Crítica de Marina, unplugged

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En los años 90 se popularizó los conciertos de grandes artistas en formato unplugged. Una fórmula que universalizó la cadena MTV con la grabación de los conciertos de músicos como Paul Mccartney, Eric Clapton o Nirvana, entre otros. Consistía en ofrecer versiones de temas conocidos en versiones acústicas, sin electrificar los instrumentos –de ahí que también se llamaran desenchufados–, canciones básicas que sonaban más naturales, aunque algunas veces estas grabaciones incluían algún truco para amplificar un determinado instrumento con el objetivo de que todo sonora como un conjunto armonizado.

Marina, unplugged (1), recoge en su título este concepto. Marina, la líder de un partido de extrema derecha, está preparando una herramienta de comunicación política revolucionaria: un discurso político que  en lugar de recurrir al consabido mitin será planteado como un espectáculo íntimo, básico, unplugged, delante de un público a modo de café teatro; un equipo le seguirá, filmando los ensayos de la preparación del espectáculo político.

Pero como los unplugged musicales, donde todo no era tan acústico, esta película tiene una serie de trampantojos que la hacen menos unplugged  y más compleja, evitando caer en el simple panfleto político. El origen está en la adaptación cinematográfica de la pieza teatral del mismo nombre que Alfonso Amador y Jorge Picó crearon en el II Laboratorio de Dramatúrgia Ínsula Dramatària Josep Lluís Sirera, un texto teatral que ha pasado al cine directamente antes de representarse sobre los escenarios.

Con una estructura basada en la fórmula del falso documental, desde el principio asistimos a una serie de monólogos a través de los cuales el personaje de Marina (Claudia Faci) expone el ideario político ultraconservador estableciendo un análisis de los discursos populistas que van calando en la sociedad. El juego que se propone con la representación teatral lanza un primer tema: la política como espectáculo en el que la escenografía y el discurso se prepara para que sea digerido por el espectador/ciudadano; de hecho el personaje de Iván, que ejerce de director de escena, interpretado por Jorge Picó –el propio autor de la obra teatral–, muestra la artificialidad y el entramado que hay por detrás de esas peroratas que parecen naturales pero que no dejan de ser una representación donde cada palabra, cada gesto, cada pausa se ensaya.

Rodado en blanco y negro, en un formato 4:3 que recuerda esos viejos documentales televisivos, Alfonso Amador recurre a una cámara en continuo movimiento que envuelve a Marina, la arropa y la acompaña en prácticamente toda la película. Una Marina que habla tanto al futuro público que estará sentado en el teatro como al espectador –rompiendo en ocasiones la cuarta pared– exponiendo todo el argumentario que compone el relato de la nueva ultraderecha: el número de inmigrantes que llegan a Europa y el coste económico que tiene para cada ciudadano, la delincuencia que se cierne sobre las ciudades, el reparto de oportunidades o la pérdida de las señas de identidad.

Claudia Faci en una escena de Marina, unplugged

Pero frente a las proclamas simplistas del pasado, la película denuncia las nuevas tesis ultraderechistas que sin perder su esencia fascista, se adaptan a la actual realidad social impregnando poco a poco a toda la sociedad. En el texto que recita Marina no es difícil rastrear todo tipo de justificaciones, desde referencias filosóficas (“el ser es defenderse” de Maeztu) a proclamas que tienen su origen en el ideario clásico de la Falange hablando de la “unidad de destino en lo universal” o menciones como el “novias y novios de la muerte” en el discurso final;  revestidas de un discurso intelectualizado en el que Marina proyecta una imagen atrayente, fascinante.

Si antes hemos indicado la meticulosidad con la que Marina prepara su espectáculo (las palabras escogidas con cuidado, los gestos delicados, las pausas necesarias) todo va enfocado para que la líder ultraderechista aparezca como un ser seductor. En este sentido la película es dependiente del gran trabajo actoral de Claudia Faci; la actriz y dramaturga es la protagonista absoluta, aportando una enorme fuerza dentro de una fragilidad física en la que introduce su experiencia con el baile para conseguir una coreografía sugestiva mientras se mueve en el escenario; elementos que disimilan la dureza de su discurso.

Para evitar que todo quede en un ejercicio teórico, el guion aterriza este discurso incorporando detalles en los que se ve las consecuencias del calado de este tipo de arengas y su existencia real.  Así, asistimos a las declaraciones de una admiradora que asalta a Marina por la calle para mostrarle su entusiasmo o la conversación telefónica con una líder ultraderechista francesa –que todos sabemos a quién se refiere–. El hecho de que la película esté rodada en Valencia, de la que ofrece unas inquietantes imágenes de sus calles mientras Marina recorre en coche la ciudad, sirve para constatar la verosimilitud de su propuesta.

Con algunos minutos de más debido a situaciones que se alargan en exceso, Marina, unplugged es un filme que alerta sobre el blanqueamiento de un discurso que actualmente ya se ha extendido por toda Europa. Una película que utiliza las herramientas del documental –el blanco y negro que le da un carácter historicista, la supuesta objetividad– y que sin ocultar su origen teatral, supone un ejercicio cinematográfico necesario. Con sus recovecos y su estructura laberíntica, Alfonso Amador realiza un experimento en el que se entremezcla todo tipo de temáticas y referentes culturales –el cine, el teatro, la literatura– para, al final, mostrar aquello que hay detrás de la máscara del populismo, de la cacofonía de los medios, de las argumentaciones apocalípticas y del discurso de la ultraderecha; un cúmulo de ruido mediático que maquiavélicamente ordenado  termina fagocitando la razón.

Escribe Luis Tormo

(1) Marina, unplugged fue la película elegida para inaugurar la 38 edición de la Mostra de València-Cinema del Mediterrani

Título: Marina, unplugged
País y año: España, 2023
Duración: 94 minutos
Dirección:
Guion: Alfonso Amador. Basado en la obra de teatro de Alfonso Amador y Jorge Picó
Fotografía: Diego Opazo
Música: Angel Galán
Reparto: Claudia Faci, Jorge Picó, Alaitz Catalá, Toni Agusti, Ángel Galán, Miguel Ángel Romo, Begoña Soler, Mario Fernandez Alonso, Alberto Cervera
Productora: Silence Comunicación

Artículo publicado originalmente en Encadenados

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