteriores como en interiores. La distancia en exteriores siempre aparece acotada por la presencia del campo de concentración de tal forma que en primer término queda expuesta la normalidad –el arreglado jardín, la piscina, las hamacas, los niños jugando– mientras que en el fondo –así como en la banda sonora- está la alerta de la presencia del horror. Planos estáticos, sin casi movimiento, pues el travelling queda reservado para un movimiento horizontal, en un par de planos, que discurre paralelo al muro del campo.

En interiores, donde transcurre gran parte del filme, el uso del plano general a través del gran angular impone la frialdad contextualizando las figuras humanas como si fueran  un simple aditamento, como un mueble más. La elección predominante del punto de vista inferior, con la profundidad de campo que se extiende a todo el plano, consigue un efecto turbador. Una mirada explícita, alejada del cine transparente, que acrecienta la inquietud. No hay un atisbo de esperanza, de sosiego, incluso en aquellas conversaciones  triviales o actos cotidianos como pueda ser tomar un baño o desayunar, así, el simple paso por delante de la cámara de la criada judía ya produce el escalofrío. Un estilo que recuerda a los planos que utilizaba Kubrick en los que era capaz de incrementar el efecto dramático (el juego con la simetría en el dormitorio del matrimonio con las camas separadas serie un ejemplo de ello).

La zona de interés. Foto: Elastica Films, Wanda Films

La pareja formada por el comandante del campo y su mujer, Hedwig Höss (Sandra Hüller), son un auténtico compendio del terror que da más miedo al estar revestido de esa capa de normalidad, de funcionalidad burocrática. La película generaliza el horror mediante el ascenso del comandante Höss a un puesto más elevado que permite mostrar la institucionalización de la maldad con el detallado listado de comandantes de campos que asisten a una reunión donde se dan instrucciones para acelerar el holocausto.

Glazer, al que le encanta introducir todo tipo de elementos fílmicos con los que revestir el relato –unos  más afortunados que otros– como es el uso de una cámara térmica para unas escenas nocturnas o un fundido en rojo que funciona como un punto y aparte; sí acierta al utilizar un juego atemporal en la parte final mientras Höss baja por unas escaleras tras acabar una fiesta y emprender el regreso a casa para cumplir las instrucciones  encomendadas para acelerar la solución final. De tal forma que se inserta una escena del presente donde se asistimos a la preparación de la apertura del museo de Auschwitz dedicado a las las víctimas del Holocausto y a preservar la memoria histórica. Una especie de  prolepsis que, por un lado, confirma el desgraciado éxito de la misión de Höss, y por otro lado, actúa contra la banalización actual de este terrible pasado en las redes sociales; a la vez que supone, al introducir la época actual,  una alerta sobre la repetición y aceptación de estos modelos, de los que desafortunadamente tenemos constancia diaria.

Al igual que ocurría en Under the skin, el cine de Jonathan Glazer no es fácil de digerir, pero sí se consigue traspasar esa primera capa de exigencia que Glazer demanda al espectador, La zona de interés es un trabajo fílmico imprescindible al mostrar que la maldad en el ser humano aparece en cualquier momento y que para ser un genocida no es necesario revestirse de una serie de terribles adjetivos hiperbólicos pues como pasó en el Holocausto –y sigue pasando en la actualidad– la estandarización y asunción del horror está tristemente enraizada en la sociedad.

Escribe Luis Tormo

Título: La zona de interés
Título original: The Zone of Interest
País y año: Reino Unido, 2023
Duración: 106 minutos
Dirección: Jonathan Glazer
Guion: Jonathan Glazer
Fotografía: Lukasz Zal
Música: Mica Levi
Reparto: Christian Friedel, Sandra Hüller, Ralph Herforth, Max Beck, Marie Rosa Tietjen, Sascha Maaz
Productora: A24, Film4 Productions,
Distribuidora: Elastica Films, Wanda Films

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