Roman Polanski. La prisión interior

Con 90 años edad –nació en París en agosto de 1933– Roman Polanski es uno de los cineastas que, iniciándose en el cine a finales de los años 50 con sus primeros cortos, ha mantenido una productiva regularidad a lo largo de toda su carrera. Junto a este aspecto meramente cuantitativo, con trabajos en el cine, en el teatro o la publicidad, es también destacable el alto nivel creativo de su cine, con las excepciones razonables dentro de una trayectoria longeva.

En un recorrido que incluye más de una veintena de largometrajes, Polanski ha revisitado  todo tipo de géneros: dramas de diferente signo, comedia clásica, thrillers, comedia surrealista, películas de corte histórico, adaptaciones literarias, cine independiente, películas en Hollywood, producciones en diferentes países, etc.

Y en todas ellas, a pesar de esa diversidad, se puede encontrar un nexo común que se repite en sus películas, posibilitando que podamos hablar del director polaco como un creador capaz de expresarse con una voz propia.  En su filmografía encontramos una temática que gira alrededor de la incomunicación, los espacios cerrados, las complicaciones psicológicas, el sexo y la muerte, la verdad y la falsedad o el origen del mal; de igual forma podemos encontrar también una estilo; con estructuras narrativa y elecciones estéticas reconocibles a lo largo de toda su obra.

Entre el abanico de contenidos que frecuenta Polanski encontramos un tema que está presente de una u otra forma en la mayor parte de su filmografía: la opresión provocada por los espacios cerrados, la prisión física pero también mental, que sufren una serie de personajes que se encuentran encerrados, presos. Una prisión entendida como un concepto amplio que va más allá de las cuatro paredes de una institución pues son personajes que están enclaustrados en su propio interior.

Además, este sentimiento de opresión provocado por esa forma de prisión no se limita únicamente al cine pues también está presente en la propia vida de Polanski. De ahí que para abordar de forma completa esta temática es necesario profundizar en la biografía del cineasta polaco porque hay determinados de su existencia que han influido en su cine.

La primera herida que marcó su infancia fue la terrible experiencia vivida durante la II Guerra Mundial en el gueto de Cracovia. En su autobiografía Roman por Polanski (1) rebusca en sus recuerdos para relatar el momento en que su padre le dijo que estaban construyendo un muro, entendiendo de una forma muy clara que los estaban encerrando en su propia ciudad; Polanski detalla que, de repente, la calle que siempre miraba se convirtió en un callejón sin salida.

Adrien Brody en El pianista

El cineasta esperó muchos años para reflejar este acontecimiento utilizando las memorias del músico polaco Wladyslaw Szpilman sobre su terrible experiencia en el gueto de Varsovia para El pianista (The pianist, 2002). Si toda la película describe la angustia de estar encerrado en el gueto, gran parte de la trama transcurre en los pisos en que Szpilman (Adrien Brody) permanece escondido. Aislado, testigo mudo de las atrocidades desde su ventana, el personaje realiza la transición desde el miedo físico hasta la desesperación mental.

El pianista muestra diferentes capas de una prisión física y mental que comienza con una ciudad, continua con el gueto, sigue con los pisos cerrados por los que pasa el protagonista, y finalmente, acaba en el encierro interior en el que la reflexión sobre la situación trágica deriva hacia la locura, mostrando de manera evidente que la prisión va más allá de los límites físicos.

Pero mucho antes de este acercamiento historicista, el encierro que atenaza a los personajes ya estaba presente a través de una  simbología representada por el uso de localizaciones en pisos o apartamentos que terminan posibilitando un efecto similar al de una prisión. Una prisión etérea pero que tiene los mismos efectos y consecuencias para los personajes pues al fin y al cabo todos son cautivos de sus circunstancias.

Relacionada directamente con la temática de la opresión y el encierro, en la bibliografía sobre Roman Polanski hay una referencia explícita a la denominada “trilogía de los apartamentos”, un bloque en el que se engloba Repulsión (1965), La semilla del diablo (1968) y El quimérico inquilino (1976). Concebidas como obras independientes, cada una es fruto de una época, de un modelo de producción y refleja la situación personal del realizador en cada momento.

Tras su debut en el largometraje con El cuchillo en el agua, Polanski rodó Repulsión (Repulsion, 1965) en el Reino Unido. En la década de los 60, Londres, y el país en general, vivían una revolución  social y cultural encarnada en la música de The Beatles o The Rolling Stones, el arte pop de Richard Hamilton, el Free Cinema, la moda y los peinados o la apertura sexual; los jóvenes se distanciaban de la generación pasada marcada por la penuria económica como consecuencia de la II Guerra Mundial.

Y es en ese ambiente de libertad, de gran urbe moderna, es donde Polanski y Gerald Breach –coguionista de una buena parte de sus películas– sitúan un relato oscuro, de represión ante el deseo sexual, enmarcado en un entorno asfixiante que supone la recreación del personaje de Carol (Catherine Deneuve).

 De hecho, la descripción de ese universo caótico y obsesivo en el que está encerrada física y psicológicamente la protagonista, con un hogar que ha perdido el sentido tradicional de lugar seguro para convertirse en un peligroso contenedor que toma vida propia según el punto de vista de Carol, es uno de los aspectos que mejor conserva Repulsión, enlazando con otro de los temas frecuentes en el cine de Polanski: el mal tiene su origen en el interior del propio individuo.

Tres años después de Repulsión, y tras haber dado el salto al mercado norteamericano con El baile de los vampiros, Polanski realizó La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968). El filme, basado en el bestseller de Ira Levin, utilizaba una trama fantástica –desvelada por la inadecuada elección del título en castellano– para mostrar el universo claustrofóbico de una mujer atrapada en un universo terrorífico a través de un guion que jugaba con la ambigüedad que se cernía sobre el personaje de Rosemary (Mia Farrow). En este caso un guion escrito en solitario por Polanski en el que se especulaba si todo lo que ocurría eran alucinaciones provocadas por el estrés psicológico del embarazo de Rosemery o si realmente estaba a merced de una secta satánica.

Sustituyendo la represión sexual por la posesión diabólica, La semilla del diablo funciona gracias al ambiente opresivo que atenaza a la protagonista en un edificio (2) que termina imponiendo un inquietante aislamiento. Polanski prescinde de los elementos típicos del terror y La semilla del diablo parece que va a transitar por el drama cotidiano de un matrimonio; sin embargo, el ambiente claustrofóbico en el que termina convirtiéndose el apartamento y las dependencias del edificio confieren a la película la patina terrorífica.

Volvemos a tener un personaje femenino aislado, con trastornos psicológicos, viviendo en un hogar que se transforma en un entorno amenazador. La localización se convierte en un personaje más de la película y confirma el protagonismo que ha tenido desde los títulos de inicio del filme donde una larga panorámica termina remarcando la importancia del edificio como un ente amenazante.

Tras un periodo convulso en la biografía de Roman Polanski, el realizador polaco volvió a triunfar con Chinatown, un filme de cine negro protagonizado por Jack Nicholson y por la que Polanski obtuvo el Oscar al mejor guion. El éxito de Chinatown propició que Polanski abordara la producción de Piratas –un proyecto protagonizado inicialmente por Nicholson– aunque las dificultades de presupuesto terminaron por aplazar la película que finalmente se rodaría en 1986.

La paralización de Piratas hizo que Polanski llevara adelante uno de sus proyectos más personales, El quimérico inquilino (Le locataire, 1976). Basada libremente en la novela de Roland Topor y rodada en París, la película es una mixtura de drama psicológico y humor surrealista en el que el cineasta vuelve a introducirnos en un universo dantesco donde el edificio en el que se desarrolla la acción se convierte en el verdadero protagonista.

La película, una producción europea que permitía un mayor riesgo que el cine convencional americano, materializó la obsesión de Polanski por esos personajes encerrados que luchan por salir de la metafórica prisión. Aquí es el realizador polaco quien también asume el papel protagonista de un hombre que termina poseído por el espíritu de una mujer, la anterior inquilina, desarrollando una historia de humor salvaje y grotesco en el que la realidad opresiva termina desembocando en la locura.

Isabelle Adjani y Roman Polanski en El quimérico inquilino

Si en estas tres películas la apelación al encierro es explicita por la conexión directa entre el espacio físico claustrofóbico equiparable a una cárcel y el estado mental de los personajes; ya hemos comentado que los personajes confinados son una característica innata al cine de Polanski. En El cuchillo en el agua (Nóz w wodzie, 1962), su debut cinematográfico, diserta sobre la fragilidad de la condición humana a través de un trió protagonista en el que se pone de manifiesto la delgada línea que separa la racionalidad de la barbarie.

Para ello la película sitúa a los personajes en el espacio reducido de un pequeño yate (3) en el que es prácticamente imposible escapar de la atmósfera opresiva que acrecienta la tensión provocando el choque de los protagonistas masculinos; frente a la libertad que representa la superficie infinita del agua, el yate se convierte en un espacio aislado que impide la huída física y emocional, despertando los demonios interiores de cada personaje.

El juego con el espacio cerrado se repetía también en Callejón sin salida (Cul-de-Sac, 1966). La pareja de atracadores y el matrimonio protagonista, al igual que ocurría con El cuchillo en el agua, permanecen confinados en un viejo castillo mientras están rodeados de la inmensidad de un paisaje. Es precisamente la situación de encierro –acrecentada en los dos delincuentes por la necesidad de huir– la que sustenta el desarrollo temporal dramático que deja al descubierto las contradicciones burguesas del matrimonio al aislar el castillo por los efectos de la marea, haciendo convivir a todos los personajes.

La recreación de personajes encarcelados, aunque disfruten de libertad, se terminaría convirtiendo en Polanski en un trazo biográfico de su situación real que empezó con un oscuro hecho. Ya hemos mencionado con anterioridad la importancia de los acontecimientos ocurridos en la infancia de Polanski pero durante toda su vida su trayectoria personal se ha visto sacudida por diferentes situaciones problemáticas que han terminado influyendo en su devenir profesional. Es conocido el dramático episodio de los asesinatos de la familia Manson ocurridos tras realizar La semilla del diablo –que hablaba precisamente de una secta satánica–  y que marcaron profundamente al realizador polaco por la muerte de su mujer, Sharon Tate, y varios de sus amigos y colaboradores, en lo que pareció ser un triste ejemplo de aquella aseveración de que “la vida imita al arte”.

Pero si hemos convenido en que uno de los temas que está presente en la obra de Polanski es la consideración de personajes que se sienten encarcelados, el propio realizador vería como un oscuro episodio ocurrido en 1977 en los Estados Unidos terminaría con una condena por la relación sexual ilícita –una violación– con una menor.

Esta acusación provocó su huida de los Estados Unidos para no afrontar la más que probable condena; una huida que llevó a Polanski a una libertad que terminó siendo una especie de encierro pues desde entonces tuvo que evitar su presencia en aquellos países que contaran con un convenio de extradición con los Estados Unidos. De hecho, en 2009 fue detenido por las autoridades suizas en relación con la orden de captura emitida en los EE.UU. el año 1978, aunque terminaría siendo puesta en libertad. (4)

Desde entonces, el tema de un entorno amenazante que encarcela a los personajes adquiere si cabe una mayor importancia. Tess (1999), la heroína heredada de la novela de Thomas Hardy, es una mujer que lucha por sobrevivir en un mundo hostil que la aprisiona; en Frenético (Frantic, 1988), el personaje que encarna Harrison Ford se encuentra prisionero en una ciudad y en un contexto que desconoce. La muerte y la doncella (Death and the Maiden, 1994), un alegato contra la violencia del estado y  la tortura que reflexiona sobra la venganza y la búsqueda de la verdad,  encierra a tres personajes en una casa solitaria; tres personajes encerrados físicamente pero también prisioneros de su pasado por acción u omisión y que sufren en su interior.

En su última etapa cabe destacar dos filmes relacionados con este tema, El escritor (The Ghost Writer, 2010) y El oficial y el espía (J’accuse, 2019), que profundizan todavía más sobre las prisiones físicas y metafóricas, y que a su vez, sirven para que Polanski lance una reflexión sobre la verdad y la falsedad que es extrapolable a su propia situación personal en relación con lo que significa vivir bajo el estigma del repudio social debido a las acusaciones delictivas.

El escritor es una laberíntica historia de investigación en la que se repite la presencia de unos personajes imposibilitados de escapar del escenario en el que su trayectoria vital los ha situado.  Un escritor (Ewan McGregor) que ejerce de “negro” para completar las memorias del ex primer ministro (Pierce Brosnan) comienza a introducirse en un círculo vicioso que acota sus movimientos. Para llevar a cabo su tarea  se traslada a una isla, que supone un primer encierro, y posteriormente, ve limitado sus movimientos por la confidencialidad de los documentos que maneja.

El ex primer ministro se mueve con libertad pero la acusación por su actuación para defenderse del terrorismo hace que solo pueda desplazarse a aquellos países que no reconocen el tribunal que le juzga –una situación equiparable a la realidad que vive Polanski–; mientras que el escritor se encuentra encerrado físicamente en la isla pero también está aprisionado interiormente al ejercer un trabajo alimenticio que limita su reconocimiento.

El oficial y el espía, película basada en el caso Dreyfus

Para finalizar, El oficial y el espía, el último trabajo hasta la fecha de Polanski como director –pendiente del estreno The Palace (2023) –  es un drama histórico basado en el caso Dreyfus. Una vez más retomamos elementos que se repiten en su filmografía como el dilema entre la verdad y la falsedad, y en la que se denuncia la corrupción del estado y del estamento militar a través de un hecho real que puso de manifiesto el antisemitismo presente en parte de la sociedad francesa.

Los dos personajes principales son el capitán Alfred Dreyfus, un oficial de origen judío acusado falsamente de espionaje, y el teniente coronel Picquart, el hombre que intenta demostrar su inocencia. El primero fue condenado a cadena perpetua y desterrado a la isla del Diablo en la  Guayana Francesa. Un personaje en prisión que sufre, esta vez sí, un encierro real y físico.

Pero Polanski centra la película en la lucha de Picquart, un hombre que evoluciona desde creer inicialmente en la culpabilidad de Dreyfus a terminar abogando por su inocencia convencido de la falsedad de condena. Una lucha que termina convirtiendo a Picquart es un hombre encerrado metafóricamente por las estructuras de poder político, mediático y militar. El cuartel, las oficinas administrativas e incluso su casa son sus prisiones figuradas.

El filme permite otra lectura que es la equiparación del personaje de Dreyfus con el propio Polanski, efectuando una traslación de la injusticia cometida con el oficial francés a la realidad del director polaco, en otra huella biográfica que encontramos en su cine.

Escribe Luis Tormo

(1) Polanski, Roman. Roman por Polanski. Editorial Grijalbo, Barcelona, 1985.
(2) La semilla del diablo fue filmada en el edificio Dakota de Nueva York. Un edificio de apartamentos de aire neogótico conocido por ser residencia de ilustres famosos y tristemente reconocido por la muerte de John Lennon.
(3) Relacionado con el espacio físico de una embarcación, en Lunas de hiel (Bitter moon, 1992) Polanski volvería a encerrar a sus personajes en un barco pues la acción se desarrolla en un crucero; algo que también hizo en Piratas (Pirates, 1986) por la propia trama del filme.
(4) Todavía lejana las políticas de cancelación, a pesar de su huida de la justicia, Polanski continuó desarrollando una carrera plagada de triunfos con películas como Tess o El Pianista, evitando eso sí, fuera de los Estados Unidos. No sería hasta la aparición del me too cuando Polanski –a quien le han llovido más acusaciones de abusos sexuales– comenzó a tener problemas con la cancelación tal y como se vio en la entrega de los premios Cesar en 2020 a raíz de su premio como mejor director por El oficial y el espía.

Artículo publicado originalmente en Encadenados con motivo del especial Prisiones

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