Caos ordenado
Uno de los procesos más complicados para un músico es la continuidad de su labor creativa tras la publicación de una obra que ha alcanzado una gran repercusión mediática y artística. La expectación creada alrededor del nuevo trabajo genera tensiones provocadas por la necesidad de igualar o superar el éxito pasado. Un éxito que en muchas ocasiones deviene de una circunstancia concreta que en ocasiones es difícil que se pueda volver a repetir.
El mal querer, el disco publicado por Rosalía en 2018, es un buen ejemplo de esta situación. Una colección de canciones que impulsaron el nombre de la cantante catalana más allá de nuestras fronteras. Un auténtico éxito a nivel nacional que se extendió internacionalmente incluso más allá del disco debido a una serie de canciones que fueron apareciendo tras la publicación de éste, obteniendo un alcance enorme (Sin altura). Una presencia internacional impulsada por una gira en diferentes países con presencia en festivales, eventos musicales y galas de premios.
Durante los dos últimos años Rosalía ha ido publicando una serie de temas mientras su tercer disco se retrasaba motivado por la situación de pandemia. En noviembre de 2021 se anunció la publicación del disco en 2022 y a partir de ahí fueron apareciendo una serie de singles como La Fama, Saoko o Chiken Teyiraki.
Todos ellos provocaron cierta indiferencia en la crítica especializada avivando la sensación de que la mezcla de estilos presagiaba una desafortunada comparación con El mal querer -en ese empeño constante de equiparar trabajos que son muy diferentes_ hablando de que la cantante estaba perdiendo la esencia, que no tenía rumbo o que ya no era una voz distinguible entre el resto.
Sin embargo, la publicación de Motomami el pasado 18 de marzo nos muestra una obra que continúa situando a Rosalía como una de las autoras más destacables de los últimos años. Y para ello únicamente es necesario desprenderse de toda la estrategia de mercadotecnia basada en la campaña promocional que conlleva el lanzamiento de un disco de estas características y que incluye desde el uso de los medios tradicionales como prensa, radio o la televisión (aparición en los principales talk shows de todos los países) y la estrategia en redes sociales dirigidas al target más joven (Instagram, Tik Tok), provocando una expectación y un sinfín de ruido en el ambiente.
Si somos capaces de desprendernos de esta maraña promocional nos queda un disco conceptual donde los lanzamientos independientes cobran sentido. Resulta curioso que precisamente en un tiempo en que la difusión de las plataformas y la música en streaming permite elegir, trocear y escuchar de una manera independiente un tema, en Motomami se reivindica la pertenencia a un conjunto donde la globalidad de la propuesta supera la suma de las canciones escuchadas una a una.
Ni es algo nuevo en la música -recordemos el Sgt. Pepper’s de The Beatles, las óperas rock de The Who , el Ziggy Stardust de Bowie o el rock sinfónico de los 70- ni tampoco en la trayectoria de Rosalía. En 2017 cuando se publicó su primer álbum, Los ángeles, al margen de la popularidad de la canción Catalina, todo el disco tenía sentido evaluado desde la perspectiva de una serie de canciones de autores del siglo XX que hablaban de la muerte bajo el tratamiento formal y estético del flamenco.
El mal querer se estructuraba partiendo de una novela anónima del siglo XVI cuyo argumento trataba de una mujer que se casa y termina aprisionada por los celos del marido. Un discurso sobre la toxicidad del amor absolutamente actual y que a lo largo de los diferentes temas proponía el empoderamiento femenino como liberación de ese yugo. Si en Los ángeles, el flamenco dominaba de forma clara, en El mal querer esa raíz flamenca quedaba oculta tras diferentes capas de sonidos y tendencias actuales como el trap, pero el mensaje sobresalía de forma brillante.
Y Motomami tiene una estructura interna que hace que el álbum funcione como un reflejo de los tiempos que nos ha tocado vivir. Y como cualquier otra obra artística muestra unos elementos que son reconocibles por la gran mayoría y en los que se incluye la propia vivencia del artista.
Por debajo del caos musical y lírico en el que parece destacar el trap y el reguetón, nos encontramos con un trabajo que hay que escuchar en el orden determinado por las pistas y que adquiere coherencia desde la primera canción Saoko -la necesidad de efectuar una transformación- hasta Sakura -la apuesta por el riesgo de esa transformación-.
Si en El mal querer se hablaba de la liberación de una mujer, en Motomami tenemos a esa mujer libre, decidiendo por sí misma. Y en esa decisión hay riesgos como la futilidad de la fama (La fama) o el alejamiento de la familia (G3 N15) pero también una afirmación del camino a seguir (Bulerías, Sakura) y, sobre todo, mucha libertad que se explicita en el divertimento (Chiken Teriyaki, Diablo, Bizcochito, La Combi Versace), el sexo (Hentai) o la posibilidad de convertirse en una esponja que absorbe todas las influencias del entorno y que tienen su reflejo en las letras con toda la jerga empleada en el lenguaje, el espanglish o la proliferación de marcas; y la música en la que se combina todo tipo de ritmos como la bachata, el bolero, la batucada, ritmos electrónicos, efectos, recitados o samplers (1).
Una libertad en la que agitar el componente latino, el substrato flamenco y la electrónica combinando todo tipo de elementos para, en muchas ocasiones, obtener un minimalismo sonoro con melodías que aparecen y desaparecen dentro de la fragmentación que suponen los 16 temas en 42 minutos, conjugando ese caos que se mueve entre el lado íntimo y el festivo.
Es cierto que el álbum está producido hasta el infinito y más allá –para ver los créditos del disco hay que dirigirse a un enlace de Sony debido a su extensión–, es cierto que la mezcla de influencias no gusta a los puristas y es cierto que estamos ante un producto mainstream con un lanzamiento perfectamente dirigido para alcanzar sus objetivos. Pero también es cierto que hay una apuesta por el riesgo, que el disco ofrece infinitas variantes y puntos de vista que van calando poco a poco conforme se escucha; y no es menos cierto que si somos capaces de apartar la cacofonía de haters y halagos, este trabajo de Rosalía ofrece momentos emocionantes que merece la pena disfrutar. Los ángeles, El mal querer, y ahora, Motomami forman una trilogía difícil de igualar.
Escribe Luis Tormo
(1) Para quien quiera profundizar en el disco, de todos los numerosos comentarios y análisis que se pueden encontrar en Internet, recomiendo el estudio sobre la producción musical de Motomami por Jaime Altozano y el artículo de Alberto Torres para entender el juego con el lenguaje.