Heridas emocionales
Félix Viscarret debutó en el cine con Bajo las estrellas (2007), la película fue la gran triunfadora del Festival de Málaga y terminaría obteniendo dos premios en los Goyas, Mejor guion adaptado -la película estaba basada en una novela de Fernando Aramburu- y Mejor Actor Protagonista para Alberto San Juan. En los años siguientes su cine se ha movido por el terreno de la adaptación literaria a través de películas y series como Vientos de La Habana, No mires a los ojos o Patria; en su filmografía también ha frecuentado el documental con títulos como El Canto del Loco o Saura(s).
Con su última película, Una vida no tan simple, Viscarret escribe el guion original centrado en una historia sobre la crisis existencial de Isaías (Miki Esparbé), un arquitecto que ganó un prestigioso premio para jóvenes talentos. Con el pasó de los años ese triunfo inicial no se ha correspondido con sus expectativas y el estudio que comparte con su compañero y amigo Nico (Alex García) no consigue los proyectos necesarios para su viabilidad; casado con Ainhoa (Olaya Caldera) y con dos hijos pequeños, su vida personal está sometida a los mismos vaivenes emocionales. El encuentro de Isaías con Sonia (Ana Polvorosa), la madre de un amigo de su hijo, le aporta confianza para compartir sus dudas.
La primera impresión es que nos encontramos ante un relato sobre la crisis de los 40 en el que Isaías concentra una serie de inquietudes relacionadas con la presión por obtener el éxito, la supervivencia económica, la diferencia entre las expectativas y la realidad, la rutina de una pareja sometida al estrés de criar dos hijos o el cambio de ciclo vital al abandonar definitivamente la juventud.
Un discurso dramático que la película dulcifica con una patina de comedia que deviene de las propias situaciones cotidianas en las que se enredan los protagonistas y que el espectador hace propias pues, aunque sea una temática asociada a esa crisis de los 40, muchas de sus situaciones tiene un carácter intergeneracional.
El trabajo creativo de Isaías, sometido a la inestabilidad de la temporalidad –en este sentido el paralelismo entre la profesión de arquitecto y el oficio de cineasta es evidente como se vislumbra en el inicio del filme con el discurso de agradecimiento– frente al trabajo fijo de su mujer, Ainhoa (Olaya Caldera), el hecho de ocuparse de los niños al tener una profesión que no está atada a los horarios –la imagen de Isaías cargado con los niños que compone el cartel de la película–, el cansancio de la pareja debido a la presión diaria o la dificultad para mantener la sostenibilidad económica, es un contexto entendible por cualquier persona, una situación que favorece que los personajes sean más cercanos al haber experimentado alguna vez en nuestra vida la angustia que sufre Isaías.
La aparición del personaje de Sonia (Ana Polvorosa), una madre que Isaías conoce en el parque donde juegan sus hijos, introduce el elemento novedoso que rompe con la rutina debido al nexo de conexión con la problemática de la conciliación familiar. Una ilusión sostenida por el hecho de sentirse atraído por una persona con problemas similares –el proteccionismo excesivo de Sonia con su hijo– y que la película extiende de forma paralela al amigo y a la mujer del protagonista.
En este sentido hay que destacar que el guion, a pesar de la relevancia del personaje de Isaías, no descuida el resto de personajes que aparecen, estableciendo los lazos necesarios para hilvanar un tejido temático que completa el mensaje inicial con aspectos como los altibajos de la amistad, la ilusión de sentirse enamorado frente a la rutina del matrimonio o los entresijos de una profesión creativa.
Hasta aquí estaríamos hablando de un dramedia con influencias que irían desde el cine de Allen hasta las comedias independientes de personajes que se encuentran en el quicio de pasar de la juventud a la madurez.

Sin embargo, bajo esa aparente sencillez, y sin abandonar la sonrisa que provocan las neuras y miserias de los personajes, el tono que maneja Viscarret a lo largo de la película hace que finalmente seamos participes de la situación angustiosa por la que pasa Isaías.
Un tono que el director consigue empastando, por un lado, la cotidianidad de la rutina diaria, presidida en general por un tono cercano a la comedia; y por otro lado, una serie de escenas nocturnas que introducen un efecto melancólico que atempera el souffle de la comicidad diurna.
La película está salpimentada de escenas nocturnas que ejercen el contraste entre el día y la noche. Si durante el día los personajes hablan y hablan, la oscuridad invita a la reflexión con una serie de escenas en las que observamos los edificios y las luces farolas en la quietud de la noche. La oscuridad envuelve también las confesiones de los personajes –las conversaciones al final del día entre Isaías y Ainhoa, la escena de Isaías y Sonia en el parque nocturno que termina con un emocionante abrazo–.
Un efecto que se desprende del uso de las imágenes que en algún caso incluso adquieren un efecto onírico, una ensoñación como vemos en esos planos de unas jóvenes patinadoras que se desplazan por las calles nocturnas, solitarias, de la ciudad y que se repite a lo largo de la película. Apenas unos instantes en el que cada espectador o espectadora puede otorgarle el significado que quiera o sienta; podría ser la fugacidad de la vida, podría ser una etapa vital que pasa delante de nuestros ojos o esa juventud que se va con rapidez; sea cual sea el significado, lo importante es el resultado que se obtiene –casi como un efecto Kuleshov– de esa mixtura de imágenes.
La consecuencia es una reflexión sobre las heridas emocionales que supone ser consciente de que el tiempo pasa y que en cada momento hay que saber decir adiós a una fase, a una etapa. Asumir la realidad –alejada de los triunfos puntuales– y gestionar la evolución que supone transitar por la vida –la paternidad es uno de los ejes sustanciales de la película– es la forma adecuada de sobrevivir a la insatisfacción que supone gestionar el entorno laboral, familiar y afectivo.
Los personajes, que se miran continuamente en los espejos interrogándose sobre su situación, asumirán finalmente la necesidad de transformar las renuncias en pequeñas victorias, se darán cuenta que la paternidad implica compartir el protagonismo o que al final del día lo que queda son esas miradas cruzadas con los niños en brazos. Félix Viscarret ofrece con La vida no tan simple uno de sus trabajos más personales para reflejar de una forma agridulce un optimismo fiado a entender que el pasado, pasado está, y que la mirada debe fijarse hacia delante.
Escribe Luis Tormo
Título: Una vida no tan simple
País y año: España, 2023
Duración: 107 minutos
Dirección: Félix Viscarret
Guion: Félix Viscarret
Fotografía: Óscar Durán
Música: Mikel Salas
Reparto: Miki Esparbé, Álex García, Olaya Caldera, Ana Polvorosa, Julián Villagrán
Productora: Lamia Producciones, Movistar Plus+, ETB
Distribuidora: A Contracorriente Films
Artículo publicado originalmente en Encadenados
